Capítulo 4

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Que favorable eran los días después de un invierno atroz, marzo comenzaba a entrar en el calendario, y por consecuente, primavera, lo cual significaba, la estación favorita de Annabella y claro, el cumpleaños de un pequeño bebé, quién se dignaba a cumplir dos por esas fechas.

Su madre, por supuesto, al ser su primer y único hijo, se entusiasmaban con la elaboración de su cumpleaños, logrando planificar una hermosa fiesta en el jardín de los Seymour, dándole un pequeño respiro a Annabella con la organización de la boda. Cristina, la madre de la joven rusa, día tras día, la mantenía atareada entre miles de mandados con referencia a la fecha, porque ahora, solo quedaban dos meses para su boda, en un inicio, cuando su madre le dijo que sería dentro de cinco meses, la joven en verdad pensó que era mucho tiempo, pero al momento de ocuparse de los arreglos pertinentes para el día en el que se casaría, refutó todo pensamiento anterior, ahora pensaba que le harían falta hasta horas del día para alcanzar a hacer todo.

Otro punto importante era, que su prometido no la había ido a ver ni una sola vez desde que se "comprometieron", actitud que ponía de nervios a todos, excepto a la joven novia quien parecía no entender la alarma de sus parientes. Incluso se había sorprendido hablando con alguno de los esposos de sus primas, quienes disculpaban el comportamiento de su amigo, como si hubiera hecho algo malo.

Para Annabella no era tan importante, normalmente, cada jueves recibía una carta de Thomas, informándole donde se encontraba, tal parecía que su padre lo había mandado a arreglar unos asuntos de sus tierras a Brighton.

Ese día, Annabella bajó las escaleras con su madre y sus dos fastidiosas primas, quienes jamás se marcharon al decir que de todas formas vendrían a la boda y sería un desperdicio de dinero invertir en dos viajes que se realizarían en un periodo realmente corto. Por lo tanto, eso le daba a Annabella la agradable compañía de sus dos primas rusas, quiénes todos los días le recordaban que su prometido no la había ido a visitar ni una vez.

—Oh querida Annabella— dijo Milenka —Me da tristeza tu situación.

Annabella, tenía los ojos enfocados en unos bocetos para su vestido de novia, por lo cual, sus primas no notaron como rodo los ojos con exasperación al volver a tocar el mismo tema de siempre. Cada que salía su madre de la habitación, era igual.

—Agradezco tu compasión— sonrió la joven y volvió a concentrarse en los bocetos.

—Bueno, además no te ha dado sortija y hace más de dos meses que ya están prometidos, o bueno, el anuncio oficial— dijo esta vez Dasha.

—No necesito joyas— contestó la mujer con simpleza —No soy tan superficial como para añorar una argolla.

—¡Por Dios! — se alteró Milenka —Hasta me parece que no eres rusa.

—En Rusia es necesario el afecto, pero es mucho más congraciante cuando lo hacen notar con joyas.

—Como he dicho— reiteró la joven —No necesito eso.

Como si Dios se apiadara de ella, dos toques en la puerta les llamaron la atención, sin esperar una contestación, uno de los mayordomos asomó su cabeza y buscó a la castaña en el salón.

—¿Qué sucede Edgar? — preguntó Annabella con una dulce voz.

—Mi señorita— sonrió —Desea salir o prefiere que yo me introduzca.

—Pasa Edgar, ¿Por qué tanto misterio? — sonrió la joven ante la actitud del hombre mayor.

El mayordomo, vestido elegantemente y con una postura firme y erguida, se introdujo en el pequeño saloncito, donde Annabella disfrutaba de preparar su boda. La joven miró expectante al hombre canoso y de bigote gracioso, esperando la resolución de toda esa actitud.

La Condena Del AmorWhere stories live. Discover now