93 - Inocente Belleza

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Mi mejor amigo Max siempre atrajo a las niñas desde muy pequeño. Quizá no de la misma manera que los adolescentes, pero de todas maneras ellas se sentían atraídas por aquel pequeño compañerito de ojos azules y belleza singular.

Siempre iba con mi amigo Max al jardín de niños como hermanitos llevados por su mamá: mi madre. La mamá de Max no podía por el trabajo y porque era madre soltera, por eso frecuentemente le dejaba el cuidado de su hijo a mi madre, quien era una muy buena amiga suya.

Max era el niño más conocido de todo el jardín de niños. Las mamás se mostraban encantadas por sus intensos ojos azules cuando lo veían durante la espera para la entrada al colegio. Los primeros días de clases ellas le decían a mi madre lo bonito que le había salido su niño y la felicitaban entre risas por el buen esposo que había elegido. Mamá les seguía la corriente, pero no tardaba en revelar la verdad. De igual manera que las mamás, las profesoras también se sentían encantadas y embelesadas por Max, a quien engreían demasiado. Todas ellas alimentaban el ego del pequeño Max con sus halagos inocentes.

Graciosamente, una compañerita, a pesar de su pequeña edad, siempre estaba pegada a Max como un chicle. En todas las clases se sentaba junto a nosotros para realizar las actividades que la maestra nos dejaba. La pequeña era amable con nosotros, pero más con Max, a quien le ofrecía gustosa sus preciados lápices y plumones de todos los colores, los cuales no dejaba agarrar a nadie. Max no se hacía de rogar por ella, así que agarraba los colores, arruinaba sus finas puntas y los tajaba con exageración para continuar pintando hasta hacerlos muy pequeños. Ella, en lugar de llorar por sus preciados colores arruinados, se sentía orgullosa de que Max utilizase sus cosas con confianza, como si fuesen los mejores amigos.

Ninguna niña se le podía acercar inocentemente a Max porque su pegajosa amiga se volvía una fierecilla salvaje. Ella no dudaba en jalar cabellos, pellizcar y empujar a cualquier pequeñita hasta hacerla llorar sin excusa aparente. Su objetivo era alejarlas tan solo para ser la única amiga del niño de ojos azules que todas las mamás y profesoras engreían.

Los celos inocentes de aquella niña se empezaron a volcar sobre mí desde que nuestra profesora nos pidió que nos juntásemos con nuestro amiguito favorito. Ella se quedó mirándome fijamente cuando Max prestó su atención en mí y no en ella. Se vio desconcertada al no ser preferida por Max en aquella actividad de dos.

En la salida me empezó a mirar recelosa cuando mamá iba por Max y por mí para irnos juntos a casa. A veces las mamás se quedaban en la salida para intercambiar ideas sobre algunas actividades que se realizaban en el jardín de niños. Fue ahí cuando la pequeña niña comentó inocentemente a su madre sobre el gran apego que sentía por Max.

—Nos casaremos —dijo abrazando a mi amigo.

Las madres se mostraron enternecidas por el inocente comportamiento de la niña, quien se veía como una tierna princesita enamorada junto a Max. Era una parejita muy graciosa frente a todas las mamás. Aquel dulce encanto se rompió bruscamente cuando mi amigo la empujó sin delicadeza. "No Maxito, no se empuja a la niñita, le duele", escuché decir de diferentes maneras, pero ninguna con severidad, más bien con cariño. Las mamás no se mostraron capaces de gritarle al precioso niño de ojos azules a pesar de haber provocado que el tranquilo ambiente se envolviera en llanto.

Aquel incidente no alejó a la pequeña porque al día siguiente ella continuó sentándose junto a nosotros como si nada hubiese pasado. Su actitud siguió siendo el mismo con Max: Amable y buena; pero conmigo cambió, pues se volvió arisca y cortante. Ella quiso aclarar su relación con Max, por eso empezó a decirles a todos que ella era su mejor amiga.

Quizá la pequeña esperó que Max también dijera lo mismo, pero no lo hizo, más bien comenzó a ignorarla. Él no volvió a utilizar los lápices de colores ni nada que ella le quería prestar con insistencia. Los siguientes días hizo que viviera un pequeño infierno, aunque en aquel entonces fue toda una pesadilla afrontar los celos de aquella niña. Esos pellizcos, jalones de cabello y empujones se fueron contra mí después de que ella sacara como conclusión de que yo era el culpable del distanciamiento de Max.

Yo me quedaba en shock cuando ella actuaba violentamente contra mí. No sabía que hacer frente a sus ataques sorpresivos, pero Max sí supo que hacer cuando se dio cuenta de los ataques. Para Max no existía el significado de la palabra delicadeza, por eso comenzó a actuar de la misma manera que ella: sin contemplaciones ni remordimientos.

Cuando ella se iba contra mí, Max se iba contra ella. La profesora se desesperaba por tal situación, porque la pequeña lloraba escandalosamente cada vez que Max atacaba. Sus berrinches no eran porque Max le rompía sus dibujos, tiraba sus cosas o porque le jalaba el cabello, sino porque sabía que Max no la quería.

—No eres mi amiga —desmintió Max—. Mi mejor amigo es Caramel ¿Verdad, Caramel, eres mi mejor amigo? —dijo sin miedo de provocar berrinches en aquella niña.

Asentí contento a la pregunta de Max. Me sentí tan feliz. Éramos tan pequeños, no sabíamos si en el futuro íbamos a seguir estando juntos como mejores amigos, pero me sentí muy feliz por las palabras de Max. El me eligió como su mejor amigo de entre muchos compañeritos. Lo dijo en voz alta, delante de todos, algo que no fui capaz de hacer a pesar de sentirlo. Sus palabras me dieron el paso para poder decir que Max también era mi mejor amigo.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora