—No te equivoques conmigo, suéltame —demandó.

Reí y apreté más su antebrazo.

—Me mentiste —susurré.

—Suéltame, Efrom, o juro por los cielos y la tierra que romperé tu mano —su fue tono áspero y nuestros ojos conectaron, sabía que ella iba atacarme si no cumplía con su demanda, así que lo hice—. No vuelvas a ponerme un dedo encima o lo lamentaras.

Cerré mis ojos y tomé distancia, estaba perdiendo el control.

Tomé una fuerte respiración y miré hacia ella. Sus mejillas estaban ardiendo y sus ojos se veían traslucidos, desvié mi mirada a su brazo, en su bíceps se estaba formando un cardenal. La vergüenza me cubrió.

—Helena, yo...

— ¿Perdiste el control?—preguntó burlesco, mas su tono fue acerado.

Jalé mis cabellos.

—Lo lamento, yo...

—Ya, deja eso para después —me miró con dureza—, quiero que entiendas que ella es diferente —se defendió—, que yo no sabía con exactitud lo que la pócima iba hacer en ella...

— ¡Habló! —exclamé.

— ¿Qué? —preguntó con asombro, el shock golpeando sus facciones.

Me reí.

—No debí haber aceptado, esto puede empeorar el estado de Isabel —recriminé.

—Yo...

—Es evidente de que no tenías ni puta idea de lo que podía ocurrir —dije con sorna.

—No —dijo apenada—, esto lo cambia todo —su tono y actitud preocupante alteraron mis sentidos.

Arrugando mi frente, pregunté:

— ¿Por qué lo dices? —su mentón se elevó.

—Porque puede que lo la conecta con el poder sea más grande de lo que nosotros habíamos imaginado.

Su perfume trajo recuerdos, recuerdos vagos, pero conocía ese olor, no podía recordar con exactitud de dónde, o quién pertenecía; pero algo en mi interior se familiarizaba con él

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Su perfume trajo recuerdos, recuerdos vagos, pero conocía ese olor, no podía recordar con exactitud de dónde, o quién pertenecía; pero algo en mi interior se familiarizaba con él.

Era como si mi mente estuviera cansada de recordar cosas o querer buscarle sentido a todo, me conformé con la sensación de bienestar que golpeaba mis sentidos, no sentía temor, me sentía segura y eso fue motivo suficiente para no querer alejarme.

No podía ni siquiera explicar cómo me sentía, recuerdos llegaban con lentitud. Nombres. Lugares. Situaciones.

Isabel. Esa era mi nombre.

Pero lo demás se hacía lejano. No conocía más. Me sentía como un pez fuera del agua, como si faltara lo más esencial en mí.

Era un rompecabezas con piezas faltantes, pero no había en mí la motivación por querer encontrar esas piezas, me conformaba con la pasividad que parecía gobernarme, ella era la dueña absoluta de mi ser, y no solo era pasividad, era más, algo más... abrumador.

El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora