Luna llena

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James asomó la cabeza al pasillo para comprobar que no había nadie cerca. Parecía que nadie rondaba por allí, pero, aun así, se habría sentido más seguro teniendo consigo su capa de invisibilidad. Maldijo su despistada memoria, pensando cómo había podido ser tan estúpido de dejársela en su habitación.

Suspiró, aliviado, cuando comprobó una vez más que aquella zona del castillo estaba desierta salvo por él, algunos cuadros parlantes y un par de fantasmas molestos. Se alegró de que Peeves no le hubiera delatado cuando, momentos atrás, se habían cruzado. El poltergeist, que sabía de buena mano que aquel humano era alguien que disfrutaba gastando bromas tanto como él, había decidido no molestarse en llamar a Filch. Quizás, ese joven mago estaba preparando una nueva trastada; y no iba a ser él quien se la fastidiara.

Así pues, James se encontraba ahora en uno de los rincones del sexto piso, en el ala oeste del castillo. Se acomodó como pudo en el duro y frío suelo, y desplegó el gigantesco trozo de pergamino que llevaba en el bolsillo de su túnica. Observó con detenimiento las aulas que tenía en frente y comenzó a trazarlas con su pluma en forma de plano.

<<Veamos...>>, se dijo. <<Dos lavabos, el aula de Runas Antiguas, y... despachos. Muchos despachos de profesores. El de la profesora Babbling, el del profesor Darius... Maldita sea, este piso es el más aburrido de todos. Ni siquiera hay pasadizos secretos por aquí. Sirius se ha llevado la mejor parte>>.

James recorrió el ala una vez más, fijándose bien en todas las aulas que había y asegurándose de que las había dibujado todas en el pergamino. Se llevó una mano a la frente cuando se percató de que había olvidado una de las estancias que estaban al fondo del pasillo. Cogió su pluma de nuevo, y en la zona correspondiente del plano fabricado por él mismo, trazó un rectángulo, y apuntó en su interior: <<Sala de reuniones del Club de las Eminencias>>.

Ahora ya lo tenía todo. Ya podía volver a la sala común con sus amigos. Si su idea conseguía dar resultado, aquello sería la mayor genialidad que se le habría ocurrido a un grupo de jóvenes magos en toda la historia.

— ¿Qué haces aquí?—preguntó una voz a sus espaldas, con cierto tono de enfado. James hizo una media sonrisa al reconocerla. Se guardó con disimulo el trozo de pergamino en la túnica antes de volverse hacia ella.

— ¿Qué hay, Evans?—dijo él, pasándose una mano por su alborotado pelo—. ¿Qué te trae por esta zona del castillo?

La pelirroja se cruzó de brazos.

—Vengo de una cena con Slughorn y el resto del club. ¿Qué excusa tienes tú?

—Tan solo merodeaba—respondió, con cierta sorna. Lily puso los ojos en blanco—. Bonita insignia, por cierto—añadió James, señalando con un gesto de la cabeza a una reluciente letra "P" que colgaba de la camiseta de la pelirroja—. Déjame adivinar. ¿Pe de Potter?

Lily sacudió la cabeza.

—Ni siquiera sé por qué me molesto en hablar contigo—masculló ella, alejándose de James. Este, sin embargo, la siguió.

—Venga, Evans, solo te tomaba el pelo. Remus también tiene una igual, ¿sabes? Dime, ¿qué se siente al tener el poder de castigar a cualquier alumno que quieras?

—No me tientes, Potter. Sabes que puedo hacerlo.

James hizo una vacilante sonrisa.

—Pero no lo harás. Porque eso implicaría que quitarían puntos a Gryffindor; y tú eres demasiado competitiva como para dejar que otra casa nos adelante en la puntuación.

— ¿No tienes a otro sitio al que ir?—inquirió ella, bastante cansada.

—Voy a la sala común—explicó él—. Y que yo sepa, este es el único camino por el que llegar.

Harry Potter: Historias de los MerodeadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora