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—¿Qué es lo que quieres hacer hoy?

No habían encontrado ningún caso, así que decidieron tomar un descanso de un par de días. Sam había tomado la extraña costumbre de dormir todo el tiempo y sólo despertarse para comer y hacer sus necesidades. Dean y Castiel se extrañaría al principio, el extrovertido Sam quien consumía ensaladas y hacía pesadas rutinas de ejercicios al día. Pero también era el que más duro trabajaba, aquellas eran las conclusiones de Dean. Él y Castiel comenzaron a pasar más tiempo juntos desde entonces, fingian tener el lugar para ellos sólos. Había días en los que deseaban salir u otros en los que ni veían la luz del día ni por la ventana.

—No lo sé, ¿qué es lo que tú quieres hacer? —le preguntó Dean a Castiel, que descansaba su cabeza en el regazo del muchacho. A pesar de la suavidad con la que Dean le revolvia el cabello, mantenía una expresión de enojo.

—¿Te encuentras bien? —esta vez se sentó a su lado, dejando caer su espalda en el sofá. Cada vez más segundos de silencio los separaban.

—No —. Sacudió su rostro —. Digo si. No lo sé. No me siento de humor. Estoy peor incluso que otros días.

Castiel ladeo su cabeza hacia un costado.

—¿Entonces no quieres hacer nada?

—No.

—¿Quieres estar sólo?

—Me da exactamente igual —. Dean estaba comenzando a fastidiarse.

Se había levantado con el pie izquierdo ese día, había tenido un sueño muy hermoso que le había arruinado el día. Sam con doce años, Dean con dieciséis, sus padres vivos y juntos, eran felices. Quizás más que enojo era tristeza pero le costaba reconocerlo. También existía la frustración, no lo sabía con exactitud. De todas formas, sea la emoción que sea, el peso caía sobre Castiel. Sobre sus preciosos ojos y su dulce voz, sobre lo amable que podía ser con Dean aunque todo se esté llendo por por las puertas del infierno. 

No sabía por que. Le agradaba estar con el y sabía lo que podía significar. También sabía que no por nada Castiel era tan particular con el pero no podía terminar de tragarlo. Era como un pie con la cara de Castiel y suya tomados de las manos y besándose, el cual debía comer. Los ingredientes eran los sentimientos, cariño, simpatía, hasta incluso crear un propio universo cuando estaban sólos. Demasiado bueno y lo bueno en su vida no duraba tanto tiempo.

—Entonces... podré quedarme que eso no va a molestarte — aclaró Castiel — o podría irme que tampoco te enfadarse con eso y...
—¡Haz lo que se te de la maldita gana, Castiel! —Dean cubrió su rostro con las manos. Luego de aquello se dirigió a su habitación sin decir nada.

Ni el mismo llegaba a soportarse, por culpa de aquel sueño el había perdido un maldito día con su amigo, y eso le apenaba ya que venían pasando momentos increibles. Pasó el tiempo pensando en cómo habría sido su vida si su madre jamás hubiese hecho aquel trato con Azazel. Tal vez, ha esa altura ya podría tener hijos, inscribirlos en algún Instituto cerca de su residencia, una esposa muy hermosa. Quizás podría haber sido Lisa o tal vez no. Daba por seguro que su madre iba a malcriar a sus muchachos y su padre iba a enseñarles béisbol. Y cuando su princesa presentara a su príncipe, John y Dean serían los más rudo posible con el muchacho. Sam y Mary, en cambio, serían amable con él intentando que el muchacho no huya por la puerta aterrado.

O tal vez, el apocalipsis hubiese surgido igual, tal vez los ángeles tendrían que descender de todas formas, tal vez Dean y Sam deberían volver a ofrecer sus cuerpos otra vez. Tal vez, sólo tal vez, todo acabaría igual, envueltos en el búnker, sin hijos, con Castiel descansando su cabeza sobre el regazo de Dean y este luchando para no pensar que se veía adorable.

—¿Dean? —los pensamientos se borraron al instante de oír aquella voz. Castiel se asomaba por la puerta. Dean se sentó en la cama sacudiendo su rostro, por segunda vez en el día.

—¿Qué? —preguntó de mala gana. —Es tarde, ¿Vas a cenar? —era la excusa más estúpida que había oído en su vida. Volvió a tirarse en la cama, quejumbroso. Por cansancio, Castiel se fue. Dean lo pensó varios segundos.

—¡Cas! — el nombrado sonrió, había pronunciado su nombre con la misma suavidad de sus sabanas, las cuales eran realmente suaves. No se había movido, sólo lo llamó desde la cama.

—¿Si? —se asomó por la puerta intentando ocultar su sonrisa. Dean se sentó en el borde de la cama y lo miró.

—Tal vez si quiera cenar.

 Destiel |One Shots| Where stories live. Discover now