Capítulo 37. ¿Cómo estás nenaza?

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David

Leucemia. Leucemia. Leucemia.

La palabra no deja de resonar en mi cabeza una y otra vez mientras bajo del coche y camino para adentrarme en el Hospital. Odio los Hospitales, y este año los he visitado más veces de lo que lo he hecho a lo largo de toda mi vida. Mientras camino por los pasillos solitarios recuerdo lo destrozada que estaba Alex cuando me lo contó y me entregó en mano la carta para que la leyese al completo. En ella decía que los resultados de las pruebas eran positivos, pero que tendría que ir urgentemente en cuanto le llegase la carta para volver a realizárselas, cosa que por ningún medio ella quería hacer. En la carta la informaban de que algo en estas últimas estaban un poco turbias y los resultados parece ser que no han sido de los más exactos. Sin embargo; ella ha querido esperar por su propia cuenta hasta ser capaz de asumirlo, de asumir que vuelve a estar enferma. Ver a Alex así, con el corazón encogido, hipando y tan vulnerable ante mí me estaba rompiendo el corazón a pedazos, pero aún más me lo rompió cuando me pidió entre suplicios y lágrimas que me alejase de ella, que no la tocase, que yo no merecía estar esperando por alguien que continuamente iba a estar enferma. ¿Por qué ella? ¿Por qué tiene que estar enferma? Tengo miedo, todo esto me aterra. No quiero perderla.

Corro en dirección a la sala de espera hasta entrar en ella. Hace unos días la convencí para que viniese y me dijo que vendría a hacerse las pruebas a lo largo de esta semana. He venido todo y cada uno de los días para poder estar con aquí a su lado siendo su apoyo, no obstante, ella no ha aparecido. Hasta el día de ayer lo único que he encontrado en la sala de espera ha sido con caras desconocidas, y por fin hoy ella está aquí. La veo sentada, al fondo de la sala, en una de las sillas verdes oscuras que invaden la habitación con la mirada fija en su regazo. Parece pensativa. Rápidamente camino hacia su lado, y al llegar hasta ella me pongo de cuclillas para quedar a su altura consiguiendo así mirarla a los ojos.

—¿Estás bien? —le pregunto sin más sujetando sus manos, haciéndole saber que estoy aquí, a su lado, apoyándola en cada paso que dé.

No voy a dejar que se enfrente a lo que esto conlleva sola. Quiero que sepa que estoy aquí con ella.

Una vez que nuestras miradas conectan, ella asiente con convencimiento. Yo no le creo. De nuevo han vuelto las ojeras marcadas a su rostro, sus ojos enrojecidos como si hubiese estado llorando durante toda la santa noche y el color pálido a su cara. Ahora todo tiene sentido, es más, ahora es cuando entiendo a qué se debe su pérdida de peso... Alex está enferma, siempre lo ha estado y no me he dado cuenta. Un escalofrío recorre mi espina dorsal de arriba abajo. Estoy asustado, todo esto me supera, y por momentos me dan ganas de salir huyendo sin mirar atrás. Porque claro... ¿Soy lo suficientemente fuerte como para luchar contra ello?

—¿Seguro que estás bien? —vuelvo a preguntarle.

—Estoy bien —responde dibujando una sonrisa sincera en sus labios—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabías que iba a venir?

—He venido todo y cada uno de los días de esta semana a esperarte, hasta que por fin has aparecido —admito.

Una sombra instalada a mi lado desconecta nuestras miradas. De la nada ha aparecido un hombre alto, de pelo tan negro como el carbón y emocionado. Este mismo pasa los brazos alrededor del cuerpo de mi chica. Espera... ¿He dicho mi chica?

—¿Cómo estás cariño? ¿Estás bien? ¿Te duele algo? —pregunta sentándose a su lado.

Su respuesta consiste en asentir.

—Vamos a superarlo, ya lo hiciste una vez. Lo podrás hacer dos —el hombre besa su pelo con desenfreno mientras vuelve a estrecharla entre sus brazos.

Una rosa para Alex.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora