Capítulo 12

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Colgué mi chaqueta en la percha y Harry me entregó la suya sigilosamente con el ceño fruncido. Observé anonadado como se daba la vuelta y su alta y esbelta anatomía comenzaba a pasearse por el salón de mi casa con aire distraído, quizás curioso, observando cada pequeña cosa que le rodeaba. Era tan jodidamente perfecto.

Colgué su chaqueta justo al lado de la mía y me di la vuelta para dirigirme hacia él, quien poco a poco se había ido aproximando a una de mis estanterías para echarle un vistazo a su contenido.

Un pequeño rayo de sol cruzaba la sala iluminando así sus ojos color esmeralda, los cuales se habían quedado fijos en uno de los cuadros que adornaban la estantería. Me puse a su lado y observé la fotografía de mis dos abuelos junto a mis hermanas y yo. Era muy antigua.

-Hace tiempo que no le veo –comenté con una media sonrisa nostálgica.

-Lo sé –se llevó las manos hacia la espalda y las entrelazó tras él, algo que me recordaba bastante a mi abuelo.

Ladeé la cabeza y me lo encontré mirando hacia otro lugar. Desplacé mi mirada hacia aquella misma dirección y localicé otro cuadro colgado en la pared, éste de toda mi familia completa, incluyendo padrastros, hermanastra, abuelastros y joder, seguramente medio pueblo reunido en el jardín de casa de mi madre.

-Las cenas familiares se me hacen eternas –reí y él sonrió con mis palabras-. Por cierto, ¿quieres algo de beber?

Se volteó sobre sus pies para mirarme a los ojos y negó con la cabeza con una sonrisa amable.

-¿Sería demasiado descortés si te preguntara si tienes alguna pieza de fruta para ofrecerme? –se acercó hacia mí sigilosamente y levanté una de mis cejas, extrañado.

-¿Por qué eres tan retorcidamente educado? –puse mis brazos en jarra sin poder evitar sonreír y él acercó mi mano a mi barbilla, cogiéndola entre sus dedos pulgar e índice.

Sus gestos, sus miradas hasta incluso sus palabras me pillaban siempre desprevenido, y eso hacía que a mi corazón le dieran mil y un ataques en pocos minutos. Tenía miedo de él, ¿de acuerdo? No confiaba en Harry y me iba a costar hacerlo. No podía soltarme que me iba a hundir en la miseria y luego actuar como si nada.

-Me gusta tratar a la gente como quiero que ellos me traten a mí –llevó su mano a mi mejilla y yo me mantuve quieto-. Y a ti, Louis, a ti te voy a permitir ser mi única excepción.

Me tragué los pensamientos histéricos de mi interior y me eché hacia atrás para dirigirme hacia la cocina bajo su cálida y a la vez fría mirada.

-¿Quieres una manzana? –traté de evitar aquél tema.

-Por favor –aceptó amablemente.

Mis apresurados pasos me llevaron a la cocina, donde entré cerrando la puerta detrás de mí para luego soltar un gran suspiro. Me llevé una mano al pecho midiendo mi acelerado pulso a la vez que caminaba en dirección al frutero, en busca de una manzana.

Tenía a alguien que decía que iba a arruinarme la vida en el salón de mi casa, y quería que se quedara.

Tonto, tonto, tonto.

Me paré en frente del frutero y cogí dos manzanas, una roja y la otra verde. Eché de lado todas mis preocupaciones y basé toda mi atención en aquellas dos piezas de fruta, preocupándome por si él preferiría una u otra.

Así era yo: por grande que fuera el dilema al cual me enfrentaba, siempre terminaba por fijarme en el más pequeño detalle. Mi mente funcionaba así, nadie sabe por qué.

-Verde, por favor –susurró una voz en mi oído.

Me giré de sopetón y reculé hasta que mi espalda tocó la pared. Este hombre iba a provocarme un paro cardíaco si seguía así. Ambas manzanas salieron volando por los aires a causa del salto que di sobre mis pies. Vi como una de ellas aterrizaba en el suelo, mientras que la otra era atrapada en el aire por las ágiles manos de Harry. Sus ojos brillaron a la vez que la cogía, como si le hubiera hecho ilusión hacerlo.

Black SnowflakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora