El fin del primer curso

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Sirius seguía a sus tres amigos por el andén de la estación de Hogsmeade. Había llegado el momento de despedirse de Hogwarts por los próximos tres meses; y Sirius no tenía muchas ganas de regresar a casa, que digamos. Sabía lo que le esperaba. Llevaba intentando evitarlo durante todo el curso, pero en unas pocas horas, llegarían los gritos de enfado de su madre, sus tíos, y su prima Bellatrix. Lo llamarían traidor por haber quedado en Gryffindor; le dirían que era una deshonra para la familia. Quizás incluso lo tacharían del árbol genealógico de la familia. Sirius tragó saliva. No podía mentir; estaba asustado. Y algo que le inquietaba, sobre todo, era cómo se habría tomado Regulus aquello. Aunque no solía demostrarlo, Sirius sabía que su hermano lo consideraba como un ejemplo a seguir. Y aunque el propio Sirius no acostumbraba a dar muestras de ello, le gustaba que Regulus siempre acudiera a él en caso de tener algún problema. En más de una ocasión, Sirius había asumido la culpa de cosas de las cuales Regulus era el responsable, como una vez en la que rompió un antiquísimo jarrón. Y todo porque Sirius no quería que su madre hiciera daño a su hermano.

En el fondo, aunque se pelearan constantemente, Sirius se preocupaba por su hermano. Y temía que Regulus no quisiera acercase a él después de saber en qué casa estaba.

— ¡No me puedo creer que este sea el último día de nuestro curso!—. James, al contrario que Sirius, estaba de muy buen humor. Encabezaba su grupo de amigos en su marcha hacia el tren, e iba gritando a pleno pulmón los planes que tenía previstos para el futuro—: ¡Ya no seremos los pequeños nunca más! ¡Podré presentarme para las pruebas de quidditch! Y antes de que nos demos cuenta, ¡bam! ¡Ya seremos estudiantes de tercero y podremos ir a Hogsmeade los fines de semana! ¡Quizás cuando vayamos a quinto eligen a Remus prefecto! Y a mí, por supuesto, me nombrarán Premio Anual en séptimo...

—Frena el carro, Jamie—lo cortó Remus, y James le lanzó una mirada despectiva por haberle llamado con ese ridículo apodo—. Todavía nos queda mucho para llegar a eso... Y, no te lo tomes a mal pero... ¿Tú? ¿Premio Anual?

—Quizás se lo den por batir el récord de veces de ser ignorado por cierta hija de muggles pelirroja—se burló Peter.

—Cierra el pico, Pettigrew—masculló él.

Remus y Peter estallaron a carcajadas. Sirius, sin embargo, no prestaba atención a la conversación. James notó que estaba algo desanimado. De un salto llegó hasta donde estaba él, y le colocó una mano encima del hombro.

— ¿Qué ocurre, colega?—preguntó James, sin comprender por qué tenía tan mala cara.

Sirius nunca había contado a sus amigos exactamente qué era de su vida fuera de la escuela. James, Remus y Peter sabían que no se llevaba bien con la mayoría de los miembros de su familia, excluyendo a su prima Andrómeda, y de vez en cuando, su hermano Regulus. Pero ninguno de los tres sabía cómo era en realidad para Sirius el tener que vivir en el número 12 de Grimmauld Place. Y Sirius no tenía intención de contárselo nunca. Había manejado bastante bien el sobrevivir en aquella casa durante once años; ¿por qué debía preocuparles con aquello? Además, junto a ellos podía olvidarse de todo lo que ocurría en ese lugar, y de todas las enseñanzas absurdas que intentaban inculcarle acerca de la sangre-pura y su superioridad respecto a los nacidos de muggles. Hogwarts era donde podía dejar todo eso a un lado y disfrutar de la compañía de gente que de verdad le apreciaba. Sirius no sentía la necesidad de mezclar sus dos diferentes vidas.

Le revolvió los pelos a James, asegurándole que no le pasaba nada. Su amigo, molesto, se repeinó de forma improvisada. Peter les avisó de que debían subir ya al tren. Los cuatro buscaron un compartimento vacío y entraron. Dejaron sus pertenencias en la estantería, y James no tardó ni dos segundos en acomodarse. Se quitó los zapatos y apoyó la espalda en la ventana.

Harry Potter: Historias de los MerodeadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora