Capítulo 12

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Él había aparecido hoy, callado y dubitativo. No pronunció palabra más que para decirme que estaba allí para mí. No me convenció con nada gracioso para hacer que montara en la moto, sólo me ayudó a hacerlo. No me sonrió como siempre lo hacía.

Pero dejó un beso en mí frente y deslizó un ligero dedo por mí mejilla antes de ponerme el casco.

Por su misma actitud no sabía donde estábamos. Podía sentir los árboles bailar y rosarce entre sí por el viento de la noche. A los grillos chirriar y a los perros lejanos ladrar a la luna o un ser imaginario. Pero aún sí, era un enigma el lugar 

─¿No vas a decirme hoy que acomode mi cabello? ─le pregunté tratando de sacarle algo. Siempre que bajaba de la moto me molestaba con que acomodara mi maraña de pelo, que parecía un León o un mono, o un gato con un poco de estética. Sin embargo, hoy sólo se había sentado a mí lado en lo que parecía una banca de un parque.

─Creo que ya me acostumbré a tu maraña de pelo ─aseguró, aunque creo que escuché una sonrisa en esa voz.

─¿En serio? Decías que parecía un gato con mucha estática ─bromeé.

─Pero un gato tierno ─me siguió el juego y yo sonreí de alivio. Ahí estaba de nuevo.

Lo escuché suspirar y sentí su brazo deslizarse por mis hombros.

─¿No tienes frío? ─preguntó por cuarta vez.

─No, Dani, no tengo frío.  ─Sonreí débilmente. Estaba paranoico, me había puesto su chaqueta de nuevo y seguía preguntando─. ¿Qué hiciste ayer por la noche? Dijiste que vendrías —abordé el tema que me tenía la cabeza hecha trizas. Esperé que no le sonara a reclamo porque no era mío para hacerlo. Pero quería saber, Dios, se había convertido en mi día y noche entera. No había pensamiento que no estuviera él incluido.

Pero él tardó en responder.

─Benjamín me dejó a cargo de un trabajo que me tomó toda la noche, lo siento ─se disculpó mientras se levantaba de repente.

─No importa. —Pero estúpidamente me importaba.

Tragué para evitar hacer más preguntas que no quería responder, y estuve agradecida cuando él desvió el tema hacia otra cuestión.

─¿Estuviste toda la noche con tu ventana abierta?

─La cerré, Einstein, no esperaba a los niños perdidos.  ─Puse mis ojos en blanco y sonreí. Él rió por eso y se acercó, se acuclilló porque sentí su respiración cerca de mí. Puso sus manos en mis rodillas.

─Listilla ─me acusó.

─Idiota ─le seguí.

─Pues mira quien sale cada noche con el idiota.

─Oh, pues mira quien cada noche va a buscar a la listilla. ─Alcé una ceja y me crucé de brazos.

─Diablos, me encantas. ─confesó. Escuché su risa mientras me tomaba en sus brazos y me colocaba en su regazo.

─Ven aquí ─decía mientras me abrazaba. Seguía frotando mis brazos, alejando el frío que obviamente no tenía. Yo sólo suspiré y lo dejé tranquilo. Apoyé mi cabeza en su hombro.

─Estas muy raro hoy, Daniel ─mencioné. El suspiró de vuelta.

─Tengo muchas cosas en la cabeza. ─Sentí como se tensó al responderme.

─Puedes decirme —lo tranquilicé buscando su mano. La apreté con suavidad.

─No ésta noche ─negó contra mí cabeza, había dejado sus labios allí.

─¿Es malo?

─Muy malo, Elie. ─Me apretó contra él antes de soltarme y llevarme junto a él hacia la motocicleta.

Daniel me dejó en casa en menos de quince minutos, cuendo él siempre daba vueltas innecesarias, solo por un rato más juntos.

Hoy no las dio.

Le pregunté si volvería mañana, sin embargo, pero él sólo dejó un beso en mi frente y tomó camino en su moto dejando la estela del sonido detrás de él.

Eso fue un no.

Una Vida Contigo © Terminada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora