Huida

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Sirius se había encerrado en su habitación de Grimmauld Place, sin ganas de sentarse a la mesa del comedor con el resto de su familia. Tan solo hacía tres días que su quinto año en Hogwarts se había acabado, y ya volvía a echar de menos la escuela y a sus amigos. Aquel curso, a pesar de los problemas que habían tenido él y su pandilla con Quejicus y Evans hacía un par de semanas y de que los TIMOS no le habían salido especialmente bien, había sido uno de los mejores de su vida, y odiaba que ya hubiera llegado a su fin.

En su casa se encontraban en aquellos momentos, además de su familia, el marido de su prima Bellatrix, Rodolphus Lestrange, y también Lucius Malfoy, pues al día siguiente, Narcissa y él iban a celebrar su compromiso. 

Solo faltaba, muy a su pesar, Andrómeda, de quien no había tenido noticia en los últimos dos años. Sirius suponía que cada vez se le hacía más difícil ocultarse de su familia, y que por eso ya no le enviaba cartas, a riesgo de que la pillaran; a ella, a Ted, y a Nymphadora. 

Sirius cogió una caja de grageas y empezó a zampárselas, sin importarle el sabor que tuvieran. Lo cierto era que tenía hambre, pero no pensaba bajar ni en broma al comedor. 

Entonces, alguien aporreó su puerta. Sirius no contestó. De un fuerte empujón, su padre consiguió abrirla. 

—Abajo—ordenó—. Ahora. 

—No tengo apetito—trató de excusarse, escondiendo su caja de golosinas detrás de la almohada de la cama. 

El señor Black lo miró, con una clara expresión de desprecio. Se acercó a su hijo, lo cogió del cuello de su camisa, y lo arrastró escaleras abajo. Le obligó a sentarse en su silla habitual, pero no levantó la cabeza, ni miró a ninguno de los presentes, a pesar de que se lo exigió varias veces. 

—Qué bien que hayas podido unirte a nosotros, primo—soltó Bellatrix, con una risa sarcástica—. ¿Qué te ha retrasado?

Sirius la observó de reojo, pero enseguida volvió a agachar la cabeza. <<No quería estar aquí>>, pensó, pero no de atrevió a decirlo en voz alta. 

—Nada. Solo que no tengo hambre. 

—Estupendo—sentenció su prima—. Entonces, le podremos dar tu ración a Kreacher; que, por cierto, se la merece más que tú. 

Sirius asintió, sin rechistar. 

Su madre comenzó a charlar con Lucius, preguntándole acerca de su trabajo en el Ministerio. Sirius no prestó demasiada atención a la conversación. Sin embargo, hubo una parte de ella que le llamó la atención en especial. 

—Lucius, querido—dijo Walburga—. Debes estar pasando mucho calor con esa túnica que llevas. Deja que llame a Kreacher para que... 

—No es necesario, señora Black—se apresuró a interrumpirla. Sirius se fijó en que, con la manga de su prenda de ropa, intentaba mantener oculto su antebrazo en todo momento. Se dio cuenta también de que Lucius y Regulus intercambiaban una corta, y a la vez, muy significativa mirada.

Fue entonces cuando el elfo doméstico entró a la sala, avisando de que la lechuza familiar había traído el correo. 

— ¿El correo?—inquirió Druella—. ¿A estas horas? 

—Se trata del Profeta Vespertino, señora—explicó Kreacher. Acto seguido, hizo una reverencia, y le tendió el periódico a Walburga. 

—Veamos... ¿Qué es tan importante que no puede esperar a la edición de mañana?—se preguntó en voz alta, a medida que leía la primera página—. Esto es una broma de mal gusto—declaró. 

Harry Potter: Historias de los MerodeadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora