Capítulo 5

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Es una tarde gris y hace mucho frío afuera. Tomo mi chaqueta y bajo rápidamente las escaleras, de nuevo llegaré tarde a mi clase de piano. Estoy por abrir la puerta y justo un cartero llama.

—¿Vive aquí Alfred Wesley?

—Sí ¿Qué sucede?

—Tengo una carta que entregar. ¿Se encuentra el señor?

—No, pero soy su hija, puede dármela

—¿Usted también vive aquí? —Pregunta el imbécil, rayos tengo que irme.

—Sí, vivo aquí. ¿Algo más necesita saber?

El hombre me observa con mala cara y luego de firmar una planilla me entrega el sobre, lo deposito arriba del mueble más cercano que tengo y salgo. Tomo el primer bus que pasa y luego de unos minutos bajo para caminar las cuadras que faltan hacia la academia.

Ha comenzando a lloviznar y las nubes grises ahora se tornan negras. Apuro el paso mientras observo algunas vidrieras y antes de cruzar la avenida escucho unos frenos chillar contra el pavimento y el inconfundible sonido del choque. Me quedo estática en la esquina mientras las personas de los comercios salen corriendo para ver que ha sucedido. Observo todo desde mi lugar, un auto notablemente nuevo con el cristal del parabrisas estallado. Más adelante, una moto hecha añicos en medio de la calle y, a unos metros más lejos, un joven tendido en el suelo probablemente inconsciente. Una ambulancia y patrulleros se hacen presentes y para este entonces, todo mundo esta mirando que sucede. Suben al joven a una camilla y logro observar como la sangre emana de su cabeza. Tengo que irme de aquí. Sigo caminando y entonces un policía se me pone enfrente.

—¡Testigos! ¡Testigos! —Grita él junto a otro uniformado, siento una mano en el brazo y trato de safarme.

—Yo no vi nada ¿Qué hacen? No, no, no...

Pero todo sucede demasiado rápido y cuando me doy cuenta estoy dentro de un patrullero junto con otra mujer. No, no puede ser. Tengo miedo. Llegamos a una delegación de policía y las manos me tiemblan de nervios.

—Oiga no puedo estar aquí, soy menor —Le explico a otro uniformado.

—¿Cuántos años tiene señorita?

—Diecisiete

—Bien, muéstreme su identificación

—Lo siento, no la traigo

—Entonces tendrá que quedarse aquí

Me conducen por un pasillo y me indican que tome asiento fuera de una de las oficinas, quiero irme pero otro oficial está de pie a mi izquierda y tiene una cara que da miedo. Busco en mi bolsillos el teléfono para llamar a mi padre pero no lo tengo, no puede ser, lo olvidé por atender al cartero. Le pregunto al oficial si hay algún teléfono aquí que pueda usar y me señala uno de pared a unos metros. Corro hacia él y comienzo a marcar hasta que me doy cuenta que el número que pienso llamar y el único que se de memoria es el teléfono fijo de casa, serán como las cuatro y mi padre no llega sino hasta las seis.

Desesperada vuelvo a buscar al oficial en un intento de hablar con él hasta que veo como un hombre cabizbajo es conducido bruscamente por dos uniformados y, detrás de él, con gesto muy serio y frío, calculador y seguro de sí mismo, el señor con el cual pasé la noche más increíble e inesperada de mi vida.

—Frederick —Su nombre parece salir solo de mis labios y por unos instantes voltea y clava sus verdes ojos en mi, como si no pudiera creer que era yo quien estaba allí. Camina unos metros más hasta que el sujeto es adentrado en una oficina y, con pasos veloces, se dirige a mi y tomándome de ambos brazos me empuja hacia otro pasillo.

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