2. Una propuesta de matrimonio

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Se quedaron en silencio sin saber qué decir. Gáhamon no podía creerse que la chica le tratara de modo tan familiar. Se habría enfadado, pero lo cierto era, que le gustaba que por una vez lo viesen como a alguien normal. Desde donde estaban se escuchaba el ruido de la gente al otro lado de la puerta. Eso le molestó. No quería volver a fuera y actuar como un príncipe. No quería saludar a los señores viejos con todos esos saludos que le habían enseñado, ni tener que pensar cuál era el cuchillo apropiado para comer la carne de aquella gente. Miró a su alrededor esperando que aquel fuera un buen escondite. Aunque, la verdad, no tenía la menor idea de dónde se encontraba.

—¿Sabéis dónde estamos?

Ríala negó. Entonces, a él se le ocurrió una idea.

— ¿Alguna vez habéis jugado a los exploradores? —Propuso, y cuando vio la sonrisa florecer en los labios de la niña, supo que había sido una gran idea.
Investigaron con cuidado, abriendo las puertas del armario y de los dos baúles despacio, no fuera que algún espíritu o monstruo se hubiese quedado encerrado. Miraron también en los cajones del escritorio, detrás de los telares y las cortinas y bajo la gran alfombra. Cuando terminaron, habían encontrado dos ventanas tapiadas, unas monedas de cobre en el bolsillo de un abrigo, varios papeles en blanco y una carta en un idioma que ninguno de los dos sabía leer. No es que Ríala hubiese podido entenderla si hubiese estado escrito en su idioma oreano, puesto que, según le dijo, no sabía leer.

— ¿Qué creéis que querrá decir? —le preguntó Gáhamon muerto de curiosidad. Podría ser una carta secreta, un complot malvado, o un mapa hacia tierras desconocidas—. Puede que la hayan escrito los elfos del fuego, los hombres negros de las islas lejanas, los vipers de lengua partida o los hombres pez del otro lado del mar.

Tan ensimismado estaba imaginando, que apenas notó el enfado de su nueva amiga.

—No se llaman hombres pez —le corrigió ella con las manos cerradas en puños—. Se llaman Mara y no se parecen a peces.

Gáhamon frunció el ceño.

—Pues mi padre es el emperador y los llama hombres pez —aseguró.

— ¡Pues mi madre es una Mara y podría ahogar a tu padre en peces!

Desde luego, no se esperaba una respuesta semejante. Si hubiese venido de cualquier otro se habría indignado. Le habían enseñado desde que era pequeño que las amenazas o insultos a la realeza debían ser severamente castigadas. Y Ríala acababa de amenazar a su emperador. Sin embargo, algo de lo que había dicho le había fascinado tanto, que ya no era capaz de pensar en nada más. Si su madre era una mujer pez... ¿Era ella una niña pez?

—¿Tenéis escamas? —le preguntó entusiasmado.

Ríala retrocedió un paso instintivamente y se llevó las manos al pecho.

—Tengo —admitió en un susurro—. Pero no soy un pez.

— ¿Puedo verlas?

La pregunta le salió de forma abrupta, y supo que no debería haberla hecho. Ella no se veía feliz y permaneció callada durante mucho tiempo. A Gáhamon no le gustó la idea de haberle hecho daño. Pero, ¿por qué iba a molestarle mostrar algo tan interesante? Entonces, y para su gran sorpresa, ella se dio la vuelta, se apartó el pelo, y se bajó la parte de atrás de su vestido. En la oscuridad no podía ver más que las formas de una espalda normal, no muy diferentes a la suya. Sin embargo, cuando el príncipe acercó la lumbre azulada, distinguió algo diferente. Justo debajo de los omoplatos, la piel se endurecía y convertía en pequeñas escamas que bajaban por la zona de sus costillas. Gáhamon acercó su mano libre y las tocó, esperando que fueran duras y secas como costras, o mojadas y resbaladizas como las escamas de un pez. Sin embargo, lo que sintió fue piel suave y cálida al tacto, tan solo un poco más dura que la normal.

