Capítulo 36. ¿Y si creamos nuestra propia historia de amor?

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¡AVISO! Este capítulo es un poco intenso y duro. Ya me contaréis que tal, disfrutadlo.

David

"Ella metió una de sus manos dentro de sus bóxers hasta encontrarse con..."

—¿Se puede saber qué clase de libro me has dado? —medio pregunto gritando.

—Erótico —me corrige.

Ahora mismo me encuentro en el apartamento de mi... De Alex, sentado en el sofá del salón con su cabeza apoyada contra mis muslos mientras ambos leemos libros diferentes y yo me estremezco unas ochenta mil veces por página. Si Alex no nota como estoy debido a lo que estoy leyendo es porque no quiere. La tercera parte de estos libros comienzan un poco-demasiado fuerte. No sabía que crearan libros con tantos detalles y estoy flipando. 

Una vez más me estremezco sobre el sofá. Necesito aliviar la tensión que se está acumulando en mí. 

—¿Te pasa algo? No paras de moverte —la escucho gruñir.

—No —niego haciendo que me salgo un gallo, seguidamente carraspeo la garganta y vuelvo a hablar—. No me pasa nada —digo firme.

Ella suelta una pequeña risita y sigue a lo suyo. Esto es una tortura. ¿Por qué me torturo yo sólo leyendo esto? Creo que tengo un lado masoquista en mi interior.

"Él no pudo aguantar más las tentaciones de aquella Diosa, así que sin pensarlo dos veces la tomo."

Mi respiración se agita por momentos de tan sólo imaginarme esa escena, y peor aún es cuando imagino que la protagonista de mis fantasías e imaginaciones es Alex.

"Comenzó acariciando sus brazos, para más tarde dar un recorrido desde ellos hasta su cadera, donde se paró por un segundo y luego continuó con sus caricias hasta intentar..."

Suelto un enorme suspiro.

—¿Qué haces? —exclaman.

Cuando escucho la voz de Alex me doy cuenta de que una de mis manos está intentando colarse en el interior de sus mallas de deportes, más exactamente estoy intentando colarme en su ropa interior inconscientemente. ¿Se puede saber que estoy haciendo? Reacciono al ser consciente de lo que está pasando y aparto con rapidez la mano de su sitio para luego frotarme la entrepierna disimuladamente con esta misma por encima de los pantalones vaqueros. Creo que voy a explotar si sigo leyendo.

—¿Cómo es posible que hagan todo eso? —me pregunto para mí mismo en voz alta.

Alex se ríe.

—¿Sabes qué? Necesito un momento a solas.

Hago el impulso por levantarme del sofá, pero Alex me retiene pasando ambos de sus brazos alrededor de mi cintura. Lleva unos cuantos días melosa, con ganas de mimos y abrazos, aunque también de besos hambrientos y feroces que me dejan en más de una ocasión sin respiración. No lo entiendo, no somos nada, pero sin embargo nos necesitamos el uno al otro. Alex ya no es esa chica arisca a la que conocí, y yo no soy aquel tipejo que solamente pensaba en chicas día y noche. Ahora solo tengo pensamientos para una en concreto. Aunque he de destacar que de vez en cuando Alex saca su carácter y tiene sus prontos como los tenemos todo el mundo. Por ejemplo, sin ir más lejos, el otro día cuando se enteró de que me había llevado uno de sus libros me ordeno y recito con absoluta claridad:

—Leerás mis libros bajo mi techo y mientras yo esté presente.

Desde entonces leer se ha convertido en mi pasatiempo favorito. Puedo estar con ella durante todo el día. Pero lo más extraño de todo es que Gonzalo no le haya contado nada de lo que presenció el otro día. Tengo que sincerarme con ella, y ser yo quien le diga lo que vio por casualidad aquel día.

Una rosa para Alex.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora