—Señorita Takarai... Yo... —balbucea Yuu.

—Tsk —la rubia chasquea la lengua, interrumpiendo—. No necesitas darle explicaciones a ella.

Justo cuando todo comienza a darme vueltas, les doy la espalda y camino hacia la puerta. No quiero escuchar nada más, no quiero verlo y mucho menos ver a Kigari. Sé que si levanto la vista esto no va a terminar bien. La oigo saludar con un tono sarcástico que casi me quita la poca paciencia que me queda.

—Hasta luego, Takarai.

—Que te jodan —murmuro muy por lo bajo.

—¿Perdón? No te he oído bien.

—Que te vaya bien, Kigari.

Ella lanza una carcajada que acaba por hacerme estallar en mil pedazos, lucho a capa y espada contra mis lágrimas, no quiero que ella me vea así. No voy a darle el gusto de verme llorar.

Odio que Yuu no reaccione, detesto que no sea capaz de detenerla y mandarla al demonio.

Me dirijo a paso rápido hacia la salida. Reita me espera en la cafetería, pero en el estado que estoy no puedo siquiera comer, ¿y cómo voy a explicarle estas lágrimas? ¿Qué voy a decirle? No puedo lidiar con él, va a machacarme a preguntas hasta saber la verdad. No puedo decirle que... Ella besó a Yuu frente a mis narices. Es obvio lo que pasaría si alguien más se entera.

Y por más que en este momento esté enfadada con Yuu, no puedo arruinarle la carrera.

Paso por las puertas de la entrada y me dirijo a la calle. A lo lejos oigo al pelinegro llamándome. Se me nubla la vista de lágrimas otra vez. Me arden las mejillas y no me importa que la poca gente que hay en la calle me mire raro.
Oigo las pisadas y algo estirándome del brazo. Me zafo del agarre y no me importa quién sea, sólo quiero irme a casa y seguir revolcándome en mi mierda, que es lo único que sé hacer bien.
Vuelven a tomarme del brazo y esta vez me detengo. Lo siento, sé que es él porque todas estas sensaciones sólo las tengo cuando él está cerca. Se para frente a mí y me pone su mejor cara de preocupación. ¿Por qué se esfuerza en parecer que le importo, cuando hace un momento no pudo siquiera reaccionar? Está muy equivocado si cree que haciéndome una de esas caras voy a ceder.

—Tenemos que hablar, no fue lo que parecía.

—Maldita sea, sólo déjame sola —escupo las palabras con rabia—. Ni siquiera tuviste la decencia de quitártela de encima, eres...

—No podemos hablar aquí, vamos a otro lado.

Niego con la cabeza y lo alejo de un tirón. No quiero ni puedo tenerlo cerca. No quiero explicaciones, no necesito nada. Estoy a punto de perder la paciencia.

—Cállate, dije que me dejaras sola.

—¡Ella me ha tomado por sorpresa!

—¡Lo sé, maldición! Esa loca sólo busca que reaccione a sus malditas provocaciones, y no me importa, pero ¿por qué no te has dado cuenta de sus intenciones? —espeto—. ¿Tenías que dejarla que te besara así?

Esto roza la ridiculez, me indigna y me supera. ¿Qué mierda hago en medio de la calle llorando y discutiendo con mi profesor?

—Ya dije que me tomó por sorpresa —repite.

—Eres lo suficientemente inteligente como para poder notar cuando alguien intenta coquetear contigo. No juegues la carta del pobre chico que no lo pudo prever, porque no funcionará —me seco las lágrimas y lo aparto—. No me sigas, dame mi maldito espacio, no te quiero cerca de mí ahora.

Él se hace a un lado y me largo sin mirar atrás. En el camino pienso en alguna excusa para darle a Reita y me pregunto qué voy a hacer ahora. Creo que ya no puedo volver a terapia. ¿Qué demonios voy a decirle a mi madre? Le he prometido que lo intentaría, no quiero volver a decepcionarla.
Camino rápido, enojada y con el llanto un poco más calmado, hasta que choco con alguien. Le pido disculpas y esta persona me toma del brazo con sutileza.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEWhere stories live. Discover now