El precio de la herencia

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1.

—Espera ¿qué estás diciendo?
—Yo mismo no lo sé, fue todo tan extraño.

Después de andar por un camino cercano a la inconsciencia, guiado sólo por la mano de la chica con cabellos de sombras, Isaías Jordan había empezado a hablar con rapidez, superada su capacidad de contener la información que había recibido minutos antes.

—¿Entonces los gigantes, las hadas y las demás criaturas mágicas son reales? —preguntó la chica con asombro.
—Clara, ¡fue un sueño!
—Jordan, yo estuve ahí —dijo aún llevándolo de la mano—. No sé lo que fue, pero no fue un sueño.
—¿Y sí lo fue? —repitió, tratando de retomar el control—. Tal vez soñamos lo mismo.
—Si así fue, se está volviendo realidad —dijo Clara al llegar a la antigua casa del profesor—. No es la primera vez que nos pasa algo así.

Definitivamente sabía de lo que ella hablaba, pero había intentado evitar el tema por miedo a lo que pudiera desencadenar.

—¿Tenemos que entrar ahí? —preguntó el muchacho viendo las escaleras, seguro de que el miedo podría incluso palparse en su rostro.
—Vamos, sé que es lo correcto —respondió Clara regalándole una sonrisa—. Sólo no me preguntes cómo es que lo sé.
Viendo los ojos de la chica, no pudo evitar unirse a ella en una risa ligera y fresca.
Era sorprendente la forma en que todo lo demás desaparecía cuando veía sus ojos, como las estrellas que se opacan en el cielo al salir el Sol.

Subieron juntos las escaleras.
Aunque ya no era necesario, notó que Clara aún sostenía su mano.

2.

El profesor Jordan había recibido el libro de su maestro, muchos años atrás.
Gran parte de su juventud la pasó viajando por los Lugares Imposibles, más allá de lo que podemos conocer confiando en nuestros sentidos.

La sangre de los Autores corría por sus venas y, en un viejo frasco de cristal mellado por el tiempo, guardaba lo que era más preciado para él: su tinta.
Cada Autor es elegido por el Libro para cumplir su misión por un tiempo determinado, mientras quede tinta en el frasco. Cuando la tinta termina o se seca, también lo hace la vida del portador.

Al volver ahora a la habitación donde todo comenzó para Jordan, permítanme narrar también el inicio de las aventuras del profesor Moshé Jordan, muchos años atrás.

Debajo de un misterioso árbol, cuyo tronco bifurcado crecía frondoso hacia un lado y completamente seco hacia el otro, en un lugar fuera del tiempo y más allá de las cavernas oscuras, en los remanentes de las antiguas Regiones Áureas, se llevó a cabo la tercera Ceremonia Najalâh de nuestra Era.

—Extiende tu mano —había dicho la misteriosa mujer que dirigió la ceremonia en que fue nombrado.
—Puedes confiar, Mosh —le aconsejó su viejo maestro—. Es un Autor viajero.

Los viajeros —como todos ustedes saben— son autores de segundo grado que asisten a los hombres desde el inicio de la Historia, mostrándoles cómo guiar a la humanidad de regreso al destino glorioso que se escribió para ella en el principio, tal como se lee en los antiguos códices.

En la mano de la mujer había aparecido de pronto una pluma antigua, de ave, con el plumín de oro añadido en la punta. Trazó con ella una línea a lo largo de la palma del profesor, cortando la piel con el fino metal.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Moshé con un gesto de dolor.
—Confía, Mosh —insistió su maestro—. ¡Resiste!
—El frasco, maestro —ordenó la mujer.

El maestro extendió el frasco, aún con unas gotas de tinta en el fondo.
—¡Pero esa es su tinta! —notó sorprendido.
—Es la única forma, muchacho —respondió con una sonrisa triste—. Es mi decisión, mi tiempo ha terminado.

El Libro de las Historias PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora