Capítulo 26 Promesas

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Una sonrisa en mi cara era lo que reflejaba la paz y tranquilidad que sentía dentro de mí. Algo que hacía a mis colegas sonreírme de vuelta, y asentir con la cabeza en forma de saludo al verme pasar por los pasillos del edificio de la aerolínea. Cosa muy extraña tomando en cuenta los susurros en boca de ellos de lo mucho que me temían con mi semblante estoico.

Agradezcámosle esto a la mujer que  caminaba a mi lado tomada de mi mano, apretándola cuando escuchaba alguna voz extraña acercándose a mí.

Había tenido que rogarle para que viniera ya que aseguraba que podía quedarse sola por unas horas en el departamento.

Me limité a suspirar y a llamar al portero, pidiendo un favor bien pagado. Justo a la hora ya tenía en mis manos un par de jeans y una simple camiseta que ella reusaba ponerse. Costó un par de besos y unas cuantas palabras para que ella entrara en ello y se pusiera en marcha.

—En serio podía haberme quedado departamento —mencionó acercándose más a mí.

—Ni siquiera lo conoces muy bien, Eloise.

Apreté más su mano y nos adentré en el ascensor junto a unos cuantos trabajadores más, quienes permanecieron castamente callados ante nuestra presencia después de una tiesa sonrisa de buenos días. Era de esperar ya que de seguro le rondaban por la cabeza que si hacían molestar al hijo del jefe era una patada en el culo a la calle. A mi padre no podría importarle menos quien molestaba a quien mientras todo estuviera en su lugar, y las cuentas y los aviones cuadraran.

A los pocos minutos ya estábamos encaminándonos a paso seguro hasta mi oficina. Pero antes me detuve como siempre a saludar a Mildred en su muy bien ordenado escritorio.

—Buenos Días, Mildred —le saludé con una sonrisa. Ella de inmediato levantó su mirada del ordenador y acomodó sus gafas en su pequeña nariz, enfocando sus ojos en mí. Mildred, a pesar de su edad, era una dama muy cuidada, en las esquinas de sus ojos estaban esas arrugas significativas, sin embargo no pasaba desapercibido que eran por las constantes sonrisas que regalaba. Algo que más allá de sumarle edad, le restaba. Y esto, unido a una cara redonda entornada con unos bonitos ojos azules que te miraban, bien sea con dulzura o amabilidad, te transmitían seguridad al momento de verla. La mirada maternal que me daba me hacía sentirme sobre ella de una manera diferente. Una manera que me recordaba a mi madre en sus buenos tiempos.

—Así que ya está dispuesto a volver al trabajo, Cox —comentó mientras se levantaba de la silla y rodeaba el escritorio. Sin disimular le dirigió una sonrisa a Eloise, la cual desafortunadamente esta no podría apreciar—. Y con muy buena compañía veo.

Giré mi vista hacía ella, observando como un pequeño sonrojo se abría paso por su mejilla, a través de su cuello.

—Buenos días, Sra. Mildred —saludó cortés asintiendo hacia ella con una sonrisa.

—Hola, Eloise, ¿cómo estás hoy?

—Excelente, gracias —le respondió en su dulce voz, inocentemente dirigiendo su mirada a su hombro.

Cuando dejé de mirarla fijamente para dirigirme a Mildred, ésta me estaba observando con una sonrisa cómplice en sus finos labios. Sus brazos estaban cruzados y su postura solo podía insinuar algo. Que sabía cuan perdido estaba en ella.

Y como el infierno que no iba a negar nada. Tampoco a afirmar.

—¿Algo importante para hoy? —Desvié su atención al trabajo, evitando su inquisidora mirada buscando respuestas.

—Todo, Daniel Cox. ¿Qué esperabas después de una semana de ausencia? —ironizó y se sentó en su recurrente lugar detrás de su escritorio.

Eloise apretó mi mano. Vi como fruncía sus labios en reproche y como disimuladamente sacudía su cabeza.

Una Vida Contigo © Terminada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora