Capítulo 2: La cosecha

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"Estás muerta".

Eso leo en los labios del tributo que está a mi derecha en los círculos de salida dispersados alrededor de la Cornucopia, que está hecha de un hielo resplandeciente, como todo a mi alrededor. No puedo mirar a los lados sin que alguna montaña de nieve me deslumbre.

Ese tributo, el que me ha amenazado... sí, es mi abuelo. Y a mi izquierda... está Katniss.

Escucho el cañonazo de salida, pero algo ocurre: estoy paralizada. Mis pies no se mueven. Mi abuelo corre a la velocidad de la luz. "¡Vamos, abuelo! ¡Abuelo, ayúdame!", quiero gritar, pero ningún sonido logra salir de mi garganta.

El Sinsajo ha llegado al cuerno de hielo: tristemente para mí y para el resto de tributos, ya se ha hecho con un arco. Mira a su alrededor con ojos rabiosos, y para mi desgracia, repara inmediatamente en mi vulnerabilidad. Katniss corre hacia mí. Quiero gritar, pero no puedo; quiero huir, pero mis pies están quietos. Ella tensa su arco, apuntando directamente a mi cabeza, y suelta la cuerda. Consigo chillar de terror, es lo único que puedo hacer.

No noto nada. Sólo abro los ojos.

Lo primero que veo es el techo azul de seda de mi cama con dosel. Estoy en casa de mis padres.

Llevo teniendo pesadillas así desde que difundieron la noticia de los septuagésimo séptimos Juegos del Hambre.

Sí, pero a partir de ahora van a empeorar.

Porque es el día de la Cosecha.

Me incorporo y apoyo la espalda en la pared. A los pies de mi cama está el vestido que mi madre ha preparado para la ocasión: es blanco, largo, de cuello alto y con unas mangas anchas que llegan hasta los codos. Nunca lo había visto, pero no me extraña: jamás he repetido ropa dos días.

Me pregunto dónde estarán mis padres; nunca se han preocupado mucho por mí, aparte de para asegurarse de que no llevo el mismo conjunto dos veces; desde que se dieron cuenta de que no era como el resto de niños del Capitolio, dejaron de hacerme caso; no creo que vayan a la Cosecha, y tampoco creo que les importe mucho si salgo elegida o no.

Bueno, la respuesta es sí: claro que voy a salir elegida, a ver, soy la nieta de Snow. Seguro que los rebeldes que han organizado los Juegos tenían mi nombre en el primer puesto de su lista.

Me quito el pijama y me dirijo al cuarto de baño.

Es raro, no estoy nerviosa. Supongo que ya hace tiempo que me resigné a morir, cuando el poder del Capitolio sucumbió ante los distritos.

Aunque, bueno, no es verdad que me haya resignado a morir. Al menos, no del todo.

Digamos que sé que cuento con algo de ventaja: al menos no me tropezaré con mi propia peluca justo al salir a la Arena, ni se me caerán las pestañas postizas fuera de la plataforma.

Entro en la ducha, pero antes de pulsar los botones que suelo (agua tibia, champú de jazmín y espuma hidratante con aroma a flor de cerezo), reflexiono.

A ver, voy a ir a los Juegos del Hambre. El máximo lujo al que voy a poder aspirar va a ser lo que me ofrezcan los patrocinadores; es curioso pensar que este año y al ser del Capitolio, podrían patrocinarme mis propios padres; aunque claro, ellos no se preocupan por mí, cosa que sí cuenta a favor de los demás tributos.

El caso es que hago acopio de una gran fuerza de voluntad y pulso el botón del agua fría, aunque no puedo resistir la tentación de añadir gel de coco: puede que sea mi última oportunidad en la vida para oler como una chica del Capitolio y, aunque no lo vaya a echar de menos, he crecido aquí. Aun con la suavidad del gel, no paro de dar grititos cada vez que una gota de agua helada me toca la piel.

Capitol is not my homeWhere stories live. Discover now