Capítulo 38

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Según mi teléfono eran las ocho de la noche, la cena estaría servida, y era mi oportunidad para ganarme el apoyo de la mencionada. No había dejado que Daniel viniera, y lo había detenido diciéndole que era muy tarde y lo mejor sería que esperara la primera hora de la mañana.

Cuando entré a la cocina todo estaba silencioso excepto por el sonido de los utensilios chocando con el plato de porcelana que ella usaba en la mesa para comer.

—Pensé que no bajarías a cenar —musitó cautelosa, como si cuidara sus palabras.

—Siento dejarte comiendo sola unos días, pero ya estoy aquí —respondí, siendo sincera en lo que a ello respecta. Siempre que no estaba papá, sólo éramos ella y yo en ésta casa. Pero recordé que seguro le venía de maravilla mi ausencia porque así Alexander se pasearía por el umbral de ida y vuelta sin ningún inconveniente.

—Siéntate, te serviré —terminó diciendo apresurada y sospechosa.

Con un suspiro me acerqué con cuidado a la mesa y tanteé hasta que encontré una de las sillas, la retiré y me senté. Extrañé de inmediato a alguien. Con tantas cosas en mi cabeza no reparé en el hecho de que nadie había saltado a mi encuentro al segundo de llegar.

—¿Dónde está Scott? —-pregunté tratando de escuchar algo de él.

—En el patio del fondo, se comporta muy raro desde que te fuiste. —La escuché decir y colocar un plato humeante en la mesa, frente a mí. El vapor llegó a la punta de mi nariz de inmediato. Olía delicioso, como siempre, pero mi apetito se vio afectado no sólo por un inusual sabor en el plato, sino desde que Alexander había irrumpido en mi vida de nuevo. Sobrellevando un constante malestar en todo mi cuerpo, apenas sofocado por Daniel y sus atenciones.

Me ruboricé al recordarlo y me obligué a comer por mi bien, prometiéndome que iría, después de hablar con mamá, a ver qué le pasaba a mi perro.

Pero el silencio volvió a reinar en el comedor, tenso y palpable. Un nudo me obstruida la garganta y apenas rodaba bocado, y al llegar a mi estómago éste sólo se retorcía. No me estaba haciendo bien, solté el tenedor decidida y entrelace mis manos temblorosas en mi regazo.

-—Mamá... —Iba a seguir, juro que iba a hacerlo, pero la escandalosa melodía del timbre me interrumpió. Oí de inmediato como ella arrastraba la silla hacia atrás y pisaba rápidamente hasta la puerta de entrada. Todo en tan sólo segundos.

Y fue lo que me temí. Mis ojos picaron con lágrimas en ellos y la poca comida que había rodado volvió a mi garganta.

Alexander. Escuché su voz, estaba aquí.

Me levanté obligando a mis piernas a moverse, todo me temblaba, todo de imprevisto se sentía mal. Mi cabeza iba a explotar. Retrocedí un paso, desorientada cuando oí sus pisadas morir a unos cuantos centímetros de mí.

—Eloise, preciosa. —Su voz profunda, tan suave y al mismo tiempo falsa, retumbó en mi cabeza retrayendome a aquellos tiempos donde era más una muñeca de trapo que la Eloise actual. Mi cuerpo se encogió en protección, un instinto de supervivencia que había nacido de su violencia impredecible.

Tenía que salir de él. "Se fuerte, Eloise" me repetí.

Lamí mis labios antes de pronunciar algo.

—Sácale de aquí, mamá. No hagas esto. —Me forcé a hablar clara y fuerte a pesar de mi interior hecho un desastre.

—¿No te alegras de oírle? —preguntó retóricamente en un tono demasiado entusiasmado para mi gusto. De verdad lo creía.

—Ojalá me hubiera hecho perder también la audición para ni escucharle —musuté, con todo el resentimiento del mundo.

Pero no le afectó porque lo siguiente que escuché fue una sonora carcajada. Apreté mis puños y respiré profundo para aguantar mis lágrimas.

Una Vida Contigo © Terminada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora