Encuentros y reencuentros

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1.

Un repentino golpe de luz hizo arder los ojos del joven castaño en la ribera arenosa donde se encontraba, girando sobre sí mismo para toser una cantidad sorprendente de agua.

—Oye, con cuidado, caerás sobre la fogata —le advirtió una voz juvenil con tono despreocupado en clara impertinencia.

Isaías Jordan escuchaba el mundo como si fuera una cinta vieja de esas que gustaban a su madre y que guardaban canciones de hace demasiados años, culpa del agua en sus oídos. Jadeaba con dificultad, sintiendo el líquido quemarle la garganta al salir de sus pulmones, mientras a su alrededor los colores volvían a aparecer, ahora que sus ojos se acostumbraban al sol.

—¿Clara? —gritó de pronto con voz áspera, sorprendiendo sobremanera al asustadizo sujeto que había caído del cielo hasta aquel extraño lugar.
—De nuevo con eso, ¿quién es Clara?
—¡Clara! —La mirada del muchacho recorría el lugar más por instinto que realmente poniendo atención, dando torpes bamboleos al intentar ponerse de pie—. Ya no está —agregó con una terrible desolación inundando su voz.
—Campeón, has bebido mucha agua salada —dijo el otro hombre inclinándose hacia Jordan y ofreciéndole una pequeña ánfora —, mejor bebe esto.

Totalmente desconcertado por la amabilidad de aquél acompañante que antes estuvo más que dispuesto a dejarlo morir, se lanzó sobre la bebida, consciente de pronto de la sed que le abrasaba la lengua.

—¿Sabes qué es lo más raro? —preguntó el joven volviendo a incorporarse con un ademán un tanto exagerado y dejando flotar el silencio en espera de algún comentario por parte de su interlocutor.

Jordan dejó de beber y lo miró incrédulo.

«¿Caíste del cielo en medio de un torbellino de luz azul y fuiste a parar en un suelo que se convirtió en agua bajo mis pies, pero preguntas qué es lo más raro?», quiso gritar el sobrino del profesor Moshé, pero la sed era más urgente.

El otro joven —quien vestía de una manera que se habría considerado anticuada aun para la Antigua Notación Calendárica— colocó un pulgar bajo los tirantes de color bermellón y cambió ligeramente su pose, alzando la barbilla con orgullo, mientras lanzaba una mirada poco disimulada a Jordan. Cuando el muchacho se apartó un mechón castaño que le caía sobre la ceja y continuó bebiendo, el hombrecillo elegante relajó su cuerpo o, mejor dicho, lo destensó con cansancio y siguió su monólogo.

—Los ríos tienen agua dulce, no salada.
—Yo no lo sabía —respondió limpiándose unas gotas que habían quedado perdidas en la comisura de sus labios— ¿Tendrás algo de comer?

Apenas terminó de decirlo, el pensamiento de no haber comido en al menos tres días se apoderó de su cuerpo y lo arrastró de vuelta a la inconsciencia.

—Primero no responde a mi pregunta y ahora se desmaya en media conversación —dijo el otro joven para sí mismo, mientras empujaba al muchacho un poco más cerca de la fogata con sus pies descalzos—. ¡Pero qué modales!

2.

«Tengo un asunto pendiente con el hombre que amas».

Las palabras que aquella terrible oscuridad le había lanzado al partir, resonaban en la mente de Clara quien, saliendo del sopor en que la fatiga le había sumido y arrancándose los extraños sueños que le habían atormentado como si fueran delgados e incómodos hilos de araña que se hubieran pegado a su piel, marchaba por el empedrado del pequeño y tradicional pueblo de San Nazareo, sumergido en un silencio impropio de la celebración de aquel día, siguiendo las indicaciones de un curioso déjà vu.

El Libro de las Historias PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora