Las piernas de la chica comenzaron a temblar. Parecía uno o dos años mayor que yo. Ella aparentaba unos dieciséis, pero notaba la inseguridad correr por sus venas, y eso la hacía mucho más pequeña. Al ver que no hacía nada, comencé a hacer lo que había jurado que haría. Ella chilló de nuevo.

-¡Está bien! ¡Está bien!

Hizo un movimiento extraño con las manos y, de repente, nos encontrábamos frente a un claro enorme lleno de cabañas y chozas. Al final, junto a un pequeño lago, se encontraba un comedor al aire libre, y, junto a este, un gran edificio en el que, probablemente, se encontraban las oficinas o cosas por el estilo. Aquello estaba repleto de gente. Algunas de las personas se encontraban en su forma cambiatónica y otras en su forma humana. Fue una imagen muy bonita que jamás podré olvidar. Se oían risas y hasta sonoras carcajadas que iluminaban el ambiente. Un hombre corpulento vino hacia nosotros.

-Liv, ¿qué demonios haces? ¿Qué ha pasado? ¿Quiénes son?

La muchacha, Liv, dudó y le susurró algo que yo no pude escuchar. El hombre me miró horrorizado y nos condujo hacia el interior del aquel edifico. Recorrimos el campamento entero. Las miradas curiosas de niños, adolescentes y adultos se posaban sobre cada uno de nosotros y nos examinaban con cautela. Llegamos hasta un despacho similar al del Señor Barns con un hombre joven sentado tras una gran cantidad de papeleo.

-Trick – le llamó nuestro acompañante.

Trick levantó la mirada y se fijó en nosotros. Era apuesto, con sus facciones afiladas, sus ojos y cabello oscuros, no lo iba a negar. Su rostro contuvo una mueca de asombro.

-¿Quiénes sois?

Edrik titubeó. Estaba nervioso, y se notaba a la legua. Él debía calmarse porque, si no lo hacía, había una enorme probabilidad de que todas las personas de aquel campamento se sintiesen amenazadas, nos atacasen y, finalmente, nos matasen. Y no queríamos eso. Yo necesitaba sobrevivir. Aunque fuese solo para comprobar si mis amigos estaban vivos o no. Aunque fuese solo para poder torturar hasta la muerte a Aiden, al rey, y a la estúpida reina. Me concentré en actuar lo más convincente posible.

-Yo soy Odette Thunderbolt – dije –. Mi ADN también ha mutado. Ellos son tres de los cuatro príncipes del reino. Antes de que comentes nada, Trick, voy a informarte de que ellos han sido los que me han traído hasta aquí, y son de confianza.

Trick se levantó y, casi en media milésima de segundo, corrió hacia mí y me estampó contra una de las paredes de la sala. Supervelocidad. Como yo ya estaba prácticamente curada, físicamente hablando, paré el tiempo, trayéndolo a él conmigo también.

-Vale, Trick, aquí no tienes nada que hacer. Te lo comunico solo para que no intentes nada extraño. Estoy perfectamente entrenada para pelear cuerpo a cuerpo contra alguien y, si consiguieses matarme, cosa que dudo, te quedarías encerrado en este mundo aislado para siempre y el tiempo seguiría parado hasta el fin de los tiempos.

Él miraba atónito hacia todos los lados. Estaba asustado, aunque aquello no me extrañaba para nada. Yo también habría estado extrañada y asustada si hubiese estado en su situación.

-No voy a hacerte nada, tío. Relájate, ¿vale? Si quisiese hubiese querido matarte no estaríamos teniendo esta conversación tan amena. – Aquello pareció asustarle aún más, aunque no lo mostró –. Hemos venido a comunicarte una cosa.

-Espera un momento – intervino –. Has dicho que te llamas... ¿Odette... Thunderbolt?

-Sí, pero ese no es el ca...

-¡Oh, Dios mío! – exclamó, interrumpiéndome –. ¡No sabes cuánto tiempo hemos estado esperándote!

-¡CÁLLATE! – salté –. ¡Cállate de una vez y escucha lo que he venido a decirte! ¡Los reyes están planeando arrasar con todos los de nuestra especie!

-¿Qué? ¡Eso es imposible! Nadie ha sabido nunca de nuestra existencia.

Suspiré.

-Pues ahora lo saben. Han matado a uno de los nuestros delante de mis propias narices. Y planeaban matarme a mí y a otro amigo mío. A mí me salvaron ellos – señalé a los príncipes, totalmente paralizados – y le perdieron la pista al otro. No sabemos si está muerto. Si ellos sabían dónde se encuentra este campamento, ¿cuánta gente crees que lo sabe?

-Descongela el tiempo. Ahora. Hay que hablarlo con todos.

Hice lo que me pidió y les dije a mis amigos que ya le había comunicado a Trick todo lo que necesitaba saber. Él comenzó a dar órdenes a todo el mundo. Había recuperado la compostura y ahora se veía como el verdadero líder que era. En poco tiempo, toda la población de aquel campamento, que no era poca, se encontraba en la gran explanada que había tras el edificio principal. Había una especie de escenario dónde, en aquel momento, nos encontrábamos Trick, los príncipes y yo contando todo lo que sabíamos acerca del plan del rey.

-¡¿Cómo sabemos que lo que ella dice es verdad?! – gritó un muchacho.

Me di la vuelta y les enseñé a todos mi espalda.

-Yo antes tenía un bonito par de alas blancas como la nieve – dije nostálgicamente mientras volvía a darme la vuelta –. Y me fueron reemplazadas por dos enormes cicatrices. ¿Quieres que te pase a ti lo mismo? – le espeté.

Nuestro público permaneció en silencio.

-Si nos atacan, cosa que dudo, al menos tendremos defensas. El escuadrón número cuatro, el de los especialistas, se encargará de defendernos en caso de que laguna desgracia ocurra.

El bonito claro se llenó de murmuros y de opiniones innecesarias. Después de aquello, los príncipes fueron presentados. Gracias a Dios, les aceptaron, aunque a regañadientes. Ellos, para ser sinceros, no se sentían cómodos. Se notaba que eran de ciudad. Se nos asignó una cabaña pequeña apartada de todo. Ésta tenía las paredes de madera pintadas de marrón oscuro y un bonito techo de la misma tonalidad. El interior era bastante más amplio de lo que parecía. Tenía un par de literas a los lados y un cuarto de baño tan pequeño que parecía no existir. No me sorprendió ver las caras de espanto de los príncipes. Ya era tarde cuando terminamos de organizarlo todo. Bueno, teniendo en cuenta que ese todo eran un par de prendas de vestir y objetos de aseo que se nos había proporcionado. Después del anochecer, un muchacho flacucho vino a informarnos de que aquella era la hora de la cena, por lo que fuimos ansiosos al comedor al aire libre que había no muy lejos de nuestra pequeña y marginada cabaña. A medida que observaba a la ínfima población de aquel campamento, me daba cuenta de que ellos allí eran libres. La mayoría de ellos estaban constantemente en su forma cambiatónica y lucían con orgullo su aspecto. No les avergonzaba lo que eran, todo lo contrario. Y ese sentimiento de bienestar contigo mismo, aunque sin terminar de superar aquel terrible suceso ocurrido en palacio, fue adquirido por mí poco a poco. Aquella cena fue la mejor de mi vida. No sé si fue la cantidad de tiempo que yo llevaba sin probar bocado lo que me provocó aquella ilusión, o si verdaderamente aquella cena fue la mejor de mi vida. Ni siquiera recuerdo qué comida nos sirvieron. Algo que sí recuerdo, fue lo genial que dormí aquella noche y lo cómoda que era la cama. Lo mullido que era el colchón y lo rápido que me sumí en mis propios sueños.

La Reina Perdida [SC #1]Onde histórias criam vida. Descubra agora