—Takarai, ¿podemos salir afuera un rato?

La rubia está parada frente a mí con su clásica cara de pocos amigos. Realmente me causa un horrible rechazo, y hasta diría que me da miedo.
Miro a Uruha y él me devuelve una mirada de advertencia, aún así veo que hace un imperceptible movimiento con la cabeza, animándome a que vaya. Está claro que mis "amigos" no van a salvarme de la muerte segura...

La sigo hasta la puerta y ella sale al pasillo. Yo prefiero quedarme apoyada en la puerta, esperando a que hable. Mientras más distancia entre nosotras, mejor.

—¿Lo ves?

—¿A quién? —pregunto fingiendo no saber a qué o quién se refiere.

Habría que ser idiota para salir y no darse cuenta de la presencia del pálido hombre de cabello oscuro al final del pasillo. Es que tiene un magnetismo que... Dios, dame autocontrol. Está impresionante con una camisa negra y los jeans apretados. Cualquier cosa que se pusiera o hiciera me podría poner cardíaca.

—A Yuu. ¿Es que eres ciega, Takarai?

—Si, ya lo vi, ¿y ahora qué? —espeto con la voz chillona—. ¿Esperas que me quede viendo al profesor o ya me puedo ir adentro?

—¿De dónde lo conoces? —pregunta—. Es bastante obvio que ustedes son cercanos... Los vi en el centro comercial hace unas semanas.

—No sé a dónde quieres llegar con esto, pero no te incumbe.

—Está bien —chasquea la lengua—. Digamos que eres su familiar, no lo sé ni me importa, pero... ¿Cómo decirlo? Él es... Pienso que es atractivo, tú sabes, es esa clase de hombre que...

—Al grano, Kigari.

Estoy intentando con todas mis fuerzas mantener esta fachada de indiferencia. ¿Por qué llegaría a una conclusión tan estúpida?

—Ayúdame a acercarme. Tal vez, cuando me gradúe, pueda salir con él. Puedes hablarle de lo simpática y buena chica que soy, yo haré el resto.

Está loca, ¿quién en su sano juicio mantendría una relación con un profesor? Eso podría manchar toda su reputación académica. La de ambos.
¿Por qué he pensado en eso ahora y no antes, mientras yo intentaba besarlo? Soy una idiota, debí tenerlo en cuenta.
Cuando estoy por hablar, ella entrecierra los ojos y me hace callar.

—Buen día, señoritas. ¿Podrían entrar al aula, por favor?

—Buen día, profesor. Mickaellie y yo ya estábamos por entrar.

La rubia se cuelga de mi brazo y sonríe con tanta falsedad que me sorprende que él no se de cuenta. No me da tiempo a saludarlo ni mirarlo, simplemente me arrastra hacia adentro. Dios santo y todas las vírgenes, ¿qué estoy haciendo? Tengo que sacarme a esta loca de encima.

—No me interesa ser tu Cupido —respondo con torpeza por lo bajo—. Ya suéltame.

—Cállate, ya te lo he dicho, vas a ayudarme —sisea—. Ni una palabra a alguien de esto.

Boquiabierta, la veo soltarme y luego me ignora, volviendo a su grupo de amigas. Me limito a respirar profundamente y volver a mi lugar. El profesor, ajeno a la situación, saluda a todos con una sonrisa tensa y deja su maletín de cuero negro en el escritorio, sacando de allí un libro. Es la primera vez que nos vemos después de tanto, y ni siquiera se ha dignado a mirarme.

—¿Qué pasó? —pregunta Uruha por lo bajo.

—Que le saldrá ácido sulfúrico por la boca de tan venenosa que es —respondo arrugando la nariz y riendo por lo bajo—. Nada importante.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEWhere stories live. Discover now