17. La maldición del Ángel

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- Esta pérdida - y fue afirmación y salió de su boca como si la esperanza de que estuviera bien se hubiese desvanecido- Esta, pérdida...

- Están haciendo todo lo posible por hallarla, Emm- la chica dejó de escuchar y se llevó sus brazos a los ojos donde no le importo comenzar a llorar sin consuelo alguno. Su abuela se había perdido, se habían accidentado por su culpa, porque ella había sido inconsciente en pedirle que se fueran de la casa de un chico que le había roto el corazón, había obligado que condujera en la lluvia y ahora, estaba sola, pérdida en el bosque.

Era su culpa.

Era su culpa.

- Emm...

- Es mi culpa Pablo- sollozó - Es mi culpa.

- No, Emma...

- Creo que volveré cuando se haya calmado un poco- Escuchó decir a la doctora, supuso que Pablo había estado de acuerdo por que escuchó la puerta cerrarse. El muchacho se acercó de nuevo a ella y la abrazó por los hombros atrayéndola para que descansara su cabeza en su cuello mientras las lágrimas caían una por una.

-Es mi culpa- rezaban sus labios morados, Pablo le acarició una mejilla y la espalda. Le dolía verla así- Es mi culpa Pablo, yo... le dije que nos fuéramos, le pedí irnos cuando estaba la tormenta. Soy una estúpida, soy una estúpida...

-No- le consoló meciéndola- No es verdad, tú no ocasionaste esto. No lo hiciste.

Pero claro que ella lo había hecho. Ella era siempre la culpable de todo.

- ¿Dónde esta mi abuelo?- preguntó tras sorber sus lagrimas en las manos.- Debe de odiarme- susurró en el hombro de Pablo, este le acarició la cabeza- Tiene todo el derecho a odiarme.

- ¿Qué estás diciendo?- Las manos del chico la alejaron un poco de los hombros y la miró con los ojos tristes, la chica trataba desesperadamente de aguantar las lagrimas pero ellas solas resbalaban una a una en sus mejillas. Pablo tomó su rostro y quitó con la punta de sus pulgares las lágrimas saladas de Emma- Tú abuelo no te odia- pero el llanto de Emma se profundizó más, como si las palabras del joven oficial fueran una broma cruel- Emma, mírame- Ella no no lo hizo, el chico la obligo hacerlo tomándola del mentón y esos ojos tan rotos le devolvieron su reflejo. Emma también estaba destrozada ¿Porqué estaba tan destrozada? ¿por qué estaba ahí?- Emma, tú abuelo no te odia. Tú no tuviste culpa del accidente y eso lo sabe Don Jorge ¿Por qué no me crees? ¡El mismo llegó al hospital a tu lado! Y no te soltó hasta que los médicos le dijeron que ibas a estar bien.

- ¿Estas mintiéndome?- Hipo en llanto. Pablo negó con la cabeza- ¿Es enserio?

- Por supuesto- le aseguró- Él no te culpa de nada Emm, estuvo aquí toda la noche y hubiese estado aquí cuando despertaste si no hubiese llegado Isaac por él.

– Soy un monstruo...

–Por supuesto que no lo eres– en la voz del oficial había cierta pena, Pablo comprendía ese dolor a la perfección. Esa culpa que te come el alma por qué sabes que pudiste evitar una tragedia, que pudiste evitar que se perdiera alguien. Pablo lo sabía muy bien, él había sentido esa sensación hace cinco años cuando su hermana, Verónica también se había perdido en el bosque.– No es tu culpa. No podías haberlo sabido ¿Quién podría haberlo hecho?

Emma entendía su punto de vista, pero no era exactamente ella culpa de que su abuela fuera víctima sino más bien la culpa y la vergüenza del porque había ido a parar a ese pueblo. Si ella hubiera sido más inteligente, más humilde y menos orgullosa. Si ella hubiera sido más paciente y menos impulsiva ni siquiera hubiera tenido que irse de la ciudad pero tanto ahí como en ese lugar la muerta siempre aparecía acompañarla.

El Secreto de Antuan ©Where stories live. Discover now