Capítulo 5 Vacaciones

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  Todo el mundo estaba contento en la casa a la mañana siguiente, por ser día de fiesta; tomaban el desayuno, sin dejar de hablar y reír, cuando tía Jo exclamó de pronto: 

-¡Miren qué perro enorme se ha parado en la puerta de calle! 

-Con medio cuerpo dentro de la casa y medio afuera, había un hermoso perro de los que en la América del Norte dedican a la caza del ciervo, con los ojos muy abiertos mirando a Dan, pero sin atreverse a entrar del todo. 

-¡Hola, hola, amigo y compañero de fatigas!; ¿no podías esperar a que fuera yo a buscarte? ¿Es
que has roto la soga? Bueno, hombre, bueno; ven aquí y saluda a estos señores como un hombre -dijo Dan levantándose para ir a recibir a su compañero, que se echó a sus pies ladrando y moviendo la cola como pidiendo perdón por la desobediencia. 

-¡Qué hermoso animal! ¡Si es como un caballo! -dijo tía Jo contemplando el hermoso perro de caza. 

-Lo dejé en la fonda, y no ha tenido paciencia de esperar más tiempo; salgan ustedes aquí fuera y verán cómo trotamos los dos -dijo Dan, entusiasmado-; se llama Octoo. 

-¿Qué quiere decir Octoo? -preguntó Rob con interés. 

-Relámpago, y el nombre le cuadra admirablemente, porque es una exhalación; me lo dio un cacique indio a cambio de mi rifle, pero yo he ganado en el cambio el valor de muchos rifles, y, además, me ha salvado la vida varias veces -contestó Dan acariciando al hermoso animal.  

  Dan marchó a la fonda, y a poco volvió a aparecer con dos hombres cargados con los trofeos que había reunido en sus correrías por las comarcas habitadas por las tribus indias independientes del norte de América, y que traía como recuerdo a sus amigos y educadores. 

-Nos va a devorar la polilla -pensó tía Jo, cuando vio que sacaban de los fardos las pieles de oso y lobo que Dan les traía para los pies. También les trajo a las chicas una porción de adornos de indias, rodelas y armas de los indios para el profesor, y para los muchachos otros varios objetos.
Era el primer día de fiesta de las vacaciones de verano, y cualquier observador podía ver sin fijarse mucho la agitación que Dan y Emil habían introducido en la pacífica y estudiosa comunidad; pues parecía que estos dos jóvenes habían traído con ellos una brisa agradable y fresca, que animaba y vivificaba a todas aquellas buenas gentes. Muchos de los colegiales permanecieron allí todo el tiempo de las vacaciones, y Plumfield y el Parnaso hicieron cuanto pudieron para que aquellos días resultasen lo más agradable posible para ellos, porque la mayor parte de los estudiantes vivían en Estados muy distantes de allí, y no se les ofrecía siempre la oportunidad de divertirse, por ser muchos de ellos de familias pobres. 

Emil era vivaracho y locuaz, y tenía gran partido entre las muchachas, pero Dan permanecía entre ellas callado, con la vista fija como el águila en una bandada de palomas; con los chicos era más expresivo, y todos lo querían y admiraban como a un héroe. Andaba ahora tratando de aprender en los libros lo necesario para poder explicar lo que había aprendido en la madre Naturaleza; no dejaba, sin embargo, de gustar bastante a las muchachas, que le llamaban el "español" por el color moreno de su cara, y sus hermosos ojos negros, que eran mucho más elocuentes que su lengua, y le demostraron en mil ocasiones y mil modos el aprecio en que le tenían.

Comprendiólo él, y procuró hacerse digno de este aprecio y deferencias, hablando más pausadamente con ellas, tratándolas con más consideración y respeto que en un principio, y observando siempre el efecto que producían sus palabras y modales. Fue olvidando poco a poco la vida de California y de cazador, se despertó en él el deseo de aprender, se aficionó a la música y demás diversiones de aquellas sencillas e inocentes muchachas, y, paulatinamente y sin notarlo, se fue convirtiendo en un hombre muy diferente de lo que era cuando vino de su última y larga correría.  

Los muchachos de Jo/los chicos de JoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora