—No —Se negó sosteniéndome de las muñecas con un agarre muy fuerte, tan doloroso—, porque pienso divertirme contigo.

Qué está pasando, me pregunté. Él siempre fue molestoso, pero nunca me había agarrado las muñecas de las manos de esa manera tan fuerte. Tome aire y esperé que se detuviera sin reprocharle su falta de delicadeza. Era lo único que tenía que hacer, esperar que se divirtiera viéndome la cara como siempre lo hacía. Francis me sostuvo del mentón después de liberar una de sus manos. Pude sentir sus uñas hundirse en mis mejillas, de igual manera como lo sentí en la piel de mis muñecas. Él me estaba asustando.

—Me gustaría ver la cara de Max cuando descubra que su virgencito ya no lo es.

—Suéltame, ya te divertiste — le dije muy molesto.

—No te voy a soltar, vir-gen-ci-to.

Su aliento era caliente, demasiado, lo podía sentir porque su rostro se encontraba cerca al mío a solo unos centímetros. Las puntas de nuestras narices se rozaron en contra mío, ya que él tenía mi rostro sujeto sin medir su fuerza, haciéndome daño. A pesar de esperar que se alejara de mí, no lo hizo, porque él siguió asustándome con sus ataduras y palabras. Era demasiado para ser una de sus bromas. Realmente me estaba cansando.

—Ya es suficiente, déjame, soy un chico, no me gusta que te comporte así conmigo.

—Que gracioso, Caramel, de que te preocupas si sabes que me encanta cogerme a niños virgencitos como tú, porque se nota que Max no te puso las manos encima ni un poquito. Mejor, así lo voy a pasar muy bien contigo —me susurró en el oído muy despacio.

—No quiero, yo no soy como ellos...

En ese momento me quise morir porque Francis me obligó a besarlo aun en contra de mi voluntad. Él introdujo sus dedos en mi boca para ayudar a darle paso a su lengua. Al sentirlo dentro, jugueteando, hizo que perdiera todas las fuerzas. Perdí la razón. Él se aprovechó de esa debilidad mía para agarrar mi rostro con ambas manos y continuar con su maldad a sus anchas. Todo me daba vueltas, como algo imposible de creer, porque él estaba besándome a la fuerza. Nunca lo había creído capaz de atacarme, pero ahí estaba, friccionando sus labios con los míos. Después de comprender lo que pasaba, desperté de esa pesadilla, ya que alguien obligando a otra persona a hacer algo que no quiere, es la peor de las pesadillas.

Cuando tomé conciencia de lo que me estaba pasando, lo empujé logrando alejarlo de mí, pero él solo se rio en mi cara cuando me vio con las manos sobre mis labios muy desencajado y tratando de no creer lo que había pasado.

No quise estar en el mismo lugar que Francis luego de esa demostración de maldad. Intenté abrir la puerta sin decir nada, pero fui muy lento porque él se dio cuenta de mi intención de huir. Sus movimientos fueron más rápidos que los míos, ya que no me dio ni tiempo para tocar la perilla de la puerta. Al instante, pude sentir su agarre nuevamente.

—No eres intocable — me dijo jalándome hacia mi cama—. Te voy a hacer sentir bien rico, Caramel, ya verás que te va a gustar mucho.

—No, Francis, tengo que irme —dije tratando de ir hacia la dirección de la puerta.

—No tengas miedo, Caramel, ya verás te va a gustar cuando te la meta. No sabes lo bien que te vas a sentir.

—No, déjame —protesté asustado.

Francis me empujó a mi cama a pesar de pedirle que se detuviera. No podía creer que él estaba tratando de obligarme. Eso se escapaba de mi realidad, porque solo lo veía en las noticias: personas forzadas, asesinadas; pero estaba sucediéndome, Francis me estaba atacando gravemente. Temí mucho, él me iba a forzar, y luego qué haría ¿Me mataría como pasaba con las personas de las noticias?

"Esto es real", me dije "estoy asustado, no quiero"

"Max"

No había visto a mi mejor amigo Max en varios días porque la agencia donde trabajaba lo tenía ocupado. Quería verlo. Lo extrañaba mucho. Lamenté no haber ido a su casa pensando que no lo dejaría descansar si iba. Para mí su bienestar era lo primero, por eso no fui a visitarlo. Estaba muy arrepentido.

Odié mi situación, odié mi poca fuerza al no poder responder a Francis bajo su pesado cuerpo. Nuestras diferencias físicas eran notables, pues a su lado me sentía pequeño e inútil. De todas maneras no iba a dejar que me siguiera humillando con sus toques impertinentes. Yo era un hombre, por eso debía demostrarle mi posición contraatacando, pero me frustraba cuando trataba de patearlo con todas mis fuerzas para empujarlo. Francis se reía burlonamente de los esfuerzos inútiles que hacía para escapar.

—No quiero golpearte, Caramel, así que mejor trata de ser un niño bueno — me sujetó el rostro con unas de sus manos—. Si te comportas seré amable contigo para que no te duela, aunque no te aseguro nada porque la tengo bien grande, así que de todas maneras te va a doler mucho, virgencito.

No me iba a rendir. Dejar que Francis hiciera lo que se le venía en gana hubiera sido el peor de los errores. Yo no iba a dejar que siguiera. Yo no quería seguir sintiendo sus labios tan cerca de los míos, humedeciéndome el rostro, por eso no me iba a rendir. En el momento que tuvo su cuerpo muy pegado al mío y expuesto a mis dientes, le mordí fuertemente la piel de su hombro. El debió haber sentido mucho dolor porque me empujó en respuesta al daño que provoque en su piel.

No perdí oportunidad para escabullirme en el baño de mi habitación, el cual era el escondite más cercano. Ya adentro, aseguré la puerta con temor de que aún de esa manera Francis pudiese derribarla con una patada. Me senté en el suelo esperando que se fuera. Él comenzó a tratar de girar la perilla casi al momento de encerrarme en el baño, pero no pudo hacer nada porque le había puesto el seguro. De todas maneras desconfiaba de mi seguridad. Rogaba que mamá llegase. Ya no podía seguir más.

—Eres una nenita —escuché decir—. Las niñas son las que se defienden con los dientes. Por qué no sales y me demuestras que no lo eres. Vamos, Caramel, no tengas miedo.

Yo no pensaba salir dijera lo que me dijera. Ya no quería seguir escuchando su voz tan aterradora, solo quería que se fuera. El siguió insistiendo al otro lado de la puerta hasta que mi celular empezó a sonar.

— ¿Es enserio? —Volví a escucharlo—. ¿Tienes una novia? No lo creo —él empezó a reírse—. Eso debe estar jodiendo a Max.

Cristal había llamado. Ella debió preguntarse por la razón de mi demora, pues nunca la había dejado esperando cuando acordábamos una hora. Ella era mi amiga, por eso había destacado por mucho tiempo en mi grupo de amigos en mi celular, pero ubiqué su nombre en el estado de enamorada desde que comenzó a salir conmigo. Francis debió darse cuenta de eso.

— ¡Cristal, que sorpresa! —Escuché decir a Francis, quien había respondido mi celular—. No, no te preocupes, Caramel está bien, solo lo retrasé un poco. Te lo mando ahora.

El colgó el celular y agregó:

—Así que sales con Cristal. Que gracioso ¿Sabes? Sal con ella, diviértete mucho y al final llévatela a un hotel. Ah, hazme un favor, asegúrate de embarazarla.

Dejé de escucharlo luego de un portazo, pero no salí.

Mi celular volvió a timbrar, y continuó haciéndolo porque no salí del baño para responder. No quise lastimar a Cristal con mi indiferencia, pero estaba aterrado. Trataba de asimilar lo que me sucedido en lo que me había parecido una eternidad.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Where stories live. Discover now