—Es increíble —Exclamó.

— ¿No te dan miedo? —Preguntó la niña sorprendida. Eso le pilló desprevenido. ¿Por qué deberían darle miedo unas pocas escamas? No es como si ella tuviese el cuerpo completamente cubierto por ellas.

—No —respondió.

Un ruido los sorprendió a ambos y Ríala se apartó a toda prisa, volviendo a levantarse la espalda del vestido. Él no pudo evitar la pequeña mueca que le asomó en la comisura de los labios. Le hubiera gustado investigar más, averiguar de qué color eran esas escamas, y si tenían alguna función para el cuerpo. Sus profesores le habían enseñado que a veces las otras especies tenían cosas diferentes para atacar mejor, asustar a otras criaturas o atraer parejas. Estaba seguro de que podría averiguar exactamente para qué servían si hiciera algunos experimentos. Pero cuando vio la mirada de su nueva amiga, pensó que a lo mejor se había equivocado. Sus ojos se movían inquietos y parecía que se arrepintiese de haberle enseñado cómo era una niña pez.

—No debería haber hecho eso —dijo.

— ¿Por qué no? —Se extrañó él.

—Madre dice que la gente no debe saber que soy parte Mara —explicó—. Además, una dama no le enseña la piel desnuda a ningún hombre... Aunque supongo que tú no eres un hombre aún.

—Yo soy mucho más que eso, soy un príncipe heredero.

Ríala sonrió, divertida. Le faltaba un diente en el lado derecho, pero igualmente fue una sonrisa bonita.

—Eso ya lo has dicho. ¿Por qué eres un príncipe, está bien que te enseñe mi espalda?

Gáhamon lo meditó por unos instantes. Por supuesto que estaba bien que le enseñara la piel a él, eran amigos y no se lo iba a decir a nadie. Sin embargo, si los mayores lo supieran, seguro que les castigarían a ambos. ¿Y por qué? Ríala solo le había enseñado que era diferente, y eso era genial. A él, sin duda, le gustaría poder investigar las escamas por más tiempo. Pero sabía que su padre jamás le llevaría a ver a los hombres pez. No estaban dentro del itinerario, no tenían nobleza con la que entablar lazos, no tenían riquezas ni tierras especialmente interesantes. De pronto, se le ocurrió una idea. Él era el príncipe heredero de Kinú y estaba obligado a muchas cosas horribles y aburridas. No obstante, tal vez pudiera cambiar una de ellas.

—Ríala, ¿sois hija de alguien importante? ¿Tenéis o vais a tener algún título?

La niña frunció el ceño, pero asintió.

—Mi padre es muy importante —aseguró— aunque no se supone que hable de él.

Gáhamon asintió y sonrió. Eso significaba que su plan podría funcionar.

—Entonces, cuando sea mayor, me casaré con vos.

Ella no reaccionó como él había previsto. Abrió mucho los ojos y la boca, pero no pareció especialmente feliz. Entonces, la puerta se abrió, y una sombra negra se asomó por ella.

—Lala, es hora de irnos —llamó una voz de mujer.

Ríala se movió lentamente hacia ella, volviendo la mirada para verle cada tanto en tanto. Cuando estuvo junto a la puerta, preguntó: — ¿Estás seguro?

—Sí —replicó él. Una mano agarró la de ella, y en unos segundos se había ido. Gáhamon se paseó por la habitación durante unos pocos minutos, que a él le parecieron horas. No era lo mismo estar allí solo, aun con la luz azulada de su encendedor. Pronto se dio cuenta de que prefería saludar a la gente vieja, que seguir encerrado en la oscuridad. Sin Ríala, la habitación parecía demasiado pequeña y aburrida.

Detrás de un velo rojo  Where stories live. Discover now