Capítulo 3 Los últimos apuros de tía Jo

Comenzar desde el principio
                                    

-Debía de haber una ley que protegiera a los desgraciados autores -dijo Jo una mañana, poco después de la llegada de Emil, al entrar el cartero con un manojo enorme de cartas, como las que le venía trayendo hacía ya algún tiempo-. Esto sería para mí mucho más vital que el derecho de propiedad literaria internacional, porque el tiempo es oro, paz y salud, y yo lo estoy perdiendo todo con tener que atender a toda esta correspondencia, so pena de abandonarlo todo y meterme en un bosque donde no puedan dar conmigo, porque ni en la libre América puede una ya tener libertad.  

  -El oficio de cazador de leones es horrible, particularmente en los momentos críticos en que no se puede encontrar un sitio seguro donde refugiarse -dijo Teddy asintiendo a lo que decía su madre, que acababa de leer doce cartas en las que les pedían, con repetidos ruegos, otros tantos autógrafos -; pero esto va resultando ya peor. 

-No; pues hay que tomar una resolución -dijo la tía Jo con gran firmeza -, y yo la tomo desde este momento: es no contestar a ninguna de estas cartas. A este muchacho que me escribe, le he mandado lo menos seis -siguió diciendo, enseñando la carta que tenía en sus manos-, y las querrá probablemente para venderlas. Esta señorita me escribe desde un colegio, y si le contesto me escribirán también todas sus compañeras; así es que todas estas cartas van al canasto y así se acaba más pronto. 

-Mira, mamá; yo abriré y te iré leyendo las cartas - dijo cariñosamente Rob -, y tú puedes tomar el desayuno tranquilamente, Mira, ésta viene de América del Sur y dice lo siguiente: 

"Señora: Como el cielo ha premiado sus esfuerzos concediéndole una gran fortuna, no vacilo en escribirle para suplicarle me remita los fondos necesarios para comprar un servicio de comunión para una iglesia que estamos construyendo en ésta. Sea cual fuere la religión que usted profese, no dudo que responderá con liberalidad tratándose de una obra de esta clase. Su muy atenta, M. X. Zavier." 

-Envíale una negativa muy atenta, hijo mío, diciéndole que todo lo que tengo lo necesito para vestir y alimentar a los numerosos pobres que constantemente llaman a mi puerta. Sigue, hijo, sigue -añadió, echando una mirada de gratitud a su alrededor. 

-Un joven, literato novel, te propone que si quieres poner tu nombre en una novela que tiene escrita; después que se venda la primera edición quitará tu nombre y pondrá el suyo. Esto no te conviene, mamá; yo creo que no aceptarás una proposición semejante, a pesar de tu gran deseo de proteger a los escritores principiantes. 

-Desde luego que no; dale las gracias y dile que haga el obsequio de no mandar el manuscrito; que tengo siete entre manos en este momento y que apenas si tengo tiempo de leer lo que yo misma escribo -dijo la tía Jo algo distraída, tomando una carta que había en el borde de la mesa y abriéndola con mucho cuidado porque por la letra del sobre comprendía que debía ser de alguna niña.

  -A ésta contestaré yo misma. Una pobre niña enferma que me pide un libro para poder pasar algún rato distraída; ya lo creo que lo tendrá. ¿Qué viene ahora, Rob? 

-Esta es corta y muy bonita: "Querida señora Bhaer: No voy a dar a usted mi opinión de sus obras. Todas las he leído varias veces y las encuentro de primera. Siga usted escribiendo. Su admirador, Billy Babcock." 

-Esto no me disgusta; Billy es un hombre de sentido común y excelente crítico, desde el momento que ha leído mis obras varias veces antes de expresar su opinión. Como no pide contestación, escríbele dándole las gracias y expresándole mi agradecimiento. 

-Una señora de Inglaterra que tiene siete hijas y te pide tu parecer respecto a su educación y a lo que se podrán dedicar. Dice que la mayor tiene doce años. No me extraña que esté tan aburrida -dijo Rob, riéndose. 

Los muchachos de Jo/los chicos de JoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora