- ¿Y para que necesitarían dos? - levantó las manos el hombre, como si hablara de una obviedad.

- Es una norma que me gustaría acatar- Thomas miró directamente a su padre, sumiéndose en esas peleas que solo ellos comprendían.

- No hace falta- reiteró el padre. Imitando la voz amenazante que Thomas había empleado.

Las dos castañas, una más joven y la otra de edad más avanzada, se encontraban incomodas ante la pequeña discusión. La madre de Thomas, sobre todo estaba nerviosa, como si temiera que de pronto se mataran. Annabella por su parte, solo deseaba entender aquel odio que su esposo parecía profesar hacia su padre.

- Pero querida- intervino la madre ante la incómoda situación - Has de estar agotada de ese vestido- la miró de arriba abajo admirando el hermoso ejemplar que la joven portaba - Te guiaré a tu habitación.

- Pero...- dudó la joven, no sabiendo muy bien qué hacer ante la discusión de padre e hijo. Sobre todo, porque involucraba donde dormiría, aparentemente eso era un problema.

- Oh, no te preocupes por ellos- les quitó importancia con un ademán de mano y una sonrisa - Siempre son así.

- Ve con ella- indicó Thomas.

Annabella suspiro y miró con una sonrisa conformista a su suegra, quién solo se inclinó de hombros como contestación y comenzó a guiarla por las largas escaleras.

Cuando ambos hombres se cercioraron que ninguna de las mujeres estuviese cerca, regresaron esas miradas tan parecidas, enfocándose en las mil maneras en las que se podían asesinar.

- Deja de hablarle así a tu mujer- indicó su padre.

- Le hablaré como me dé la gana, es mía. - sonrió sarcástico - Y eso fue gracias a ti.

- Sabes Thomas, lo hice porque me pareció lo correcto.

- ¡Al diablo con tus suposiciones! - se adelantó dos pasos - Ambos sabemos por qué lo hiciste.

- Puede ser hijo, pero tu sigues igual de atado que cuando aceptaste el matrimonio ¿No es así?

Thomas apretó fuertemente la quijada en contención de sus impulsos y lo miró desafiante. Por unos momentos simplemente observando la cara de satisfacción de su padre.

- Sigo tan atado como dices- aceptó yendo hacia la habitación de donde sus padres habían salido - Pero, tu sabes como soy- le habló más fuerte al encontrarse en el salón adyacente, y después de unos segundos salir con una copa de Weskey - puedo ser bastante impredecible.

- En ese caso, más te vale recordar la fina línea que no puedes pasar hijo. O te atienes a las consecuencias.

- Tu también estas un poco atado - lo apuntó con la mano que sostenía su vaso de alcohol - ¿O cómo piensas explicarle a mi mujer?

- Soy astuto- sonrió el hombre mayor.

- Yo también.

Annabella estaba entrando en la recamara que su suegra le indicaba, una preciosa alcoba con unas paredes tapizadas a la forma imperial en colores rojo Venecia, en ellas colgaban petulantes algunos cuadros de pintores famosos, un enorme mural de tela con las tierras conocidas pintadas en el; los muebles de madera eran visibles en toda la habitación, la cama de dosel que se elevaba alta e imperiosa sosteniendo en lo alto un techo de madera y unas pesadas cortinas rojas que se podían recorrer para ocultar la cama, dos hermosas mesitas de noche a cada lado de la cama y en ellas un bello candelabro con velas encendidas, en lo alto del techo, colgaban dos hermosos candiles a cada lado de la cama. También había una pequeña salita de sillas de madera con asientos de un rojo más claro, un alargado sillón color crema y en medio una hermosa mesa de madera, una chimenea daba el toque especial para el lugar. El suelo estaba cubierto de una alfombra roja que acababa de completar la que ella nombraría como la habitación roja.

La Condena Del AmorWhere stories live. Discover now