Capítulo 12: Un sacrificio

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—Pues en marcha —me ordena Caleb, mientras se levanta rápidamente.

Se me escapa un bostezo.

—¿Ya?

—¿Prefieres esperar a que sea de noche? Ya sabes, oscuridad, peligro y todo eso...

A modo de respuesta, cierro los dedos alrededor de mi arco.

—En marcha —le imito, y atravieso las enredaderas antes de que tenga tiempo de reaccionar.

Sólo cinco minutos más tarde, hago la pregunta crucial:

—¿Dónde vamos?

Caleb se vuelve hacia mí desde su posición de guía, y me tomo un momento para descansar el brazo, harto ya de sujetar el arco en posición de disparar.

Se lleva una mano a la barbilla.

—No lo había pensado...

—¿Pero tú eres...? —inspiro profundamente, dispuesta a echarle un sermón, cuando me fijo en la expresión de su rostro—. Ah... —balbuceo.

El chico suelta una carcajada, y yo tengo que controlarme para no usar mi arma.

Guardo silencio durante el resto de la trayectoria, y ni siquiera me asombra encontrarme en el refugio de los profesionales. Si yo fuese la guía, vendría aquí.

Aunque creo que a él tampoco le sorprende que esté completa y absolutamente vacío.

Me adelanto unos pasos y observo el claro.

Como si se tratara de un piso de alquiler, todo ha quedado como estaba antes de ser habitado: caen frutos secos de los árboles, recién engullidos por las ardillas y los pájaros; la hierba crece como si nunca la hubieran pisado; no hay ni rastro de la comida, las presas o las armas. Ni siquiera consigo vislumbrar la sangre de Nitya o la de Tiberius, que debería haberse adherido, seca, al suelo.

—Lo sabías, ¿verdad? —pregunto.

Caleb asiente.

—Sí, pero quería asegurarme. Sigamos buscando.

Antes de dar media vuelta, reflexiono sobre las posibles razones de Veruca para abandonar el lugar. «¿Tenía miedo de que la atacásemos?». Oh, por favor. Es demasiado valiente para eso. Aunque también es demasiado lista para creer que no vendríamos...

Oh, mutos.

Pues claro.

Es tan lista que sabe que vendríamos aquí.

Y que esto nos distraería.

No tardo ni un segundo en juntar las piezas del rompecabezas y volverme hacia Caleb con el arco cargado.

—¡Agáchate! —le ordeno.

Él obedece, y disparo hacia esos colmillos que tanta muerte han causado. «¿Más que tú?», se burla mi subconsciente.

Sin embargo, Veruca es más rápida y le basta echarse a un lado para esquivar mi flecha; me alejo, andando hacia atrás, hasta un grupo de arbustos, para tener tiempo de esquivar sus cuchillos; Caleb, tirado en el suelo y rodando hacia la espesura, no parece recibir mucha atención por su parte.

Eso es bueno.

Se me escapa una pequeña sonrisa que, a juzgar por la expresión de Veruca, ha debido parecer de suficiencia. Aligero el paso hacia los arbustos mientras me llevo la mano al carcaj, pero no logro evitar tropezar con una rama.

Caigo hacia atrás con un grito ahogado y un golpe seco. Cierro los ojos, esperando a la muerte. «Si hay suerte, Caleb conseguirá matarla después».

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