—Esa es nuestra dinámica; él se mete en un problema y yo me aseguro de que sobreviva para el siguiente —aseguró el sargento, resignado, en un suspiro.

La doctora pegó su cuerpo al de Luna para intentar darle calor, miró su reloj de pulsera, esbozó una media sonrisa cómplice y se encogió de hombros.

— En realidad solo hay un problema, o, más bien, una vieja disputa: la mayor parte de la fortuna de los Belmonte procede de la constructora que iba a edificar el cementerio nuclear en el bosque—le confió al agente, en tono lánguido—. Bruma&Building o B&B, como es más conocida, es una de las muchas empresas que posee el conglomerado empresarial griego TSC en nuestro país. Martín trabajó para su sección benéfica hasta que los herederos de su fundador perdieron el control sobre ella. Desde entonces, su relación con la empresa y sus nuevos administradores es nefasta.

Al escuchar mencionar el apellido Blake, por segunda vez aquella noche, el sargento no pudo evitar preguntarse si el asesinato de Iris podría estar relacionado de algún modo con lo que le había sucedido a Luna; si bien Esteban Belmonte no se parecía en absoluto al sospechoso que habían descrito los testigos de la Factory, podría tratarse de cualquiera de sus esbirros.

¿Sabe si, al margen de los animales muertos, le ha ocurrido algo más digno de mencionar? —se atrevió a preguntar, señalando a Luna—. Es muy posible que esos desgraciados hayan aprovechado la ausencia de su padre para intensificar el acoso al que la vienen sometiendo. Eso explicaría que esta noche se haya sentido lo bastante desbordada como para excederse con su medicación, de forma voluntaria o accidental.

— Si ha sucedido algo más grave no me lo ha contado, pero le aseguro que, de forma directa o indirecta, los Belmonte han provocado esto—le aseguró la doctora.

A Reyes le sorprendió que fuera tan explícita y sincera en sus acusaciones, aunque no dudó de que estuviera en lo cierto; los Munt llevaban demasiado tiempo soportando aquella horrible situación, lo que no alcanzaba a entender era como un padre podía dejar a su hija sola a merced de gente tan cruel y peligrosa.

—¿Fue la marcha del doctor su modo de escapar de la presión?

Las insinuaciones del agente indignaron a Clara, que se apresuró a despejar cualquier duda que pudiera tener respecto a la integridad de su amigo:

—Martín no ha huido, ni ha abandonado a su hija; su única fuente de ingresos es su trabajo y sus conflictos con los Belmonte no son una buena carta de presentación; ha sido despedido y luego vetado en los mismos lugares dónde hasta hace poco le recibían con honores de santo.

Al oír hablar de nuevo de su padre, Luna sintió la nostalgia oprimiéndole el pecho, pues estaba segura de que él se avergonzaría mucho de ella si la viese en aquel estado tan lamentable, por no hablar de cómo se enfadaría, si supiera que había un puñado de extraños deambulando por su casa y toqueteando sus cosas.

<<No debí hacerlo>>, pensó. Entonces sintió que la fuerza se le escapaba, que no había luz tras sus párpados y que el aire ya no llenaba sus pulmones. Aunque intentó resistirse a ello, volvió a perder la consciencia y se sumió en un sueño muy pesado. Las pesadillas no tardaron en llegar para martirizarla, y se intercalaron con algunos recuerdos sin importancia, como el de una calurosa tarde de agosto en el huerto del hospicio: Martín se había ofrecido a ayudar a las hermanas a reparar el sistema de irrigación y ella revoloteaba a su alrededor como una mariposa. Intentaba no perder detalle, y festejaba cada cualidad del científico, que, a sus ojos, podría ser un padre perfecto. << ¿Por qué no te vas a jugar con las demás?>>, le había preguntado él, con una sonrisa forzada. <<Las chicas se burlan de mí, me empujan, me escupen, y me pegan comida en el pelo. Dicen que soy un monstruo deforme, lleno de cicatrices, y que debo regresar al infierno del que he salido>>, se había quejado ella. Entonces su padre adoptivo se había quedado pensativo un instante, había arrancado una mata de campanillas blancas del huerto y se la había puesto entre las manos. A pesar del tiempo que había pasado, Luna casi pudo sentir el olor y el tacto de la tierra escurriéndose entre sus pequeños dedos, cuando, en su mente, él le dijo: <<Observa esta cahiruela; a simple vista, sus hojas laxas, su tallo endeble y sus delicadas y tímidas florecitas blancas, pueden hacernos pensar que estamos ante un ser débil, tan frágil y deslucido, que lo único que podemos hacer por él es arrancarlo para liberarlo de su miserable y agónica existencia, pero ahí, donde la ves, pese a su fútil apariencia, es una hierba muy resistente a las inclemencias del tiempo. Crece rápido, apoyándose y enredándose en las demás plantas para hacerlo, y sin temer en su ascenso estrangularlas o robarles el alimento>>, matizó entonces su padre, con suspicacia. <<No lo olvides pequeña: donde tú ves campanillas blancas, esas niñas ven al depredador. Aquellos que se burlan de ti intuyen la gran fuerza que se oculta en tu interior y pretenden sofocarla antes de que emerja. Al parecer, eres la única de cuantos te rodean que no es consciente de su enorme potencial...>>.

Aún con la voz aterciopelada de Martín derritiéndole el alma y el corazón, la mente de Luna volvió a oscurecerse para recibir a la chiquilla que corría descalza por un bosque en llamas.

Todavía no había llegado la ambulancia a casa de los Munt, cuando el capitán Mendoza se presentó en la puerta escoltado por dos de sus hombres más veteranos. Reyes, que ya se había encargado de asegurar la zona para mantener alejados a los posibles curiosos, levantó la cinta de plástico que delimitaba la entrada, para dejarles pasar. Convencido de que su jefe iba a empezar a sermonearle, por haberse marchado de la Factory sin siquiera hacerle partícipe de su presencia allí, intentó buscar alguna excusa que no implicara mencionar que, por un descuido suyo, habían estado a punto de patearle la cabeza a su hija mediana. Para su tranquilidad y sorpresa, el capitán le ignoró y centró toda su atención en la Dra. Vega.

—¡Clara! ¿Estás bien? ¿Qué ha ocurrido? —rugió.

La psicóloga sonrió con tristeza y se apresuró a dejarse abrazar por el robusto guardia civil.

—Se trata de Luna. Me telefoneó... Decía incoherencias...—narró, de forma atropellada—. Cuando dejó de responderme intenté localizarte... Llamé al cuartel y después vine hacia aquí a toda prisa —aclaró.

—¿Has sabido algo nuevo de su padre? —le preguntó el capitán en un murmullo, al tiempo que señalaba con cierto desdén el cuerpo inmóvil de Luna tendido en el suelo.

—No —musitó la mujer, bajando la mirada.

—¡Si ese irresponsable se hubiese centrado de una vez por todas en sus verdaderas obligaciones esto no habría pasado! Pero no, como siempre, los demás deben cargar con las consecuencias de sus malas decisiones.

—Tiende a confiar en quién no debe. Y hoy he comprobado que no es el único... —alegó la psicóloga, en tono acusador.

Mendoza la silenció con una mirada de advertencia y farfulló algo inteligible, antes de pedirle a Reyes que le resumiera a grandes rasgos lo que él y los novatos se habían encontrado al llegar a la casa. De todos los detalles que le ofreció el sargento, el único que logró que sus ojos se abrieran como platos fue el hecho de que no hubiera rastros de lucha, ni ninguna otra víctima.

—¿Está seguro de que no hay nadie más herido, ni restos de sangre o muebles rotos?

—¿Sangre?¡No! Lo único que ha salido mal parado ha sido una ventana—musitó Reyes, intentando adivinar qué lógica seguía su jefe—. Como puede observar a simple vista, todo está en orden. Y sucede lo mismo en la planta de arriba; los novatos llevan un buen rato examinándola y, hasta el momento, no han encontrado nada extraño. ¿Acaso nos han informado mal y la chica no estaba sola?

El capitán no contestó, se limitó a recordarle que el padre de Luna había desaparecido y a lanzarle a la psicóloga otra descarada e inexplicable mirada de advertencia. La mujer, que, para mayor desconcierto de Reyes, parecía intimidada por su jefe, vio oportuno asegurarles que su copia de las llaves de la casa siempre estaba guardada en un cajón de seguridad de su consulta. Una vez aclarado ese punto, dejó al sargento con la palabra en la boca y un millar de preguntas rondándole la cabeza, para ir a sentarse junto al capitán en uno de los ajados sofás de piel del salón. Cuando los dos comenzaron a hablar en clave, Reyes, algo airado, les preguntó si querían que saliera de la habitación. Mendoza rehusó su oferta y le ordenó que siguiera junto a Luna, antes de pedirle a Clara que le contara todo aquello que le hubiera parecido sospechoso en relación a ella durante las últimas semanas. En voz muy baja, intentando hacer memoria, y sin perder de vista al sargento, la mujer reconoció que la chica estaba muy deprimida y que no le faltaban motivos para eso.

—Entonces, ¿Luna acababa de renunciar a la beca anual que concede el ayuntamiento por méritos académicos? ¿Estás segura? —preguntó el capitán, en un momento dado, sin poder ocultar su asombro.

—Segura; la "invitaron" a hacerlo desde el propio cabildo, porque gente del pueblo se había quejado, alegando que su padre tiene un vínculo muy estrecho con el equipo de gobierno, y que los expedientes podían haber sido amañados para favorecerla—le aclaró la doctora.


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