Capítulo 22

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El líquido oscuro humeaba delicadamente entre mis manos. El calor de la cerámica irradiaba mi cuerpo, ayudándome a anclarme a la realidad. Los recuerdos de ese fatídico día me golpeaban, uno tras otro, implacables. Media hora tardé en volver en mí, media hora en la que estos me redujeron a un ser desagradable, débil, roto.

Anna no se dejó llevar por su curiosidad natural. Prefirió, luego de un rato de apretarme contra su pecho, preparar un poco de café, para darme mi espacio. Agradecí el gesto, pero estaba seguro de dos cosas: primero, ni todo el café de Colombia lograría entibiar el frío que sentía mi alma en ese momento; y segundo, si no terminaba de sincerarme, viviríamos en un constante tira y afloja. Anna no se alejaría del todo, lo cual no era tan malo, pero tampoco podría volver a tenerla tan cercana como por la mañana.

A pesar de mi egoísmo, de desear mantenerla lo más cerca posible, debía hacerle ver la clase de monstruo con el que se relacionaba. Solamente así estaría a salvo de mí. No me perdonaría, si por no contarle todo hoy, ella resultara herida más adelante. Por más cruel que fuera, por más pesadillas que mi incursión a los terrenos más sinuosos de mi subconsciente despertara, lo correcto era decirle todo.

Con el latido acelerado de mi corazón mareando mis sentidos, y esa extraña sensación de vacío en la boca del estomago carraspeé para llamar la atención de Tacia; quién se encontraba absorta observando su taza, tal como yo lo estuve haciendo desde hacía rato. Hubiera pagado lo que fuera por saber que pensaba. Al levantar su vista, noté sus ojos marrones, más brillantes de lo habitual. Tenía que hacerlo, por ella. La nerd merecía un hombre decente a quien amar. Yo nunca podría ser ese hombre.

Abrí mi boca y la cerré sin pronunciar un sonido, las palabras parecían estar mezcladas en mi mente y atoradas en mi garganta. Respiré profundo, tratando de ignorar el zumbido agudo que atolondraba mi audición.

—No continúes, no es necesario —murmuró la ratoncita al notar la dificultad que encontraba para expresarme libremente—, si te hace tan mal, prometo no volver a preguntar por esto.

Si bien la propuesta de Houdini era extremadamente tentadora, no era en absoluto justa. Ella tenía el derecho de saber que estaba mal conmigo.

—A pesar de lo que creas, Anna, es muy necesario que continúe —espeté con la voz entrecortada—, como te estaba diciendo, entré a la sala, haciendo el menor ruido posible. También te había comentado que la basura, que se hacía llamar padre delante de los vecinos, solía lastimarla, ¿no? Bueno, supongo que no hay que ser muy listo para sumar los factores, y tal vez mencionar la cruda realidad no sea adecuado, pero ¿ya qué? Lo que encontré al asomarme a esa estancia fue una visión digna de las descripciones de Dante.

«Ella estaba en el piso. Sus ojos abiertos de par en par, mirando directamente hacia mí. Unos rastros semitransparentes surcaban su rostro. Sus labios dejaban una pequeña luz entre ellos; si alguna vez habían tenido un color rosado, en ese momento no lo hubieras adivinado, ya que se encontraban rajados, secos y de un color azulado aterrador. —Inspiré y retuve el aire en mis pulmones, tratando de calmar el temblor que me gobernaba—. El vestidito de tela floreada, que siempre llevaba medio sucio por no tener otra prenda que ponerse, se encontraba arremangado a la altura de su cintura; dejando a la intemperie sus piernas delgadas y su vientre. La desgarrada ropa interior había quedado sujeta a uno de sus tobillos.

«Y el hijo de puta sonreía con satisfacción, observando su obra con lujuria, a sólo unos pasos; mientras se acomodaba el pantalón. Ese día, cumplía quince años. Ese día, la bestia, que se suponía debía cuidarla, la estranguló por resistirse a su abuso. —Mi cuerpo volvió a colapsar, tiré del escaso cabello que me permitía tener, llorando sin pudor. Me obligué a continuar—. Murió por culpa de un animal, por mi culpa. —Hipaba entre frases, moviendo mi cabeza de lado a lado, intentando que su rostro sin vida se extinguiera en mi memoria. Por otro lado, no quería que eso sucediera, merecía la tortura que éste causaba.

La Nerd PerfectaWhere stories live. Discover now