Prólogo

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En las familias existen toda clase de integrantes que ayudan a la compenetración de los miembros, provocando una unión única y original, variando, por supuesto, en las clases sociales que regían a la antigua Inglaterra y las adineradas familias que gozaban de beneficios que solo los nobles podían gozar.

Entre ellos, existía una prestigiosa familia que anteriormente era una de las casas con mejores ejemplares femeninos para el buen negocio del matrimonio, y se dice negocio, porque era más que normal que así fuera, a los ricos solo les interesaba ser más ricos, tristemente, las mujeres, siendo consideradas una clase inferior a comparación con el género masculino de la sociedad, se les asignaba como buena mercancía de cambio, los famosos floreros, de los que tanto se habla.

Muchos recordaran la casa Bermont, de donde las jóvenes casaderas eran más bien la categorización de la perfección de una mujer, por lo menos en belleza, ya que las Bermont no eran precisamente unas almas dulces que se vieran afectadas por las normas de aristocráticas que regía la sociedad, algunas eran tan intransigentes en su forma de pensar que alarmaban a mas de algún corazón con buenos modales y valores.

Las mujeres de Bermont desafiaban constantemente los deberes que las mujeres debían ejercer, esto debido a que el lado femenino de la población, tenían pocas tareas de las cuales se debían preocupar. Como lo era el saber el mantenimiento de una casa, pidiendo, claramente, el permiso pertinente de tu marido para cualquier tipo de cambio o intervención; también estaban las organizaciones de fiestas , las cuales eran previstas por el dueño de la casa; tener una despensa llena y con los alimentos favoritos del señor, la servidumbre adecuada para toda clase de orden que saliera de los labios del marido... en realidad, la mujer solo tenía que ser hermosa, encantadora, agraciada, fiel, platicadora y claro, lo más importante, tenían que ser fértiles, porque para eso se casaban los hombres, se necesitaban herederos, si una mujer no podía procrear, prácticamente era inservible.

Esto era lo que Annabella Ayshane Korsakov sabia del matrimonio. Su madre la había instruido bien en el arte de ser una mujer, al menos una que Cristina de Korsakov, consideraba buena mujer. Su madre le había enseñado a ser siempre sumisa, aceptar con docilidad los asuntos que eran diferentes para los hombres, entendía que su deber era siempre amar y servir a su marido. Sobre todo, lo esencial para su madre era OBEDECER.

Le recordaba constantemente lo mismo, si deseaba casarse con bien, lo primero que debía pensar era que ella era una sierva del señor del cielo y después de su esposo. Pero, la joven no solo tenía influencia de su madre. Gracias a que había crecido bajo el seno de su abuela y con la convivencia de sus tres locas primas, Annabella tenía otra forma de ver la vida, aunque en esta tampoco se incluyera el debatir con un hombre, pero ella creía en el amor, uno puro y rodeado de dragones, caballeros ambulantes, hechizos mágicos y torres tan altas como montañas.

Si, se podía decir que Anna vivía en una realidad paralela, una en un entorno rosa y sin sufrimiento. Al ser una noble de Rusia, y una nieta de Bermont, la joven no había sufrido prácticamente ningún dolor o sufrimiento, si quiera había tenido que esforzarse por algo que quisiera. Eso, por supuesto, no la hacía una chica consentida, al igual que todas las mujeres de Bermont, pasaba su tiempo a su manera, disfrutando la vida como mejor se le viniera en gana.

Para Annabella, su máxima diversión se basaba en tres cosas fundamentales: la primera, todo lo que tuviera que ver con el arte; Annabella prácticamente era una prodigio con lo referente a la pintura, dibujo, el piano y la costura. Segundo; la naturaleza, todo lo que tuviera que ver con plantas y animales, Annabella lo adoraba. Y, por último, su mayor pasión: los libros.  Específicamente, los romances, las novelas. Que era lo único que las mujeres tenían permitido leer, a pesar de lo que Katherine le gritoneara siempre, los únicos libros que la atrapaban eran con referencia a un caballero gallardo que amaba a una hermosa joven.

Annabella tenía la influencia directa de sus alocadas primas, que, a pesar de ser mujeres con un carácter bastante... peculiar, habían logrado casarse con el amor de su vida. Su madre siempre le recordaba que el amor en realidad no existía, que era algo efímero que de vez en cuando se llegaba a sentir, y no continuamente, sino en lapsos simultáneos de felicidad, por esa razón le prohibía cualquier tipo de novela que relacionara el amor con una pareja, cosa, que Annabella, por supuesto, ignoraba.

Y es que, ¿cómo habría de enseñarse a ella misma a no amar?, cuando Annabella, con su dulce carácter, prácticamente amaba a todo el mundo, era compasiva y tenía tendencias a no ver el mal en las personas, un alma pura, asociada muchas veces a un ángel en la tierra.

Ella estaba segura de que tenía una misión en esa tierra, y seguramente, sería una aventura como las de sus historias, aquellas novelas que tanto amaba.

Holaa Nuevo capitulo, nueva historia, un gusto leerlas y a empezar otra historia, lo siento por tardar!!!

La Condena Del AmorWhere stories live. Discover now