—Sangre —susurro—. Está... Él...

—Ruki, lleva a Aoi atrás, ¡ahora! —grita una voz en el volante, que reconozco como la de Uruha—. Respira, Mickaellie. Abre la ventanilla si lo necesitas.

¿Qué hacen ellos en un jodido coche de policía? ¿Qué...? ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué fue ese jodido tiroteo?
Siento la garganta seca y, como si leyera mi mente, Ruki me tiende una botella y una manta. Algo en esa pequeña acción me hace llorar; me recuerda que tengo amigos que me quieren y que harían todo por mi.

Dios mío, quiero con toda mi alma a estas personas.

—Ya pasó —susurra Uruha—. Estamos todos a salvo. Bebe tu agua y usa la manta, por favor, Mickaellie.

No me salen las palabras, estoy ahogada en el nudo que se me forma en la garganta cuando oigo a Yuu gruñendo detrás de la camioneta. No puedo siquiera voltear a ver, a preguntar si está bien; no tengo fuerzas suficientes para enfrentar la sangre que está derramando por mi culpa.

—Yuu —susurro.

—Es el hombro, no te preocupes —masculla en medio de un quejido—. ¿Tú estás bien?

Asiento porque no puedo hacer otra cosa. Unos sonidos metálicos se oyen y Yuu vuelve a quejarse; Ruki le dice que se quede quieto. No puedo ni quiero imaginar lo que está haciendo.
Por la ventanilla, todo pasa rápidamente. Uruha disminuye la velocidad cuando tomamos la avenida principal, lejos del lugar del desastre, y habla con alguien por teléfono.

Quince minutos después, nos encontramos frente a una casa que no conozco. Uruha me ayuda a bajar y yo tropiezo con un maletín, pero él lo quita rápidamente de mi camino; no tardo en darle un abrazo, agradecida por lo que ha hecho por mí. Hago lo mismo con Ruki, y cuando Yuu baja del vehículo, vuelvo a llorar.

Estoy tan malditamente sensible, que lo único que deseo es abrazarlo y seguir llorando.

—Mickaellie...

—¿Estás bien? Dime que lo estás, no quiero que te mueras.

—No voy a morir, cariño —asegura y me estrecha en sus brazos—. Fue un rasguño, la bala apenas rozó mi hombro.

Me obligo a soltarlo cuando una motocicleta se estaciona frente a nosotros. La persona se baja y se quita el casco, corre hacia donde estamos y nos examina con la mirada.
No sé de dónde lo conozco, pero estoy segura de haberlo visto antes.

—¿Están todos bien?

—Sí —dice Yuu—. Aunque voy a malditamente arrancarte el pescuezo cuando pueda, idiota. ¿Por qué hiciste eso? ¡No era parte del plan!

—Deberías agradecerme en lugar de insultarme. Conseguí sacar el equipamiento de rastreo, la camioneta, los chalecos y las armas de la estación, ¿y tú me dices que soy un idiota? —gruñe el hombre—. Tienes suerte de tener un amigo policía que no tiene problema en mancharse las manos para salvarte el culo, Yuu. Movería la tierra por cualquiera que necesite mi ayuda, y lo sabes —sisea—. Tenía la maldita facilidad de conseguir todo esto y lo hice. Por ti y por todos ellos. De nada.

El hombre se da media vuelta y entra a la casa. Estoy atónita.
Yuu se adelanta y entra a la casa también, pero puedo adivinar que comenzarán a discutir.

—Vamos adentro, Mickaellie —dice Ruki—. Tienes que llamar a tu madre y decirle que vas a quedarte en casa de Uruha esta noche, ¿de acuerdo?

—¿Es tu casa, Uru? —pregunto.

—Es de Kai, pero vamos a pasar la noche aquí.

Deduzco que el hombre enojado de la motocicleta es Kai, así que no hay mucho que preguntar.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEWhere stories live. Discover now