Le clavo la mirada un poco incómoda. La verdad es que nunca me he planteado alguna excusa razonable para responder a eso. No quiero ser el centro de atención y no necesito que los dos pares de ojos que me miran asombrados pasen de la sorpresa a la lástima cuando se enteren de la razón de mi viaje. Tampoco es que pueda ir por la vida diciendo algo como "Bueno, estoy un poquito mal de la cabeza y a mi madre se le ocurrió traerme para hacerme tratar". Qué ridícula.
Entonces me planteo alguna excusa, algo que no parezca extravagante ni tampoco tan aburrido, una verdad a medias.

—Mi madre tiene un trabajo nuevo aquí, y mi abuelo nos ha regalado una casa. No podíamos rechazarla, ya necesitaba un cambio de ambiente.

Me cuesta horrores esconder que me estoy retorciendo las manos bajo la mesa, intentando quitarme la ansiedad que el tema me provoca. La voz aguda que se escapa de mi boca me delata, pero ellos aún no se enteran de mis tics y espero jamás lo noten.
Ambos me miran esperando que diga algo más. ¿En qué momento esto se ha vuelto una especie de interrogatorio?

—¿Eres hija única? ¿Qué hay de tu padre? —cuestiona Takanori, el bajito. Sé que la pregunta salió de sus labios antes de pensarla, porque se cubre con una mano, medio avergonzado—. Lo siento, es que nunca hemos tenido una extranjera por aquí y pues...

—Nuestras familias tienen costumbres y estructuras diferentes —aclara Kouyou, interrumpiendo—. Sabemos que hay cosas que son comunes en Europa y América.

—Eh... Yo...

Sé que no lo preguntan con mala intención, porque ni siquiera me conocen. Pero si les cuento... ¿Estos dos raros podrían entender que detrás de toda esa mierda por la que pasé, soy una chica normal que intenta dejar el pasado donde pertenece?

—Eh, tranquila, no tienes que responder —susurra Kouyou dando un suave toque en la mesa, llamando mi atención—. Discúlpanos, Takanori es un cotilla de mierda y me lo termina pegando.

—Ya, no vamos a presionarte —interrumpe el rubio—. Vamos afuera, el humo del cigarrillo va a concentrarse si seguimos aquí.

Los miro a ambos que se van y me dejan sola. Siento una sensación parecida a la decepción y no sé porqué. Tal vez, muy dentro de mí, estaba emocionándome con la idea de hacer amigos o por lo menos tener alguien con quien hablar.
El alto aparece por la puerta y me invita a salir con ellos como si me estuviera leyendo el pensamiento. La realidad es que, por más que quiera compañía, no quiero que todos me vean con estos chicos. Probablemente tienen mala reputación y yo podría estar yendo por un mal camino.

—Bueno, ¿es que nos tienes miedo o algo así? No estamos enfermos, no somos parte de una secta, no vamos a darte como sacrificio a ningún dios y no vamos a fumar delante de ti, lo juro —bromea.

Me levanto de la silla y le sigo porque me ha sacado una sonrisa. Él es amable y bonito, y claramente más charlatán y divertido que su amigo. Me agrada.
Veo a varios alumnos pasar a nuestro lado y saludar. Incluso hay chicas que se quedan hablando con ellos, me sorprende que sean tan populares.
Damos una vuelta alrededor del edificio, mientras me indican lugares y cuentan algunas cosas básicas. Sin embargo mi capacidad para prestar atención es reducida, ya he olvidado dónde está la sala de música y el salón de eventos.

Un rato más tarde entramos y no puedo dejar de sentirme atacada porque todo el salón me está mirando. Una chica me sonríe y yo le devuelvo el gesto, complacida. Esto es lo que necesito: Miradas calurosas y amigables de gente que no me conoce, de quienes no saben lo rota que estoy por dentro.

—Esa es la nueva —susurra otra chica y le da un codazo para nada disimulado a la que tiene al lado.

Escucho que todos murmuran pero nadie me dirige la palabra directamente. Tal vez son muy tímidos para hacerlo, y decido pasar de largo mientras inconscientemente me aferro al brazo de Kouyou. La voz fuerte de una de las estudiantes me llama la atención; ella arruga la nariz hacia mí.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEWhere stories live. Discover now