Capítulo 7

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El esperado día de la boda había llegado. Desde tempranas horas, Annabella estaba preparando los últimos detalles, indicando el lugar de algunas flores, cerciorándose de la comida, revisando la bajilla, contando las maletas que ya estaban dispuestas para que se las llevaran a su nueva casa.

De paso, se despedía de su adorada casa, donde había sido sumamente feliz en compañía de sus primos y amigos, cada muro era un recuerdo y cada rasguño era un recuerdo de alguna travesura en la que era metida en contra de su voluntad, normalmente por Katherine o Elizabeth.

Esta vez, las cosas era un poco diferente, aunque toda su familia había llegado para la boda, la casa en realidad se encontraba vacía. Desde que sus primas se habían casado, invitaban a sus padres a hospedarse en sus casas, y en el caso de Katherine, también se llevaba a sus dos hermanos con ella. Marinett había invitado a la familia Donovan, por lo cual Charles estaba ausente en la casa al igual que Gregory y su esposa Clare. Elizabeth se había llevado a los adultos, como los padres de los Donovan y sus mismos padres.

Era extraño caminar por esos pasillos sin encontrarte a un alma conocida, o al menos, a un alma que desearas conocer, no como las hermanas Besukon que eran un dolor de cabeza, y, de hecho, estaban más insoportables que nunca. Estaba su abuela y su madre, pero ellas más bien se la pasaban perdidas entre los detalles de la boda, no tenían tiempo para platicar con ella o hacerla sentir menos nostálgico.

Normalmente, las bodas de las mujeres de Bermont se celebraban en la casa, desde la ceremonia hasta la fiesta, pero, en esta ocasión, por petición especial de la familia Hamilton, habían sugerido que la ceremonia se llevara a cabo en la Catedral de San Pablo, lo que parecía ser una tradición en la casa de su prometido. Y ese era el motivo por el que nadie se hospedaba ese día en la casa, se encontrarían en la iglesia y después retornarían a Bermont, pero sin quedarse en la casa.

Esa decisión no le había gustado para nada, la hacía sentir sola como novia, aunque no tenía mucho tiempo para quedarse a pensar, en realidad si le dolía el no tener a esas escandalosas mujeres persiguiéndola, o a sus enfadosos primos molestándola.

-Annabella querida- llamó de pronto su madre, haciéndola notar que había caminado sin rumbo y ahora se encontraba en el jardín.

- ¿Sí madre? -le preguntó dudosa, totalmente fuera de la realidad.

-Es hora de que te vistas, ¿A qué esperas? - la regañó la mujer al ver lo distraída que estaba la joven.

-Oh, sí, lo siento madre- se disculpó la joven.

-¡Por todos los santos! -se quejó Cristina caminando hacia la casa -¿Quién me manda a tener una hija tan despistada?

Annabella simplemente sonrió hacia su madre y alargo una mano para tomar una rosa que le quedaba al alcance. Tal vez fuera bastante sensible, pero guardaría esa rosa para recordar esos jardines que ya no podría cuidar, esa casa en la que ya no despertaría.

-¡Annabella! - volvió a escuchar la voz molesta de su madre.

La castaña asintió varias veces y caminó hacia la casa, jugueteando con aquella rosa blanca que guardaría como un tesoro.

-Por Dios niña-la regañó su madre -¡Date prisa!

Annabella asintió varias veces antes de correr escaleras arriba para no seguir escuchando más regaños por parte de su madre. Entró a su habitación donde las doncellas se mostraban desesperadas por no poder adelantar el trabajo. Rápidamente, en cuanto puso un pie en la casa, una de las mujeres el tomo de los brazos y la llevó a una tina caliente, llena de pétalos de gardenia.

-Han traído mis favoritas-sonrió la joven complacida hacia la doncella.

-¡Por supuesto que sí! - declaró una voz divertida entrando en el cuarto de baño -¿Sabes cuánto tarde en encontrar esas malditas flores? -sonrió Elizabeth.

La Condena Del AmorWhere stories live. Discover now