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Estaba sentado en una de las hamacas del orfanato con mi pequeño cuaderno donde anotaba cualquier cosa que sentía que valía la pena... O algo así, la verdad es que hay muchas cosas que leo ahora y me parecen tonterías.

Ahora estaba escribiendo sobre el miedo que tenia de seguir acá el año que viene, porque según los chicos cuando cumples 18 ya no pueden tenerte acá y tenes que mantenerte por tu cuenta ¡Yo no podría!

Siempre me han dicho que no encajo en la sociedad por ser muy rarito. Y al principio no quería creerlo, pero con lo de mis padres... Da igual, quizás a fin de cuentas si soy un rarito. Me gustan las cosas relacionadas con Disney, los chicos y las cosas que se dicen llamar de chicas. Eso no debería ser así, siempre me dijeron eso.

—Brendon, cielo.— dijo una de las coordinadoras del lugar, interrumpiendo mi momento de soñar despierto.— Quiero que conozcas a los Wentz.

Levanté mi vista levemente sonrojado de los nervios. Nunca fui bueno socializando con las personas, por eso sólo llegue a tener dos amigos. Ni siquiera ahora, que veo padres y padres todas las semanas para ver si puedo salir de este lugar de una buena vez por todas. Eso cambia cuando conozco a la persona, ahí soy bastante conversador y extrovertido, pero me cuesta bastante romper la primera barrera.

—Hola cariño, soy Margareth.— dijo la señora acercándose a mí.— ¿Cuántos años tenes? Diecisiete

—V-voy a cumplir die-ecisi-iete.— balbuceó.

—Pareces mucho más joven.— me dice ella riendo, parece agradable.— Cuéntame Brendon ¿Qué te gusta?

—Las películas y ca-ntar.— dije mirando al suelo avergonzado.

—¿Qué clase de películas te gustan?— dijo poniéndose en rodillas enfrente mío.

—Las de Disney.— dije sonrojado.

—¿Te digo un secreto? A mí también.— me susurró para sonreírme.

Se levantó y empezó a hablar con la coordinadora de las visitas. Supongo que ahora ella le estaba diciendo lo que yo siempre le dije que dijera por mí, ya que nunca me gustaba ver la cara de decepción de la gente al saber el motivo por el que yo había terminado acá, porque no fue precisamente porque mis padres murieron.

Si es que así podía llamarlos aún.

Pero en lugar de eso, la mujer volvió a mirarme sonriéndome para luego fijar la vista en su esposo, el cual afirmó con la cabeza.

La pareja se volvió a acercarse a mí, y de nuevo fue la mujer la que me hablo, acariciandome la cabeza.

—Mañana vendrás con nosotros ¿Te parece bien?— me preguntó.

—Creo que sí.— respondí.

La mujer tomó la mano de su marido y se fueron de allí con la coordinadora. Mientras que yo seguía sin asimilar lo que estaba ocurriendo.

¿Realmente me sacarían de allí o cambiaran de idea cuando vean a los otros niños?

Suspiré algo deprimido, por lo que decidí entrar de nuevo a mi dormitorio, que por lo que se imaginarán, no es completamente propio.

En el baúl donde tenía todas las pertenencias que había podido conservar, antes de guardar mi cuaderno, miré la foto que tenía con mis dos mejores amigos antes de que me trajeran aquí, muy lejos de mi antigua casa. Me volví a poner la llave en el collar que siempre llevaba debajo de las remeras luego de que haya acomodado todas las cosas perfectamente ordenadas.

Todavía era bastante temprano y estábamos en vacaciones, pero preferí dormir un poco ahora porque siempre el hecho de que me visitaran me terminaba, de una u otra forma, abrumando por la incógnita de cuando saldré realmente de acá.

b f b ;; rydenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora