VII.

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ENSEÑAME

VII


Hiashi Hyüga frunció mínimamente el ceño, preguntándose el motivo por el cual su hija veinteañera lucía como si hubiese regresado a la pubertad, con sus mejillas pintadas de un fulminante rojo y el rostro vergonzosamente bajo. Había intentado ignorar este hecho durante un buen rato con el firme propósito de no interrumpir la cena (porque, la verdad fuera dicha, Hinata siempre había sido un poco rara), pero cuando ella hizo rodar la salsa de soya hasta el suelo luego de que su sobrino Neji se la pidiera, él, aún el líder del ancestral clan Hyüga, perdió la paciencia.

Dirigiendo su mirada molesta hasta ella, habló. —Hinata, hija, ¿qué está mal contigo la noche de hoy?

Ella interrumpió su disculpa hacia un miembro del Bouke que se había dado prisa en recoger el envase, y su pequeña espalda se inclinó rápidamente en una pequeña reverencia hacia la cabecera de la mesa. —N-No ocurre nada, padre, s-sólo creo que el cansancio me ha hecho actuar torpemente, lo siento.

Elevó una ceja, ocultando todo rastro de diversión en su expresión. ¿El cansancio te ha hecho torpe? Hinata, la torpeza es una de tus cualidades natas. Carraspeó. —Pasaré por alto el hecho de que hoy fue tu día libre, y serviré mi propio té por el momento, si te parece —alargó el brazo hasta la tetera, más cercana a la ubicación de su hija—, no te molestes en acercarla, por favor, no vaya a ser que termine también rota en un millón de trozos.

Una pequeña risa proveniente de los labios de su hija menor intoxicó el aire, profundizando aún más el rubor en el rostro de Hinata. —Nee-sama hace tiempo que no actuaba de forma tan patosa —la escuchó decir, mientras se llevaba, de forma muy poco elegante por cierto, un trozo de carne a la boca—, ¿qué shinobi la tendrá taaaan distraída?

—¡N-No es nada de eso!

—¿Entonces por qué se pone aún más roja tu cara, nee-sama?

—N-No es cierto.

—Sí lo es.

—No.

—Sí.

—Q-Que no.

Hiashi giró la cara, buscando ignorar los malos modales en la mesa de sus hijas, y se centró en Neji; él llevaba la comida hasta su boca en perfecta forma, con una expresión serena en el rostro, ajeno al bochinche. ¿Por qué, Dios del cielo, no podían aprender ellas un poco de él?

—¿Será un rubio cabeza de chorlito?

—¡C-claro que no!

—¿Aún no te confiesas? Qué lenta, ¡buu!

—B-basta, Hanabi, n-no es nada de eso.

—No debes ser tan mojigata, nee-sama, a los hombres les gustan las atrevidas, ¿verdad, padre?

El susodicho padre sorbía impasible un poco de su delicioso té de hierbas. —No dejaré que me involucres en su absurda discusión, Hanabi.

Enfurruñada, ella se volvió hacia el joven Hyüga. —¿Qué hay de ti, Neji-niisan, te gustan descaradas? —preguntó con una mueca traviesa.

Fiel clon de su tío, Neji permaneció parco, masticando un poco de arroz. —Eso no es de su incumbencia, Hanabi-sama.

—Oh, vamos, no me digas que te calientan las santurronas, eso nadie se lo cree.

Hinata ahogó un gemido, escandalizada. —¡Padre, Hanabi está diciendo cosas inapropiadas en la mesa!

—Hanabi, basta de hablar cosas inapropiadas.

Enséñame. [NejiHina]Onde histórias criam vida. Descubra agora