Los mataré.

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Los días habían pasado sin contratiempos, Sawada había vuelto a su hogar por pedido de la matriarca de su familia y nadie pudo rebatir ni quejarse, por más que así lo desearan, ante la despedida rápida que el chico le dio a los Kokuyo momentos antes de desaparecer en compañía de su apuesto tutor, aún en contra de los deseos de cierto guardián con complejo de fruta.

Los intentos del mismo por acercarse al cielo se vieron todos frustrados, la visita de cierto caballo loco –y acosador fiel de cabezas de menstruación–, pelirrojos obsesionados por los gatos, aves malintencionadas y jodedoras, la pareja explosiva que había decidido ir paso a paso en su relación, incluso los fantasmas de la primera generación habían decidido obstaculizar sus planes y conversaciones con el castaño.

La vida y Cupido eran aliados, estaba empezando a pensarlo.

—Estoy muy harto —suspiró dejándose caer en el sofá—. Nunca antes había sentido esta cantidad de frustración...

—Quizá sea producto del karma —escuchó decir y suspiró por segunda vez, ahora con hastío—. ¡Eh! Que no me trates así, Mukuro-kun, que estoy de tu parte.

El adolescente bufó amargamente mientras miraba con obvia molestia al recién llegado, aquel albino le ponía los pelos de punt... Olviden eso.

—Ya. Ahora siendo serios, ¿qué quieres? —cuestionó exasperado—. Porque tu visita no es bienvenida y lo sabes bien, así que, aunque siempre haces todo lo que te viene en gana, no sueles pasarte mucho por aquí.

Byakuran sonrió sentado en el respaldo del sofá, su mirada violácea reflejaba sus malas intenciones y el celular en su bolsillo, que se mantenía grabando todo para futuros chantajes, sería el único testigo de aquel extraño intercambio.

Su cuerpo entero estaba tenso y, aunque bien podría ser, la causa no era en lo más mínimo relacionado a la situación en la que se encontraba.

Reborn suspiraba aburrido al notarle distraído y distante mientras colgaba de cabeza en el techo de la residencia, Lambo sólo jugueteaba nervioso con los caramelos que, por algún motivo desconocido para la humanidad, el asesino le había ofrecido horas atrás mientras se mantenía lo más quieto posible sentado sobre sus piernas.

La situación era bizarra sin importar dónde fijaras tu vista.

—¿Hasta cuándo vas a seguir haciendo el vago, Dame-Tsuna? —cuestionó el mayor ya cansado de tanto silencio—. Cuando escuché que Fon te daría clases de meditación, jamás pensé que lo haría en secreto.

—No lo hace en secreto —bufó el castaño—. Empezaremos cuando las clases den fin, me iré a China una temporada.

—Nos iremos —corrigió el sol con obviedad mientras acariciaba distraídamente los rizos del rayo—. Tú solo no saldrás ni a la esquina, fuera del país muchísimo menos.

El futuro capo hizo una mueca de disgusto y procedió a continuar con las diez flexiones que el azabache le había ordenado hacer tres horas atrás como castigo a un tonto error que cometió en los ejercicios matemáticos que le habían dejado ese día en clase.

El resto de la tarde pasó con absoluta tranquilidad –cosa que afectó seriamente a los vecinos, quienes ya después de varios días de paz estaban empezando a considerar la idea de llamar a algún detective para investigar qué le ocurría a los Sawada–, el hitman se halló a sí mismo a solas con su aprendiz.

Conviviendo con la piña.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora