Aquello que alteró todo

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Cuando Remus despertó aquella mañana, le dolía bastante la cabeza. Apoyado en el tronco caído de un árbol, miró a su alrededor. Un perro de pelaje oscuro descansaba a sus pies, y a su lado, dormitaba una pequeña rata. Observó entonces sus ropas. Como habría cabido esperarse, habían acabado destrozadas. Con algo de esfuerzo, intentando no despertar a Canuto y Colagusano, se puso en pie. Trató de localizar desde su posición a Cornamenta, pero este no se veía por ninguna parte. Remus decidió ir a buscarlo por los alrededores, antes de que sus otros dos amigos despertaran.

El joven anduvo, intentando no tropezar con las raíces que sobresalían de la tierra. Estaba algo mareado. Se llevó una mano a la frente, y se dio cuenta de que estaba sangrando. Maldijo para sus adentros. Seguro que su forma lobuna se había chocado con alguna roca, aunque apenas recordaba nada de lo de la noche anterior. De lo único que estaba seguro era que habían salido de la Casa de los Gritos para ir al Bosque Prohibido porque Canuto se había empeñado en hacer una carrera contra Cornamenta.

No había avanzado mucho cuando se topó con la silueta de un ciervo. Sin embargo, este era brillante y plateado, y Remus no pudo evitar dar un respingo ante la sorpresa.

— ¿James?—lo llamó, algo confundido.

El centelleante ciervo se desvaneció en cuestión de segundos, y Remus estaba convencido cada vez más de que aquello se trataba de una alucinación, hasta que oyó un grito de euforia de lo más familiar, el mismo que resonaba por el estadio de quidditch cada vez que Gryffindor marcaba un punto.

— ¡Toma ya!—vociferó James. Remus al fin lo divisó. Sujetaba la varita en su mano, y sonreía de forma victoriosa. Su amigo también lo avistó a él, y debió de darse cuenta de que tenía un aspecto horrible, porque su rostro perdió toda muestra de emoción para convertirse en una expresión de pura preocupación. Corrió hacia Remus, que parecía estar a punto de caer inconsciente. Al ver que su frente sangraba, James no tardó en alzar su varita y pronunciar—: Episkey.

Remus notó que su herida empezaba a cicatrizar, y le dio las gracias a su amigo, con voz casi inaudible.

—Rem, ¿qué ocurre? Normalmente no estás tan débil al despertar.

—No es nada—se apresuró a contestar él—. Creo que ha sido por el golpe en la cabeza.

James seguía estando algo alarmado, pero Remus se esforzó por sonreírle, indicándole que todo iba bien. Entonces, James dio media vuelta, para recoger un par de cosas que había dejado atrás. Regresó entonces junto a Remus, cargando con una camisa, un jersey y unos zapatos completamente intactos, y también con una tableta de chocolate. Le entregó todas las cosas a su amigo, y Remus sonrió, agradecido. James solía ser siempre el que se despertaba primero después de las noches de luna llena, así que aprovechaba para cogerle ropa del castillo que no estuviera despedazada. De vez en cuando, también solía traerle alguna rana de chocolate o cualquier otro dulce hecho a base de aquel alimento que a Remus le gustaba tanto. Le dio un mordisco a la tableta, muerto de hambre.

Miró de soslayo el lugar donde había visto minutos atrás al ciervo plateado. Tenía una leve sospecha de lo que se trataba, pero como nunca antes había visto algo parecido, no estaba seguro de poder confirmarlo.

— ¿Lo has visto, verdad?—preguntó James, con ojos brillantes, al ver que Remus no apartaba la mirada del lugar donde había aparecido el animal.

— ¿Era...? ¿Era un...?

—Era mi patronus—le confirmó—. Lo he conseguido, Remus. He aprendido a conjurarlo al fin.

Remus se quedó boquiabierto, y la sonrisa de James parecía imborrable. Ninguno de los Merodeadores entendía bien por qué era tan importante para James aquello, pero el caso era que llevaba desde principio de curso intentando aprender a invocar a uno de aquellos guardianes.

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⏰ Última actualización: Mar 16, 2017 ⏰

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