-No llores Sophi- le dijo Blake llegando al encuentro de los niños, al tiempo que Annabella llegaba con Jason y Ashlyn en brazos.

A veces pensaba lo difícil que era tener hijos, ella normalmente era asignada como niñera oficial de sus sobrinos, cosa que le fascinaba, pero eran tan traviesos e hiperactivos como sus padres. Además, solo se llevaban por algunas pequeñas diferencias de edades: El más grande era Archie con seis años, luego, los gemelos con cuatro, Sophia con tres, Ashlyn con dos y Jason por cumplir también los dos años.

-Sophia no deberías portarte así- dijo dulcemente Annabella -¿Sabes que hoy es navidad? Nunca ha habido regalos para los niños malos.

-¡Yo he sido bueno! - levantó la mano Adrien.

-No es cierto- refutó Blake bajando la mano que su hermano había levantado mordazmente- ¡Ayer rompiste mi muñeca!

-¡Ella me dijo que lo hiciera! - se excusó el niño.

-Las muñecas no hablan Adrien- respondió su hermana con obviedad, pero de un momento a otro le entro duda y miró a su primo mayor -¿Verdad Archie que las muñecas no hablan?

-No Blake, las muñecas no hablan. - respondió el mayor con un tono aburrido.

-¡Niños! - llamaron de pronto desde la entrada.

Los ojitos de los pequeños volaron hacia la casa Bermont, donde las madres de cada uno los buscaba con una cara de fastidio evidente.

-Mamá está enojada- susurró Blake a Adrien.

-¿Qué hacemos? - dijo el niño con miedo.

Ambos se miraron unos segundos antes de asentir al mismo tiempo.

-¡CORRE! - gritaron los gemelos.

Annabella entendió que no solo había sido una orden para ellos, sino que provocaron que todos sus sobrinos se alteraran y comenzaran a correr en direcciones opuestas. Eso sería un problema. De hecho, tal vez hubiera funcionado si tan solo sus padres no estuvieran cerca y los interceptaran a la carrera.

La joven castaña rió a lo bajo al ver a los padres complicándose con los pataleos de sus hijos mayores mientras Annabella llevaba hacia las madres a los más pequeños, quienes no habían logrado hacer mucho por ese escape.

-Gracias Anna- sonrió Marinett al momento en que tenía a su pequeño en brazos.

-¿Por qué has llorado Ashlyn? - pregunto Kate a su hija, a lo que solo recibió como contestación un montón de burucas que Katherine hacia como que entendía.

Annabella dejó a los padres con los problemas de sus hijos, internándose en la casa para sentirse acogida por aquel espíritu navideño que albergaba la casa. Como había dicho antes, ese día se festejarían las navidades, los Bermont se habían dado la tarea de ser los anfitriones este año, y como todo en su familia, las cosas se habían salido de control, exagerando cada uno de los detalles y haciendo esta fiesta un degenere total, o eso es lo que decía William.

Si uno se introducía al salón donde se celebraría la noche de navidad, se lograba localizar con gran facilidad el abeto que estaba siendo decorado por las mujeres de la casa, todas, tanto las doncellas, como las chicas que anteriormente residían en Bermont, los niños llevaban las esferas con afán y colocaban entusiasmados los adornos. Había guirnaldas, moños, esferas, flores de navidad, regalos y muérdagos. Se comenzaban a poner en sus lugares los ponches, y las botas de tela de los niños colgaban de la chimenea con la esperanza de que al día siguiente encontraran algún dulce ahí dentro.

El ambiente era de una total felicidad, y en la noche, sería aún peor, puesto que no solo asistirían los familiares de Bermont, desde que sus primas se habían comenzado a casar, las familias de los esposos de éstas también eran invitados, y claro, no eran los únicos, había otras docenas de familias que también asistían a la celebración.

La Condena Del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora