—Me está mirando mucho, hyung... —se avergonzó—. ¿Qué sucede? Siga tocando.

—Estás diferente —alzó una ceja—. ¿Qué pretendes, pulga?

—Eso digo yo —soltó una risita—. Se lo ve calmado, hyung... ¿Le pasa algo? Ha estado así conmigo desde que me abrazó aquel día, cuando sucedió lo del apodo.

Suga observó las teclas blancas del piano e ignoró lo último dicho por el otro.

—Solo necesitaba relajarme. Bebí unas copas, debe ser por eso... —volvió a ver a Jimin, notando que no tenía calzado—. Te vas a resfriar.

—Me da igual.

—¿No te duele la pierna?

—Un poco —murmuró—. No puedo dormir, hyung. ¿Me deja sentarme a su lado?

Aquel de ojos felinos asintió con algo de pesadez e inmediatamente Jimin se apresuró para acomodarse a su lado, removiéndose un poco en el acolchado silloncito frente al piano. Observó cómo Suga colocaba sus dedos otra vez sobre las tan delicadas teclas y comenzaba a tocar una melodía triste, pero hermosa al mismo tiempo.

Jimin veía maravillado los movimientos de esas manos, posaba su vista cada tanto en ese fino perfil, luego en las teclas, y otra vez en su hyung, perdiéndose en las facciones que hacían de Suga una obra de arte para él: sus labios finos, rosados, los cuales calzaban a la perfección con el arco de cupido que demarcaba el inicio de su boca y el final de su nariz, la cual se notaba delicada y algo abombada en la punta, dándole una terminación agraciada; sus pestañas, gruesas y voluminosas, que se movían a la par de sus párpados cuando abría y cerraba sus ojos, dejando ver esos orbes negros e intensos; sus dedos, que tocaban las teclas como si fueran el objeto más delicado del mundo, rozándolas y provocando que la melodía se tornara más envolvente; todo eso..., absolutamente todo, era mágico.

Fue entonces que Jimin no logró contenerse y posó sus manos sobre el instrumento también, acompañando en la música, cosa que maravilló a Suga. El forastero tenía un bellísimo talento oculto. Su forma de tocar denotaba dolor, sufrimiento, mezclado con confusión y, tal vez, algo de alegría..., lo que llamó su atención por completo.

Y sucedió en un simple instante. En el momento en que Jimin comenzó a cantar, todo alrededor de Suga pareció detenerse, al igual que sus manos dejaron de tocar el piano. Se quedó inmerso en su voz, siendo cautivado, dejándose llevar, sintiendo su alma pasear en incontables mundos diferentes. Mantuvo sus ojos en Jimin, quien se veía concentrado por completo en su canto. Una letra triste, llena de agonía, vibrando en sus cuerdas vocales.

"Tú, ¿podrás prometerme que hay un juntos por siempre?", cantaba su aterciopelada voz, tierna y aguda, rozando los límites de la perfección. "Si te suelto, volarás, me romperás... Y más temor me da". Cada respiración, cada movimiento de labios, cada nota vocalizada, todo era increíble y mantenía un control difícilmente visto incluso en los cantantes profesionales.

"¿Detendrías el tiempo? Porque, si este momento se termina, tú te irás, me olvidarás. Y más temor me da...". En esa habitación no eran más que Park Jimin y Min Yoongi, dos jóvenes amantes de la música. Solo que uno de ellos no conocía el nombre real del otro.

—Jimin... —susurró cuando detuvo su canto—. Cantas precioso.

El joven de cabello rosa pastel volteó su rostro hacia Suga, ambos vieron cómo sus ojos brillaban, tenues en medio de toda la penumbra, que tan solo era iluminada por la luz de la luna llena ingresando por las enormes ventanas. Se podían oír sus respiraciones calmadas, pero el silencio reinaba casi por completo. La mano de Jimin avanzó un poco sobre el acolchado asiento, llegando a rozar sus dedos con los ajenos. Suga bajó su mirada hacia allí en cuanto sintió el tacto, volviendo inmediatamente su vista hacia él, notando su expresión de preocupación... No entendía el por qué.

Pinky Hair Boy - YoonMin [+18] EN FÍSICO DISPONIBLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora