3. A veces hay que salir de la rutina

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- Oye, ¿te has dado cuenta del repentino cambio en Aberforth?

Súbitamente, Sam me sacó de mi ensimismamiento. Me sacudí un poco para volver a la realidad.

- Sí. Es muy raro.

- Escuché que quiere dejar el mando... a alguien más – no podía creerlo. Lo miré con los ojos como platos, boquiabierta.

- Espera un momento, ¿estás seguro? – asintió vehemente.

- Bueno, pues si quiere dejar el mando a alguien, mi padre es el indicado. Estoy segura.

- Pues creo que sí. Quiero decir, él se ha esforzado mucho por el G.E.L.A. durante años y creo que se lo merece – asentí.

- Pobre Aberforth. Siempre fue el mejor en el mando.

- Nada es para siempre, Har – asentí.

- Sí, lo sé – de repente me empecé a sentir... mareada. Por no decir mal. El hecho de que Aberforth quiera dejarnos en estos momentos significa una gran responsabilidad para todos nosotros. Sin él, hay poco que podamos hacer. Sam pareció comprenderme.

- No te preocupes, de verdad. Lo solucionaremos.

- Maldita sea, a veces olvido que puedes leerme la mente – sonrió avergonzado.

- Lo siento – se encogió de hombros. – Es que a veces no puedo evitarlo. Además, tú nunca me hablas...

- ¡No es cierto! – sonreí y le golpeé suavemente el hombro con mi puño.

- Niños, es hora de trabajar – nos dijo muy seriamente Darius.

Darius era el nuevo segundo al mando, ya que la anterior segunda se había retirado, por edad. Era un hombre venerado por algunos y temido por muchos. Era de piel negra, y siempre vestía un elegante traje. Nos miró enfurecido con sus ojos negros. Parecían emitir rayos.

- En un momento, teniente Fletcher – hizo una mueca con su boca, y se alejó con paso pesado murmurando "muchachos".

- Muy simpático el nuevito – dijo Sam. Sonreí.

- Hay que irnos. No quiero que papá enfurezca.

Nos fuimos a la Sala de Mando de la mano, y una vez sentados en nuestros respectivos asientos, nos dispusimos a prestar atención.

- No tenemos nada. Por lo menos, por el momento – dijo Aberforth.

- ¿Nos llamaron para nada? – dijo Jenna. Me sorprendí muchísimo. No la había visto en meses. Apoyaba sus sucias botas sobre la tecnológica mesa. Masticaba chicle, y de vez en cuando hacía un globo. Sus labios, de un reluciente color negro, se movían al compás. Me vio, y me guiñó el ojo. Me alegraba que las cosas estén un poco mejor entre ella y yo. No seremos mejores amigas, pero por lo menos estábamos bien. Su pelo había cambiado: lo tenía un poco más largo que la vez anterior.

- Si Aberforth te llama, es porque tiene algo sumamente importante que decir y está relacionado al tema – Jenna revoleó los ojos. – Y baja las botas de la mesa. Ahora.

La sequedad y frialdad de las palabras de Darius Fletcher hizo que Jenna haga una mueca y saque sus pies de arriba. Luego, levantó las manos como diciendo "¿feliz?". Darius la observó por un momento, y luego, muy lentamente, volvió la mirada hacia adelante.

- Como decía, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Creo que hay que buscar más archivos en el sótano – todos profirieron un largo gemido de desacuerdo. – Es importante, muchachos – Aberforth trataba, en vano, de amainar la situación. De repente, se me ocurrió algo.

- ¿Qué tal si, en vez de perder el tiempo, salimos de cacería? Quiero decir – miré a papá por un poco de ayuda – mi padre siempre me contaba historias de cuando era más joven y con mi madre salían... a cazar.

Todos me miraron, como sopesando la situación. Luego, uno por uno fueron mirando a Aberforth, que me observaba sin mirar, como sumido en sus pensamientos. Finalmente, aún sumido, contestó.

- Conocí al que fue mi mejor amigo, Bobby, en una de las cacerías – sonrió. – Fueron los mejores treinta años de mi vida. Éramos como uña y carne: inseparables – luego, su sonrisa se apagó un poco. – Claro que eso fue hace ya demasiado tiempo, y él ya... tomó su rumbo natural. Ya saben, el destino que toca a todos eventualmente.

- Espera, pensé que los lobos vivían eternamente. Ya sabes, como los vampiros – dijo Sam. Aberforth le sonrió con lágrimas en los ojos.

- Es que él no era un hombre lobo.

- ¿Era un dracena? – exclamó Betty Marshall, la secretaria del G.E.L.A.

- No, supongo que era un mutante, o algo así – dijo Daisy Gunner, la mejor amiga de Betty.

- No era nada de eso – dijo Aberforth, callando los profundos susurros que surcaban la habitación. – Era un humano.

Todos exclamaron en profunda conmoción. ¿Un humano y un hombre lobo, trabajando juntos? No podía ser real.

- Disculpe que lo interrumpa, teniente – dijo Darius, con el ceño fruncido. – El ser humano no posee las capacidades necesarias para darse cuenta de lo que pasa a su alrededor. Quiero decir, es invisible para el ojo humano. Un hombre no reconocería a una sirena ni siquiera si ésta está bailando atrás suyo en este instante.

- Suficiente, teniente Fletcher – lo calló con la mano. Éste enmudeció casi al instante. – Es posible, y puede ser posible de nuevo. Hay un par de cazadores no muy lejos de aquí. Si los localizamos por toda Norteamérica, podrían ser de gran ayuda. Y mientras cazamos, podemos ir recolectando información acerca de lo que sea que esté conmocionando las ciudades. Buen trabajo, teniente Lightwood.

Jamás me había dicho de esa forma. Me sorprendí muchísimo a la par que notaba que mis mejillas enrojecían un poco gracias a las miradas de mis colegas. Papá me miraba orgulloso, mientras que Sam sonreía de oreja a oreja. Y Aberforth. Aberforth estaba más animado que nunca.

III. Moonlight Shadow: Survive the DarknessWhere stories live. Discover now