La Boolla y la Verstia

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Había una vez, en un reino ni muy lejano ni muy cercano, un joven apuesto, inteligente, gentil y con una gran voz. Su nombre era Boolla.

[

— Eh, no-oh, su nombre era Verlla —corrijo el rubio al pelirrojo que le interrumpió.

— No puedes ser el protagonista de tu historia —objetó Seungkwan.

— Sí puedo.

— Na-ah.

— Si-ih.

— Na-

— ¡Sigue con la historia! —Exigieron los demás presentes.

]

Como sea, estaba este chico llamado Boolla; todos lo creían el loquito del pueblo, ya que el sujeto, como si de una película Disney se tratara, cantaba para todo. ¿Se imaginan lo incómodo que era ir por la leche y encontrarse a un pelirrojo cantando a solas a mitad de la plaza? Raaaaro.

En fin, Boolla vivía con su padre, el señor Seungcheol quien era 100tifiko; creador de inventos como el dispositivo de dos piezas soldadas con una extremidad cóncava hacia arriba, más conocido como cuchara, o el mundialmente aclamado accesorio que creó un auge en la podología y reinventó la educación hogareña, la chancla.

La casa de la pequeña familia se encontraba a las afueras del pueblo, en un lugar muy tranquilo y amplio. Cada mañana, Boolla salía rumbo al pueblo, ya que él era distribuidor autorizado AVON, e iba a entregar sus pedidos mensuales .

— Regreso más tarde, padre —se despidió el joven—, ten cuidado con los fuegos artificiales que dejé cerca de la estufa.

Así, nuestro protagonista caminó hasta el pueblo, donde apenas puso un pie y el galanazo del pueblo, El MinGuel, un joven alto, bronceado y guapo, le tiró los perros.

— Esa mi Boolla, ¿a dónde vas tan peinado? —Le sonrió, colocándose a su lado.

— Voy a repartir mis catálogos, MinGuel.

— ¡Ay, Boolla! Siempre tienes la cabeza metida en esos libros —negó con la cabeza el moreno—. Si aceptaras ser mi morrito no tendrías que trabajar, te llevaría en mi microbús por todo el pueblo y hasta de dejaría ser el que cobra el pasaje.

El pelirrojo rodó lo ojos. MinGuel había sido su pretendiente desde que en la secundaria Boolla fue rey del festival de primavera y bailó Catanella como vals principal, cautivando así a más de uno.

— No, gracias, MinGuel. Ahora, ábrete como pistache que tengo mucho trabajo —fue lo último que dijo hasta pasar de largo al más alto.

Detrás de aquella escena, el club de admiradores de MinGuel (compuesto de tres miembros), suspiraba de frustración.

— Ese Boolla, ¡maldito punk! —Gritó Brayan Minghao.

— ¿Cómo puede batea al MinGuel? ¿Sabían que sabe hacer taquitos al pastor? Es como el hombre perfecto —Suspiró el Joshua.

— Ya verán, pronto me robaré el amor del MinGuel —sonrió malvadamente el presidente del club, Wonwoo.

— ¿Qué vas a hacer, Wonwoo?

— El otro día hice un rito satánico —relató el azabache—, y llamé a Woozifer.

— ¿Y no te salió muy cara la llamada? —Dijo Joshua.

— ¿Quién es ese bato? —Cuestionó el menor del trío.

— Es un brujo muy poderoso —Wonwoo continuó—. Me contó que él fue quien convirtió a un príncipe rico, poderoso y sumamente atractivo en una bestia que se mantenía cautiva en su castillo.

Había una vez... [SEVENTEEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora