Capítulo 8

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En el viaje hacia su nuevo hogar, Annabella aparentó estar dormida todo el camino, tal vez su actuación no fuera muy aceptable, pero tenía que encontrar una manera de no hablar con él sin parecer grosera. La verdad era que le temía un poco, Thomas siempre había sido intimidante y muy dominante, pero ahora que era su esposa, prácticamente era su dueño, con lo sucedido en la carroza la vez pasada, la joven pretendía no alterar los nervios de su marido, los cuales parecían exaltarse con tan solo una mirada de su parte.

Annabella fue consiente de cuando la carroza paró abruptamente, seguramente frente a la casa de los Hamilton, la cual ya le era un poco conocida, aunque no demasiado.

Thomas bajó de la carroza sin despertarla, y con las palabras subsecuentes, Annabella se dió cuenta de que su farsa había sido una total perdida del tiempo, ya que le dijo, con un tono neutro, que bajara también, aparentemente sin intentar aparentar que la despertaba. La pobre castaña no sabía dónde meter la cabeza por la vergüenza de haber sido descubierta dentro de su farsa, seguramente, Thomas estaría enojado o por lo menos, la juzgaría de infantil.

Annabella, con la poca dignidad que le quedaba, aceptó la mano que Thomas le ofrecía y se posiciono correctamente el hermoso abrigo que era parte del ajuar que Giorgiana había confeccionado para ella.

A pesar de ser primavera, durante las noches refrescaba lo suficiente como para ocupar abrigo. Thomas simplemente paso un brazo por sus hombros y la acercó a su cuerpo para proporcionarle abrigo hasta que se introdujeran a la casa.

Subieron los escalones que los llevarían a la puerta de la casa, donde un hombre alto y de traje impecable, los esperaba con una cara seria y una postura erecta. Annabella volvió la vista hacia su esposo, el cual miraba desinteresado hacia una de las ventanas de la casa, una de las pocas que continuaban iluminadas a esas horas de la madrugada.

Dentro de la mansión, una agradable chimenea hecha puramente de mármol contenía un fuego centellante que proporcionaba calidez a la casa, los candiles y candelabros seguían encendidos, iluminando la estancia a pesar de ser ya muy tarde como para mantenerlas encendidas. Pero gracias a eso, la joven Annabella era capaz de ver esas pinturas que formaban en techo de la casa Hamilton.

- Mi señora- se disculpó el hombre que atendió la puerta- ¿Me lo permite?

La joven asintió azorada al no darse cuenta de que el pobre caballero la había tenido que seguir hasta el centro del salón, gracias a su distraída cabeza, no fue capaz de notar que deseaban recogerle el abrigo que llevaba en los hombros.

- Gracias- sonrió encantadora al mozo, quién solo se sonrojo ante la hermosa presencia femenina y lo disimuló perfectamente ante el joven amo.

- ¡Hijo! - el padre de Thomas salió de una de las habitaciones que seguían iluminadas, tras de él, su hermosa esposa Marie.

- ¿Qué hacen despiertos? - preguntó el hombre.

- Los esperábamos - contestó su madre con una voz pausada y cordial.

- Bueno, gracias- Thomas hablo cortantemente a sus padres, sorprendiendo sobremanera a su esposa. - Nos retiramos.

- Espera hijo- lo llamó su padre- ¡Ni siquiera sabes cuál es su habitación!

- "Su"- entrecerró los ojos el hombre - Solo una. - dijo con enojo disimulado.

Annabella se mantuvo callada ante los intercambios agresivos entre los dos hombres de esa casa. Por lo poco que llevaba de conocerlos, era fácil deducir que los hombres Hamilton no se llevaban bien, aunque si le preguntaban, la culpa sería de Thomas, puesto que su padre siempre era amble y alegre, aún ante los desprecios de su hijo mayor y heredero.

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