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Sirius nunca antes se había sentido tan nervioso antes de cruzar por la puerta del andén nueve y tres cuartos. James, quien no se había separado de su lado durante todo el trayecto desde su casa hasta la estación, se percató de ese detalle. Su mejor amigo no dejaba de observar en todas direcciones, como si estuviera intentando eludir a alguien.

Estaba intentando escapar. Quería perder de vista por siempre a aquellos que le consideraban un traidor, aquellos que tanto le odiaban y despreciaban y que tanto daño le habían causado a lo largo de los años.

Al día siguiente de llegar a casa de James, Sirius le contó lo sucedido en Grimmauld Place. Le contó acerca de su fuga, y que no tenía pensado volver jamás. Que no tenía a ningún sitio a donde ir, y que por eso había acudido a él. Que le habría gustado haberse valido por si solo para afrontar aquello, pero que no se sentía con las fuerzas necesarias para hacerlo.

Entonces, James lo había abrazado, entre conmovido y aliviado. <<No pasarás por esto solo. Te lo prometo>>, le había dicho. Y sin ni siquiera poner a sus padres al corriente de la situación, le había asegurado que podría quedarse allí todo el tiempo que quisiera.

Euphemia y Fleamont, al enterarse de lo ocurrido, no tardaron en respaldar el ofrecimiento de su hijo. Le dejaron bien claro a Sirius que podía acudir a ellos en cualquier momento en el que lo necesitara, y que estaban dispuestos a ayudarlo en lo que hiciera falta.

Para Sirius, había sido un verano extraño. No malo, al contrario, había sido maravilloso. Pero, sin duda, insólito. No estaba acostumbrado a oír tantas risas en una casa. No había que comportarse de ninguna forma específica, no había normas estrictas más allá de lavar los platos y hacer la cama, cosa que él nunca había tenido que hacer, pues Kreacher siempre se había encargado de aquello. Y aunque James siempre se quejara de las tareas, Sirius no podía sentirse mejor llevándolas a cabo.

En casa de los Potter no había gritos, ni insultos, ni comentarios despreciativos hacia los hijos de muggles. Allí no tenía que ocultar las cartas de sus amigos ni sus pertenencias de Gryffindor. No tenía que fingir ser alguien que no era.

Cuando los Potter accedieron a que se quedara, Sirius se prometió a si mismo que no pensaba llorar. Sin embargo, mientras cierto día le daba vueltas al asunto, estalló. Euphemia lo vio, y no tardó en abrazarlo con fuerza, intentando calmarlo. Sirius, al principio, no se sintió especialmente cómodo ante aquel gesto. No estaba habituado a que la persona que lo tenía a su cargo actuara de un modo afectuoso o cariñoso. <<Es solo un abrazo>>, se dijo, en un intento de relajarse.

Pero en el fondo, no era un simple abrazo. Por primera vez, aquel verano, Sirius había comprendido lo que realmente significaba tener una familia.

James apoyó su mano en el hombro de su amigo, haciéndolo volver a la realidad. Sirius inspiró hondo. Miró de reojo a su lechuza, Luan, que ululaba dentro de su jaula, impaciente.

—Yo iré delante—se ofreció James—. Para... asegurar el perímetro.

Sirius asintió, despacio, y su amigo salió corriendo hacia el muro, desapareciendo tras él en cuestión de segundos. Fleamont apoyó una mano en su hombro, y le sonrió.

— ¿Cruzamos?—le preguntó.

Él volvió a mover la cabeza de arriba para abajo, asimilando la situación. Nunca antes alguien le había acompañado a la hora de cruzar la barrera mágica del andén. Se aferró con fuerza a su carro, y avanzó hasta traspasar al otro lado, y Fleamont no se separó de él en ningún momento. Euphemia no tardó en aparecer tras ellos.

Sirius no vio a James por ninguna parte. Miró en todas las direcciones hasta dar con él, que ya se había reunido con Peter. Este último lo saludó con un gesto de la mano, y Sirius hizo lo propio.

Harry Potter: Historias de los MerodeadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora