Capítulo 16 En la cancha de tenis

Magsimula sa umpisa
                                    

-No estudia francés, pero, en cambio, lee muchas novelas francesas, y no pierde una función cuando viene por aquí alguna compañía francesa de opereta -añadió George con ingenuidad, confirmando las sospechas que tenía tía Jo. 

-Precisamente, quería yo preguntaros algo de esto, porque Teddy tiene grandes deseos de aprender francés de esta manera práctica, y yo deseo saber qué clase de compañía es ésa y qué pone en escena. 

-Ya se lo diré a usted, señora; yo fui y quedé convencido al momento de que allí no puede ir ningún muchacho decente; los que habían ido allí sin saber lo que aquello podía ser estaban tan avergonzados como lo estaba yo mismo. Los mayores, sí, señora, se veía que disfrutaban, y, al salir, estaban esperando en la puerta del teatro a las repintadas cantantes para invitarlas a cenar.

-¿Fuiste tú alguna vez? 

-Tan sólo una. 

-¿Te gustó? 

-No señora, no; me fui a casa muy temprano -contestó Dolly con palabra torpe y poniéndose más colorado que la rabiosa corbata que llevaba puesta. 

-Pues no sabes cuánto me alegro, de que aun no hayas perdido la gracia de ruborizarte; pero creo que la perderás pronto si continúas en esa clase de estudios, y te olvidas de avergonzarte. Con el trato de esa clase de mujeres olvidarás en seguida las buenas cosas que has aprendido, tendrás muchos disgustos y te verás en la vergüenza más de una vez.  

  ¡Pues, señor, esto me saca a mí de mis casillas! ¿Por qué han de consentir los padres que sus hijos pasen las noches en esas pocilgas, en vez de cuidar para que las pasen tranquilos en sus camas?
Los dos jóvenes oían medio espantados la enérgica protesta de tía Jo contra una de las diversiones más de moda en aquellos días y guardaban respetuoso silencio; George, pensando con alegría que él no había asistido nunca a esas cenas alegres de las
cantantes francesas, y Dolly muy satisfecho de haber dicho "que se había retirado temprano". Tía Jo continuó hablándoles en tono maternal, deseosa de hacer por ellos lo que ninguna otra mujer hacía; y lo hacía con verdadero cariño. 

-Si yo no os quisiera, no os diría una palabra de estas cosas. Ya sé que nada de esto es agradable; pero mi conciencia no quedaría tranquila si me callase sabiendo, como sé, que a veces con una sola palabra se consigue apartar a un joven del peligro en que se halla. Retiraos a tiempo con valentía, que no sólo os salvaréis a vosotros, sino que salvaréis a otros con vuestro hermoso ejemplo. Venid a mí si os veis atormentados por alguna cosa; sin reparo de ninguna clase y sin avergonzaros por nada; que por mucho que me digáis, ya he oído cosas peores, y he sabido confortar a muchos y salvar a no pocos. Sí, hijos míos, seguid mis consejos y podréis besar a vuestras madres con los labios bien limpios y pedir a las muchachas inocentes que os amen. 

-Muchas gracias, señora; creo que tiene usted mucha, pero muchísima razón; pero la cosa es algo más difícil de lo que parece, porque cuando se ve uno invitado por personas respetables que llevan a sus hijas a ver a "Aimie", ¿qué quiere usted que hagamos nosotros? ­contestó Dolly algo turbado, deseando salir del paso lo mejor posible. 

-Pues mejor que mejor. Más honor y gloria para los que con valor y talento resisten a la opinión pública, y a la moral de manga ancha de ciertos hombres y mujeres, que lo mismo se les da una cosa que otra. Pensad vosotros en imitar a las personas que más respetáis, y conseguiréis el respeto de las que os quieren de veras, y de las que se preocupan por vosotros. Porque una persona se empeñe en tirarse por un despeñadero, no nos vamos a tirar nosotros también. 

  ¿Sabéis vosotros lo que me dijo John una vez hablando de estas cosas? "Mira, tía Jo, el que se pierde es porque quiere; yo, por mi profesión de reportero, paso las noches en los teatros de todas clases y en otros puntos peores, y, sin embargo, no imito a ninguno de los que concurren a esos sitios; voy a mi asunto, y nada más". 

-¡Si parece un sacerdote! -exclamó George con una sonrisa de aprobación en su cara mofletuda. 

-Es un buen muchacho, y yo lo quiero porque sabe lo que hace; va siempre derechito a su trabajo, y deja a los demás que tiren por donde quieran -añadió Dolly, levantando la cabeza del suelo con una expresión en su cara que dio a entender a su mentor que sus palabras habían surtido el correspondiente efecto, de lo que se alegró mucho, y se animó a continuar su interrumpido discurso.

 -Pues ahí tienes un buen ejemplo; con imitarlo tienes bastante. En fin, hijos míos; perdonadme la molestia que os he proporcionado, pero no olvidéis mi sermoncito. Yo confío en que os servirá de algo. Ahora, si queréis venir a ver a mi gente menuda, tendré yo gran satisfacción en verme en medio de dos caballeros, y todos nos marcharemos juntos y en gracia de Dios.

No echaron los muchachos en saco roto las palabras de la madre Bhaer, y en más de una ocasión se acordaron después de la media hora pasada en la cancha de tenis. 


Los muchachos de Jo/los chicos de JoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon