Capítulo 14 Las representaciones en Plumfield

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 Como a la humilde historiadora de la familia de los March le sería imposible terminar la obra sin hablar de funciones de teatro, lo mismo que a la señorita Younge escribir sus novelas sin introducir en ella doce o catorce muchachos, he creído necesario hablar aquí de las representaciones de Navidad en Plumfield. 

Al edificarse el colegio, de que tantas veces hemos hablado a nuestros lectores, mandó el señor Laurence que se construyera en él un bonito teatro, que sirviera para representaciones, conferencias y conciertos. En el telón de este teatrito se veía pintado Apolo rodeado de las Musas, y como obsequio al donador, procuró el pintor que Apolo se pareciese todo lo posible a nuestro amigo, de lo que no rieron poco los demás de la familia. De esta numerosa familia, y de otras del pueblo, salieron los cómicos, músicos y demás actores necesarios para las representaciones. 

Tía Jo estuvo trabajando algún tiempo en la adaptación al inglés de algunas comedias y dramas franceses, que era lo que primaba en aquel tiempo, en cuyo trabajo le ayudó el señor Laurence, dándose los nombres de Beaumont y Fletcher, disfrutando y celebrando ellos mismos su obra por los grandes conocimientos de Beaumont en arte dramático y la facilidad de Fletcher para adaptar las piezas extranjeras a la lengua y costumbres de aquel país. 

Días antes de Navidad estaba todo dispuesto. Ya se habían hecho varios ensayos de la obra, los actores tímidos habían perdido el miedo y las nuevas decoraciones estaban pintadas. El teatro estaba engalanado la noche de la representación con banderas de todas las naciones y con muchas plantas sacadas del invernadero de la casa del señor Laurence, y los invitados habían llegado, hallándose entre ellos la señorita Cameron, que cumplió su palabra. Los de la orquesta comenzaron a afinar sus instrumentos con mucho más cuidado que otras veces, el tramoyista arregló las decoraciones con habilidad y esmero, el apuntador ocupó heroicamente su puesto y las actrices se vistieron con manos temblorosas, dejando caer a cada momento en el suelo los alfileres.  

  Beaumont y Fletcher se multiplicaban acudiendo a todas partes, temerosos de que no se hundiera su reputación literaria, porque habían invitado a varios críticos amigos y reporteros, que habían acudido como mosquitos. 

-¿Ha venido ella?... 

Era la pregunta que se hacían a cada instante los que se encontraban detrás del telón, y cuando Tom, que iba a desempeñar el papel de anciano, estuvo atisbando por los agujeros del telón, expuesto a estropearse sus respetables piernas, les dio la noticia de que había visto la bonita cabeza de la señorita Cameron en el sitio de honor, la compañía entera tembló de miedo, y Josie declaró que presentía que aquella noche se iba a cortar en medio de alguna escena por primera vez en su vida. 

-Si lo haces, te sacudo de firme -contestó tía Jo bruscamente, porque andaba muy agitada y temía que le desacreditasen su obra. 

-Serenidad, mujer, serenidad. Somos artistas veteranos y no nos debemos inmutar por nada -contestó John, haciendo una inclinación de cabeza en señal de aprobación al ver a Alice vestida con todos sus trebejos en la mano. 

Comenzaría la función con un bonito sainete que habían representado ya muchas veces y que hacían admirablemente bien. Alice era una muchacha alta y elegante, de cabellos y ojos negros, que indicaban mucha inteligencia, y una cara graciosísima, de buenos colores, señal de salud robusta y sana. Estaba hermosísima con su vestido recargado de blondas y su sombrero de largas plumas, porque representaba el papel de marquesita; y John, en traje de corte, con espadín, sombrero de tres picos y peluca blanca, también estaba muy bien en su papel de barón. Josie representaría el papel de doncella, y con las manos metidas en los bolsillos del delantal y aquella mirada inquisitiva suya, parecía realmente una "soubrette" francesa. Estos tres eran los únicos personajes, y de su habilidad y acierto dependía el éxito de la obra.
Todo se preparaba bien, y el barón andaba muy orgulloso de ver a la marquesita tan elegante y risueña con él, cuando de pronto se oyó un crujido de maderas y al momento se vio un bastidor que se venía encima de Alice. Corrió John a parar el golpe, consiguiendo salvarla, pero a él le cayó un hierro en la cabeza que le produjo una herida. 

-¡Ay, John de mi alma, estás herido! -exclamó Alice, agarrándole la cabeza con ambas manos y manchándose los guantes blancos de sangre.  

  Afortunadamente, estaba allí Nan con su cajita de cirugía y ungüentos en el bolsillo, de la que nunca se separaba, y en un momento curó al herido, mientras tía Jo entró, preguntando trágicamente: 

-Se ha hecho mucho daño? ¡Por fin echaréis a perder mi obra! 

-No se apure usted, tía; por mí no ha de quedar; ya estoy curado -contestó John resueltamente volviéndose a colocar la peluca. 

-¿Cómo están tus nervios, Fletcher? -preguntó Laurence minutos antes de dar la señal. 

-Tan tranquilos como los tuyos, Beaumont -contestó tía Jo, gesticulando atrozmente para que la señora Meg se pusiera el sombrero derecho. 

-¡Pues adelante, socio! Aquí me tienes para cualquier contratiempo que ocurra. 

Al levantarse el telón, apareció la cocina de una casa, de campo, y Meg al lado del fuego, en su papel de anciana campesina, ocupada en los quehaceres de la casa. Tiene un corto soliloquio, en el que habla de su chico Sam, que quiere sentar plaza, de su pobre hija Elizy, que casó muy mal y viene a morir a casa, y de la otra hija, Dolly, a la que le gustaba mucho el lujo y los placeres y la vida de las grandes ciudades. Antes de terminar el soliloquio principiaron a oírse murmullos de aprobación en el público, a los que siguieron grandes aplausos. 

-¡Esto va bien, Laurie! -decía Jo entusiasmada-. Esta escena que viene ahora la he cambiado para que produzca mejor efecto. 

Y corría de un lado para otro dando diversas indicaciones.
Entra en escena un hombre de mala catadura, cargado de espaldas y harapiento, reclamando a su mujer, y Meg le contesta con valentía que su hija ha venido a morir allí, y que no saldrá de su casa con él; pero aquel malvado insiste, grita y se enfurece, y se va derecho a la cuna que está cerca de la chimenea para llevarse a su hijo; pero la señora Meg defiende a su nieto, golpeando a su yerno con brío con el atizador del fuego. Los que conocían el carácter bondadoso de la señora Meg no acababan de convencerse de que fuera la misma mujer, de que fuera ella aquella anciana y valiente campesina que con tanto arrojo echaba de su casa a golpes al degradado y perverso yerno.
Josie estuvo admirable en su papel de doncella, y tía Jo no dejó de mirar un momento a la señorita Cameron, que movía la cabeza en señal de aprobación.  

  Tom y Nan también representaron los suyos con mucha naturalidad, en la visita que hacen a un hospital reconociendo a los enfermos; John y Alice estuvieron los dos admirables.
La señora Meg se consideró la mujer más feliz del mundo cuando la señorita Cameron le dijo, durante la comida con que la obsequiaron: 

-Debe usted estar orgullosa, señora Brooke, porque sus chicos tienen mucho talento. La felicito, y también al señor barón, por lo bien que lo ha hecho -dijo mirando a John-, y el verano que viene hará usted el obsequio de dejarme a Josie para que pase conmigo la temporada de baños.

 La alegría que recibió toda la familia con esta declaración de la gran actriz ya se la puede imaginar el lector; alegría que vino a aumentarse después con lo que dijeron los críticos y amigos de la obra de Beaumont y Fletcher, que afirmaban que aquello era una tentativa, el primer paso para conseguir que lo natural y el arte fueran de la mano. Hubo baile después de la representación para terminar las fiestas de Navidad; se recibió la carta de Dan, aunque sin señas, y tía Jo abrazó al profesor, con gran risa de los presentes, porque ya podía, sin miedo, seguir escribiendo para el teatro.   

Los muchachos de Jo/los chicos de JoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora