—Ya te dije que mi segundo nombre no es Bonie —le aclaro una vez más.

—Eso no importa —sonríe y me da un abrazo asfixiante—. Warren, viniste, ya comprobé que no eres traficante de órganos o algo así, ¡bienvenidos!

Pasamos y me doy cuenta de que mi amiga puede disminuir mucho las cosas. Ella dijo cena, pero esto no es una cena. Es un tipo de cóctel o algo así.

Channing está probando la mesa de bocadillos y parece estar fascinado por los camarones al ajillo. Cuando levanto mi vista, veo a Kerrick entrar con las manos en los bolsillos y una sonrisa, no ha peinado su cabello y los botones de la leva no han sido abrochados.

Llega a mí con una sonrisa.

—Sabía que te encontraría aquí.

—Pues, compartimos amigos, es algo obvio que me encontrarás en eventos así —respondo.

Con mis manos le cubro las orejas a Channing, pero él no parece prestarle importancia.

—Te ves jodidamente sexy, arrasas con ese traje —le digo.

Él ríe y se acerca a mí, más cerca de lo que ya estaba. Miro de reojo a Warren hablando con Anika y ayudándole con una que otra bandeja de bocadillos.

—La idea era arrasar contigo, así que he cumplido con mi objetivo —me dice sonriendo.

Pasa una mano por mi cabello, sus brazos me rodean y sus manos, que están en mi espalda, hacen que mi cuerpo quede pegado al suyo.

Pestañeo un par de veces.

—Arreglé una cita médica —dice—. Además de una cena con mi abuela el martes, le tengo que dar la noticia a mi padre.

—Tu padre me ve como una ebria, ¡odiará la idea de que sea yo la que le dé un nieto!

—Pues nada podemos hacer —sonríe, sus manos recorren mi espalda—. Él nada puede hacer, Bennett.

Channing se mete en medio del abrazo, se abraza a mí y luego gira para mirar a Kerrick.

—¿Kerrick? —murmura.

—Papá de preferencia —le dice él.

Se está riendo, así que lo golpeo con fuerza en el pecho, pero eso no parece moverlo en lo absoluto.

—¿Papá?

—Cielo, ¿por qué no vas a ver a la tía Pepper? —digo.

Él asiente y se va en busca de Pepper, pero se queda junto a Warren en medio camino de búsqueda.

—¡No puedes decirle eso! —exclamo.

—Vamos, H —dice—. Sabes que seré constante, ¡espero que él pueda llamarme así algún día!

—Pero que lo haga por su cuenta.

Me alejo de él y voy en busca del niño, lo tomo de la mano y salgo al patio con él. Nos sentamos en una banca.

—¿Papá?

—No, no, cariño —digo—. No papá.

—Papá.

Abrazo su cabeza contra mi pecho, sin saber por qué me afecta esto. Será que estoy tan acostumbrada a mi soledad, a ser sólo él y yo. No quiero que lo ilusionen, no quiero que lo lastimen, no quiero que él se acostumbre a una presencia que no será constante. No puedo hacerle eso a mi hijo.

—¿Honey?

El corazón se me paraliza un par de segundos, los pulmones no me funcionan bien. Siento que podría desmayarme sentada en esta misma banca.

Este mundo es pequeño, demasiado.

No puede ser él. Dios mío, ¿qué hice mal para que esto pasara? Dímelo, por favor.

—Daniel.

Lo miro. No ha cambiado mucho en tres años; los mismos ojos azules y los rizos rubios que mi hijo heredó.

—Pensé que estaba loco cuando te vi, pensé que no eras tú —se acerca.

Mi hijo lo mira con el ceño fruncido, se aprieta más a mí. No confía en él.

—Pues ya ves —digo—. La vida se burla de mí.

—¿Es él? —pregunta señalando al niño que está casi encima de mí.

Trago saliva y tomo en brazos al niño, aunque pese. No quiero que lo toque, no cuando hace tres años lo llamó estorbo. No cuando no lo quiso.

—Sí.

—Déjame verlo.

—No —dejo al niño en la banca, me acerco a él y lo señalo de manera que resulta amenazante—. No quiero que te acerques, no quiero que lo toques, ¡ni siquiera quiero que lo veas!

»Tú no mereces esa clase de privilegio ni nada parecido. Nos abandonaste, lo llamaste estorbo, me llamaste buena para nada y me insultaste cuando te di la noticia. Me dijiste tantas cosas que me hicieron sentir la mujer menos atractiva del mundo. Hiciste que me sintiera como una basura, una chica que no tendría futuro con un hijo a los dieciocho años. ¡Tú no mereces nada que pueda venir de mí, o de mi hijo!

Tomo la mano del niño y entro de nuevo, cruzo la casa con un nudo en la garganta. Logré salir y me siento rota, me siento como la misma chica de dieciocho años a la que su novio dejó y llamó de una y mil formas que le romperían el autoestima hasta a la más ególatra. Me siento como la misma chica que no sabía que hacer con su futuro y un bebé en camino.

Las piezas que tardé tres años en juntar se rompen nuevamente, se hacen añicos en mi pecho, causándome un gran dolor. Dolor que no puedo pasarle a mi hijo.

—¡Honey!

Siento deseos de gritarle, pero no debo hacerlo. No quiero un escándalo en una reunión ajena.

—No te acerques —digo.

Escondo a mi hijo detrás de mí, veo a Pepper llegar junto a Baxter, Warren y Kerrick. Sé que a lo mejor me veo fatal, porque el maquillaje se corre. Pero no debo preocuparme por eso.

—¿Él es el cobarde que te abandonó?

Mi silencio le da la respuesta a Pepper y veo como ella se quita un tacón, se lanza encima de él y lo golpea con su zapato de punta.

—¡Déjame decirte que eres un cobarde, de lo peor! —le dice mientras lo golpea.

Warren sale de ese círculo cuando Kerrick empieza a ayudar a golpear con sus puños a Daniel. Baxter sólo intenta detener todo.

—Vámonos.

Warren me abre la puerta del auto, subo con el niño en el asiento de copiloto. Le paso un mensaje a Pepper diciéndole que le diga a Kerrick que lamento mi actitud defensiva y que muchas gracias por defenderme en la situación que me resulta dolorosa. Que disfrute de la noche y que no se preocupe, que ya hablaremos.

Al llegar a casa, visto al niño con su pijama y yo me quedo en el sofá cuando mi hijo ya se ha quedado dormido.

Las piezas se siguen rompiendo y yo sigo llorando porque no encontré otra forma de desahogarme.

¡Inténtalo, Kerrick!Where stories live. Discover now