capitulo once

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Día veintisiete (pronto terminara este día, lo prometo):

Ante el sonido de la puerta siendo tocada las miradas de ambos hombres se separaron para clavarse en la puerta de madera.

Luego volvieron a mirarse, preguntándose silenciosamente que hacer. Quizá fuera solo McGonagall que venía a ver que estuviera todo bien con Potter, o un elfo domestico trayéndole algo. Alguien prescindible con quien Severus podría hablar después, luego de la confesión de Potter, aquella que se moría de ganas de oír.

Y Harry se moría de ganas por decirla de una vez. Soltarle. Confesarle a Severus lo que despertaba en él.

Ambos parecían bastantes seguros de que lo mejor sería ignorar el toquido cuando este se repitió, ahora acompañado por una voz.

-¿Padrino?-llamo la quejumbrosa voz de Draco. Se notaba quebrada, como si el chico hubiera estado llorando-.

Harry se odio por estar allí, con su padrino, apunto de decir lo que iba a decir ¿Qué clase de lamentable novio era?

Potter se levantó del sofá y fue a abrir la puerta mientras Snape lo miraba con una traicionera combinación de sentimientos enredándose en su pecho. Lo que fuera que Potter iba a decir que silenciado por la llegada de Malfoy... y la verdad, eso era lo mejor.

-He peleado con Harry y...-murmuro el rubio en tono quebrado en cuando se abrió la puerta, pero se cayó de golpe al ver a Harry parado delante de él. Ni siquiera dudo antes de arrojarse a los brazos de Potter-. Lo siento, lo siento, lo siento-susurro en el oído de Potter mientras Harry le devolvía el abrazo, aferrando su cuerpo con ambos brazos-. Soy un idiota, en serio, no sabes cuánto lo siento Harry.

-No pasa nada, Draco, es en serio-le contesto Potter en otro susurro, recargando la cabeza en el hueco entre el hombro y el cuello de Malfoy-. Te amo-suspiro contra el chico-.

Por su parte, Snape se había levantado y se había metido en su habitación sin que ninguno de los dos lo notara, completamente incomodo con la situación. Las palabras que Potter podría haber dicho flotaban en su cabeza, contrastadas con la imagen del abrazo de Potter y Malfoy, torturándole. ¿Qué se suponía que debía hacer él? ¿Qué papel jugaba? Snape no lo entendía. Había pensado, tan solo por un momento, que quizá Potter sintiera lo mismo que él, pero ya le había quedado muy claro que sus sentimientos eran únicamente hacia el rubio, entonces ¿Qué? ¿Cuál era su papel? ¿A caso solo era el amigo fracasado que consolaba a todo el mundo sin que nadie preguntara nada sobre sus propios y malditos sentimientos?

Quizá solo era un personaje de atrás, aquellos que a nadie le preocupan por muy relevantes que puedan ser. Aquellos que nunca podrías igualar a Draco Malfoy.

. . .

Luego del abrazo, Draco hablo un momento con Snape y luego se fueron rumbo a su apartamento. Harry ni siquiera se despidió de Snape.

Nunca tuvieron la charla de lo que había salido mal, solo se acostaron en el sofá con la televisión de fondo y disfrutaron de estar en brazos del otro hasta que se quedaron dormidos.

Pero Harry no había podido borrar la culpabilidad que le oprimía el pecho, y ese no era el único sentimiento que no podía borrar...

Día treinta:

Harry y Severus habían hecho un retroceso tremendo. Llevaban sentados más de dos horas sin decir una sola palabra, y no era la primera vez. Era así desde que Harry había ido a su despacho luego de la pelea con Draco, tres días atrás.

Harry suponía que el hombre se sentía incómodo. Eran amigos de "cafés en la tarde", no de "voy a tu casa a mitad de la noche a contarte mis problemas". Snape solo lo soportaba porque Draco se lo había pedido, y Harry debió haber supuesto que sus acciones incomodarían al profesor. A Harry ciertamente le dolía, y le dolía aún más que le doliera porque le hacía sentir que traicionaba a Draco, pero ¡No podía evitarlo! Sentía esas estúpidas mariposas en su estómago al pensar en Snape. Tan así era que aún no le había devuelto la ropa prestada al hombre, solo porque conservaban su aroma.

Pero Harry sabía que aquello no iría a ninguna parte. Si bien Harry estaba enamorado del hombre y le quería, Snape posiblemente seguía viéndolo como toda la vida: el mocoso insoportable igual a James Potter y con los ojos de Lily Evans. Harry siempre seria el peor enemigo y el mejor amigo de Snape por un pasado que apenas comprendía.

Además, por mucho que estuviera seguro de que quería a Snape, estaba aún más seguro de que amaba a Draco, y el amor supera al cariño... ¿no es así?

-¿Sabes? El otro día me paso algo muy divertido en el trabajo-musito Potter, aun mirando por la ventana mientras revolvía perezosamente el fondo del café con una cuchara-. Thomas, ya sabes, el esposo de Ginny, estaba alardeando sobre el juego de quidditch que había jugado el domingo, diciendo que había jugado contra Viktor Krum cuando había ido a visitar a Ginny y felicitarla por su embarazo...

Severus no pudo evitar sonreír mientras Potter parloteaba idioteces. El chico miraba de soslayo a Snape constantemente, para cerciorarse que le estaba escuchando, y devolvía su mirada inmediatamente al frente si notaba que el hombre lo miraba. A Snape le enternecía su esfuerzo, aunque mantuvo su gesto inexpresivo.

-No sé qué le ves de gracioso a un tipo que se cayó por las escaleras intentando demostrar lo bien que montaba una escoba-dijo Snape cuando Harry termino su historia, la cual terminaba con Dean cayendo cinco tramos de escalera al resbalar de la escoba-.

-Es que tú no estuviste así, por eso no te parece gracioso-reclamo Potter, haciendo un puchero-.

-Claro, Potter, finjamos que se debe a eso-Snape no pudo evitar sonreír, y Potter tampoco. ¿Por qué aquella relación tenía que ser tan complicada? Harry era el único que hacia sonreír así a Severus, el único que conseguía que el hombre escuchara pacientemente quince minutos de una mala anécdota, el único que le hacía sentir mariposas desde... no lo sé ¿acaso las había sentido alguna vez? Y Severus era el único que podría hacer a Harry olvidarse de todo, hasta del hombre que amaba. El único que conseguía que Harry se relajara y riera sin preocuparse por nada más. El único por quien Harry mondaria su dignidad al carajo y se pondría a contarle una mala y larga anécdota solo para hacer charla, porque se moría por escuchar su voz, su risa. ¿Por qué tenía que ser tan complicado?-.

El Precio Del AmorWhere stories live. Discover now