Él acarició su mejilla con su nariz, inhalándola. La sonrisa más grande esculpida en su rostro, como el de un gato que atrapó un canario.

-Sabía que estarías bien-susurró él con alivio.

-Adam...

-Shhh, no digas nada, lo solucionaremos cuando te sientas mejor, ¿Vale?

Ella asintió, a pesar de que el movimiento sacudía su cuerpo adolorido.

Hizo una mueca.

-Llamé a tus padres, están en camino.

Tragó saliva a pesar de la sequedad en su boca.-No debiste hacerlo.

-Tus padres deberían saber lo que ocurrió.

-No tenías que preocuparlos. Estoy bien, no es nada grave- mintió.

-Dios, Stephanie, estabas por morir- sus ojos se cristalizaron recordando lo ocurrido-, y perdías demasiada sangre. Además, es tu familia y no deberías ocultarles algo importante.

Eso se sintió como un golpe en el estómago. Sus padres ni siquiera sabían de su bebé. Y ahora estaba discutiendo por algo que pudo haber hecho y no lo hizo.
El silencio se instaló entre ellos.

-¿Tienes sed?- preguntó Adam, volviendo a centrarse en ella.

-Sí.

Él se dirigió a la mesita y llenó un vaso con el agua que la enfermera había traído.

Stephanie lo observó. En cada movimiento parecía seguro de sí mismo. La camisa se adhería a sus omóplatos, acentuando cada valle de su espalda. Sus manos ansiaban por poder deslizarse en su espalda, para sentir el poder de su piel contra la suya.
Conocía el perímetro de su cuerpo, así como el área, y eso que nunca fue buena en matemática. Su lugar favorito era la base de su cuello, donde su suave piel emanaba ese exquisito aroma.

Si podía vivir ahí lo haría. Sus dedos estarían adheridos a su nuca, entre sus rizos oscuros, sus talones clavados en sus muslos y su cadera pegada contra la de él.

Adam podía sentir la mirada de ella clavada en su cabeza. Él actuaba con una seguridad que no sentía. Por dentro era derribado ante la belleza de esa mujer y su enorme corazón.

Sus labios estaban hormigueando por el casi beso que le dio.
Ella no sabía lo que él quería hacerle a su boca, y no era un simple roce de labios y picoteo de adolescentes inexpertos; era devorarla completamente hasta que estuviera sin respiración y deseando poder rogar por más.

Se dio la vuelta, dirigiéndose a la mujer de su vida y futura madre de su hijo.
Su cuerpo tendido en la cama le rogaba al suyo por su toque. Se notaba en la forma en que sus pezones se endurecían.
Su polla despertó en sus pantalones.
Tranquilo vaquero.

Desde que se alejó de ella, sus noches consistían en convivir con su mano e imaginarse a tal exuberante chica debajo de él. No se había masturbado desde que era un jodido adolescente de quince años, y pareció volver a esos años donde, en cada minuto que su memoria tomaba cuenta, su amigo despertaba y tomaba las riendas de la situación.

Sonrió cuando la encontró con la mirada fija en su retaguardia. Claro que ella apartó la vista y se sonrojó furiosamente. Verla con ese brillo en los ojos se sentía como el cielo, porque si esa luz se apagaba como lo hizo unos instantes entre sus brazos, el infierno se desataría alrededor.

Tuvo problemas cuando golpeó al policía que estaba apartándolo de la ambulancia, pero por suerte su tío hizo una magnífica aparición mientras lo dos policías lo tenían esposado contra un auto. Nunca se sintió más salvaje en su vida.

Seduciendo al mejor escritorWhere stories live. Discover now