—Ha llegado esto— sonrió el hombre tendiendo un pequeño paquete.

Annabella miró la cajita forrada de terciopelo azul. La miró por un momento con el ceño fruncido y miró al mayordomo en busca de respuestas.

—Tome mi lady, viene con esto— le entregó una pequeña carta, al darle la vuelta, el sello nobiliario de los Sutherland, solo existían dos anillos así, uno lo tenía el padre de Thomas, y el otro, era de su prometido, aunque tenían algunas diferencias, al de su futuro esposo le faltaban algunos adornos del emblema de su casa, cosa que el de su padre si tenía, según sabía, el emblema se grababa cuando el nuevo marques absorbía sus labores, sustituyendo al anterior.

Annabella rápidamente abrió el sobre y leyó en contenido, sus dos primas se encontraban más curiosas que nunca, deseando abrir ellas mismas la caja misteriosa.

***Lamento no estar ahí para dártelo en persona, pero tengo la esperanza de que sea de tu agrado, te veré pronto, me despido con cariño Lady Korsakov.

Atentamente: Thomas Hamilton, Conde de Melbourne***

Annabella sonrió sin siquiera pensarlo y se apuró a abrir la cajita que tenía en su mano, abriéndola ante los ojos de los tres intrusos, que eran sus dos primas y el mayordomo. En cuando la joven abrió la cubierta, un hermoso anillo asomó su resplandor ante los ojos de los curiosos. Ante sus ojos estaba el anillo más hermoso que jamás hubiera visto, era un anillo de oro blanco, con miles de incrustaciones de pequeños diamantes en todos lados, la forma era de una hermosa rosa que en ese caso era plateada, y en el centro un gran y hermoso diamante central que terminaba de formar la rosa.

—No lo puedo creer— dijo la joven con una sonrisa.

Sacó el hermoso anillo de su cajita y rápidamente se lo colocó en el dedo indicado. Miró a sus primas como si les agradeciera el que hace un momento se burlaran precisamente de eso y observó el anillo en su mano izquierda.

—¡Pero si es precioso! — se exaltó Cristina al entrar en la habitación — A ver querida, déjame verlo.

Annabella alargo su mano hacia los ojos de su madre, disfrutando de como esta asentía varias veces en conformidad con la argolla otorgada.

—Hermosa mi niña— asintió la mujer —No mereces menos.

Annabella sintió y se puso en pie.

—Tengo que cambiarme para la fiesta de Jason— informó la joven ante las miradas de las mujeres.

—Claro— asintió su madre —Ve cariño.

Annabella subió las escaleras para dirigirse a su recamara, anteriormente, todo ese piso seria de ella y sus primas, pero ahora, las habitaciones estaban desoladas y la calma era pasmosa. Sus primos varones salían con regularidad, por lo que la casa, en su normalidad, era silenciosa y nada interrumpía esa calma.

La joven entró en su recamara y el cerró tras de ella, recalcándose en la puerta e iluminando el lugar con una sonrisa. Miró nuevamente la joya que yacía en su dedo y se tocó el corazón. Esperaba verlo pronto.

Pero no tenía tiempo para eso, se apuró en cambiarse el vestido para uno más apropiado. La fiesta sería en el jardín, por lo cual, necesitaría un atuendo que no le fuera tan incomodo, pero no dejara de ser elegante y alegre, un sombrero también estaba en su lista, al igual que unos guantes cortos de malla de satén, con un hermoso moño adornándolos en la superficie.

Para las doce del día, su madre, abuela y dos primas junto con Annabella, partían a la casa de los Seymour para el cumpleaños del pequeño Jason.

La Condena Del AmorWhere stories live. Discover now