Salgo a la calle y me doy una pasada por el centro de la ciudad para conseguir un disfraz. La verdad es que no quiero ir de momia, aunque al parecer es la única opción que me queda, porque ningún traje que me gusta es de mi talla. Recorro la tienda en la que entré y me encuentro con uno que me gusta.

—Señorita, ¿va a llevarlo?

Miro el traje y luego a la empleada, y dejo de quemarme la cabeza pensando en si el diminuto disfraz de Lara Croft  va a quedarme. Así que se lo devuelvo bastante apenada y salgo de la tienda a la que he entrado.
Me paseo por casi todo el centro comercial y, obviamente, me doy por vencida. Tengo que dejar de comer Lay's, ¡pero ya!

Descanso en una cafetería, donde aprovecho a tomarme algo y calmarme. He tenido tres semanas para conseguir un disfraz y justo ahora se me da por buscar uno, unas horas antes.
Saco el móvil y me pongo a revisar las redes sociales. Es lo último que me salvaría de mi inminente ataque de nervios, y es obvio que necesito distraerme y dejar de pensar en la fiesta.
Me llega una notificación de un mensaje de mi madre en Facebook, al cual quiero pasar de largo, pero las palabras "Dice el doctor Shiroyama que..." en la vista previa me atrapan por completo. Carajo, Yuu ha hablado con mi madre y creo que se me viene una buena por ignorarlo por tanto tiempo. Me salteé seis sesiones desde la última vez que hemos hablado en mi cuarto, pero ha sido él quien quiso alejarse de mí y no teníamos pactado volver a vernos en su consultorio.

Abro el mensaje.

Joanne L'Emprisse: "Dice el doctor Shiroyama que está esperándote en el consultorio, ¿en dónde demonios te has metido, niña? Ve ahora mismo, ¡cuando llegues a casa tendremos que conversar seriamente!"

Le clavo el visto y me termino el café de un trago. ¿Hacía falta que Yuu metiera a mi madre en este asunto de ignorarnos? Ni siquiera tiene la decencia de hablarme y decirme directamente que quiere verme... ¿Tan grave es el problema que tiene como para no ser capaz de enviarme un maldito mensaje?
¿Sabes qué es lo que más rabia me da? Que él se ha alejado de mí porque no puede contarme lo que le está pasando, no porque no me quiera. Odio estar en esta situación, siendo deliberadamente ignorada. Odio que luego de tantas semanas quiera volver a verme, porque sé lo que va a suceder: Volveremos a vernos y no podremos contenernos, seguirán los besos y muestras de afecto, y por último él dirá algo así como que tenemos que dejarlo porque, según él, es peligroso.

Esto es tóxico, lo sé y no quiero continuar. No hasta que él me cuente la verdad.

La gente me ve raro porque voy caminando como una posesa, pero no me importa. Quiero saber qué tiene para decirme, y luego me iré. No volveré a caer en el círculo vicioso porque no es sano para mí. Cuando llego a la puerta del consultorio, noto que el pecho me sube y baja a toda velocidad, y no sé si es porque prácticamente he corrido hasta aquí o porque aún sigo con la rabia a punto de desbordarme. Por culpa de este hombre mi madre se volverá una fiera cuando me vea en casa.
Toco el timbre varias veces, y cuando abre la puerta, me siento violenta. ¿Tiene que ser así de lindo todo el tiempo? Casi que odio su perfección, no lo puedo ni ver.

—Buenas...

—Ahórrate los saludos —gruño y paso sin ser invitada a hacerlo—. ¿Qué quieres?

Levanta las cejas hasta que casi le tocan el nacimiento del cabello y pone esa cara de que no ha matado ni una mosca en su vida. No creeré en ese rostro dulce, ¡sé que es consciente de lo que ha hecho!
Cierra la puerta y voltea a verme, y aunque está guapísimo como siempre, me concentro en permanecer enojada.

—¿Qué te pasa?

—¿Qué me pasa? —replico—. ¡Que le dijiste a mi madre que me estabas esperando! ¡Eso pasa!

—¿Puedes dejar de gritar?

—¡No! —vocifero más alto—. ¿Por qué tenías que hablar con ella?

—Si tu problema es porque querrá saber sobre todas las demás consultas a las que has faltado, puedes decirle que esta es la única a la que has llegado tarde.

—Ese no es el maldito punto. ¡Prefieres hablar con cualquier persona antes que decírmelo directamente!

—¿Y tú crees que si te hubiera dicho que vinieras, tú ibas a hacerlo así como así? —pregunta—. Fui a lo seguro, eso es todo.

Buen punto. Le clavo la mirada y estoy al borde de lanzar todos los insultos en francés que se me ocurren. Me froto la cara con la mano sana, intentando quitarme un poco de la frustración que esto me causa. Él está tan tranquilo que me dan ganas de golpearlo hasta sangrar.

—Ya dime qué demonios quieres, así me marcho lo más pronto posible.

—Eh... Alguien me ha contado que no sabes qué ponerte para la fiesta de esta noche, así que he escogido algo para ti.

Me tiende una bolsa y yo estoy a punto de quejarme. Yuu, al ver que voy a empezar a los gritos de nuevo, me toma de la barbilla y pone un dedo en los labios para silenciarme. El efecto de su tacto me hace perder la capacidad de pensar. ¿Hace cuánto que no sentía esto? Está recorriendo mis labios con su pulgar y no soy capaz de reaccionar.

—Por favor, acepta esto —sus ojos se clavan en los míos—. Estoy seguro que va a quedarte, lo vi y lo imaginé en ti. Es... perfecto. Por favor di que te lo pondrás, prometo dejarte tranquila de ahora en adelante, pero no me prives de verte con ello puesto.

Es tan tentadora la idea de descargar toda la tensión de estas semanas y dejarme llevar... Quiero colgarme de su cuello y besar esos labios hasta que me falte el aire. Pero es una muy mala idea, así que niego con la cabeza, recuperando el control. Vine decidida a cortar el círculo vicioso, y eso es lo que debo hacer.

—No, no voy a aceptar nada de ti.

—Mickaellie, por favor.

—No.

Resopla. —Está bien, lo que digas.

Se aleja rápidamente sin mirarme, y me deja la bolsa en las manos antes de darme la espalda. Creo que se ha enfadado en serio, pero no tiene que importarme, yo estoy más enfadada que él y mis motivos son más que aceptables.

—¿No es un poco obvio que voy a hacer lo que quiera? No tengo por qué obedecer.

—Umm... ¿Qué tal si alguien le cuenta a tu madre que no has aparecido en mi consultorio por casi un mes? —susurra con la malicia instalada en cada palabra—. Podría ser un desastre para ti.

—¡Eso es chantaje! —grito con indignación.

—¿No es un poquito obvio?

Se me acaba de caer la mandíbula al suelo. ¿Qué acaba de decir?

—¿Y qué tal si alguien le cuenta al comité estudiantil que te has besado con Kigari? —contraataco—. Podría ser un desastre para ti también.

Él da la vuelta y me mira como si me hubiera fumado toda la reserva de marihuana del país. Sí, puede que a veces parezca una loca con las neuronas consumidas, pero no me juzgues, estoy usando mis últimas municiones ahora mismo. Nadie, ni siquiera él, podrá obligarme a hacer algo que no quiero.

Para mi sorpresa, me deja ir sin mediar palabra.

Sin duda, esta batalla la he ganado yo y el círculo se ha roto, aunque no sé si seremos una línea bifurcada o nos convertiremos en un garabato sin forma. Cualquiera de las dos opciones me aterra.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora